El viernes, en el teatro Florencio Sánchez, en el Cerro, se llevó a cabo el sexto encuentro de etiquetado de alimentos transgénicos en Uruguay, que, además de referirse al asunto puntual del etiquetado, sirvió como excusa para intercambiar información sobre las consecuencias del agronegocio.

“Un transgénico es un organismo genéticamente modificado, es decir que tiene introducido un gen de otra especie. En el genoma hereditario de este organismo se introduce un gen de un organismo diferente. Algo que no acontece en la naturaleza, porque los organismos que son de la misma especie se cruzan e intercambian material genético, pero no con otra especie”, explicó la doctora en Ciencias Biológicas Natalia Bajsa, investigadora del Instituto Clemente Estable. “¿El hecho de que el ADN esté modificado me va a hacer mal a la salud? Eso está en discusión, no lo tenemos muy claro todavía a nivel científico. Pero no podemos afirmar que es inocuo, porque se utilizan algunas secuencias de ADN que tienen una acción muy intensa, y se pueden integrar a nuestra microflora. Una secuencia de ADN transgénica puede terminar en nuestras células. ¿Qué produce ahí? Eso es lo que no sabemos”, dijo Claudio Martínez Debat, doctor en Biología Molecular y Celular e investigador de la Universidad de la República (Udelar), para pasar a hablar de lo que sí sabemos: “De lo que no cabe duda es del efecto tóxico de los agroquímicos. Esos elementos son tóxicos, y quedan remanentes en los granos. Este problema no es privativo de los transgénicos, sino que se deriva del modelo de producción agroindustrial. Por ejemplo, hay residuos de plaguicidas en las frutas y hortalizas que estamos consumiendo y que vienen del Mercado Modelo. Pero veo a los transgénicos como la punta del iceberg, porque han sido diseñados para resistir dosis masivas de plaguicidas”. Agregó que una de las nuevas hipótesis “a tener muy en cuenta” indica que el glifosato “podría llegar a integrarse a las proteínas del cuerpo en lugar de la glicina, que es el aminoácido normal -el glifosato es una glicina modificada-, y eso podría explicar las acciones tan amplias y tóxicas que tiene”. También se refirió al “enorme debe” que tiene Uruguay en materia de análisis de glifosato en líquidos biológicos: “No puede ser que una persona no pueda ir a un laboratorio y saber si tiene glifosato en orina o en sangre, ni siquiera aquellas personas que fueron afectadas de manera aguda por fumigaciones”.

Incumplimientos

Las disertaciones siguieron recorriendo caminos igualmente escabrosos. “Se ha creado un fetiche que hace que muchos actores estatales, y también de la academia, pongan a la biotecnología como la promesa de solución para muchos de los desafíos presentes y futuros de la humanidad; entre ellos, alimentar a una población creciente, sin contaminar”, dijo el bioquímico Pablo Galeano, investigador de la Facultad de Química de la Udelar, quien se dedicó a hacer un repaso histórico de varias irregularidades y de promesas incumplidas. Recordó, por ejemplo, cuando, en 1999, el entonces diputado frenteamplista Enrique Rubio solicitó un pedido de informes sobre los efectos en el medioambiente de los alimentos y cultivos basados en organismos vivos modificados genéticamente. En la respuesta, el entonces ministro de Agricultura y Pesca, Ignacio Zorrilla de San Martín, detallaba que “la producción derivada de semillas transgénicas permite un uso menor de herbicidas e insecticidas”; que “se obtienen mayores rendimientos con menores costos de producción y con menor impacto ambiental [...] menos agrotóxicos [...] y menor superficie cultivada para obtener un mismo volumen de producción”. Galeano contrarrestó con cifras. De 2000 a 2014, la importación de agrotóxicos se multiplicó por 6,5, pasando de 3.800 a 24.600 toneladas: “Aquella promesa de que íbamos a usar menos no se está cumpliendo, sino que está pasando todo lo contrario: cada vez usamos más por unidad de área, cuando el principal cultivo es un transgénico, la soja”. En el caso del glifosato, entre 2000 y 2014 se pasó de importar 1,5 millones de litros a 14,7 millones. La superficie agrícola de Uruguay se multiplicó por cuatro, pasando de 0,5 a 22 millones de hectáreas. No sorprende semejante error de cálculo, teniendo en cuenta que en la misma respuesta y para referirse a la cantidad de variedades liberadas, el informe del ministro hablaba de tres variedades de soja resistentes al glifosato como de un “cultivo totalmente intrascendente” en la agricultura nacional.

En la lona

Guillermo Zanetti, apicultor de la Sociedad de Fomento Rural de Piedra del Toro, en el departamento de Canelones, e integrante de la Red de Agroecología, habló de la situación crítica de la apicultura en el país, y del vínculo que esto tiene con las fumigaciones con agrotóxicos. Recordó la noticia que trascendió hace poco sobre el rechazo de una exportación de miel uruguaya en Alemania por estar contaminada con glifosato y dijo que “no fue ninguna sorpresa”, ya que era algo que hacía tiempo que se venía denunciando. Vale recordar que también hay problemas con el mercado estadounidense. Zanetti volvió a repudiar, como ya lo habían hecho los apicultores, el comunicado de la Dirección General de la Granja (Digegra) del 26 de agosto, que instaba a los apicultores, a la hora de limpiar las áreas en donde tienen las colmenas, a no utilizar glifosato: “Es como si culparan a los vecinos de las inundaciones por sacar a sus mascotas a orinar a la calle”, dijo, socarronamente. “Nosotros no creemos que el ministro sea idiota o esté mal asesorado. Creemos que sabe lo que hace, y consideramos de canalla la actitud de Digegra al adjudicarnos la responsabilidad de la contaminación. Nosotros directamente decimos que [Tabaré] Aguerre es el ministro del agronegocio”. Zanetti citó las declaraciones de Mariana Hill, directora de Recursos Naturales Renovables del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, que dijo a El Observador que Uruguay “tiene más problemas de intoxicación por químicos domésticos que por químicos agropecuarios”, y que “el agro tiene responsabilidad, pero es una responsabilidad que tiene el Estado, léase agro, gobierno y sociedad”. Zanetti dijo al respecto: “Responsabilizarnos a todos nosotros es una de las formas de ocultar el lento y sistemático genocidio que implica la contaminación del ambiente y la salud humana bajo este modelo productivo”. Habló de que este es un momento muy difícil para los apicultores: “Todas las soluciones que nos dan no tienen el menor sentido y no buscan ampararnos en lo más mínimo. Ante una eventual fumigación nos dicen que tapemos las piqueras [por donde entran y salen las abejas de la colmena]; en el caso de que el agua esté contaminada en la zona del apiario, que llevemos agua o que traslademos las colmenas”. El productor cree que es momento de “abrir los ojos”, ya que este es un problema “realmente grave”: “Están contaminando el agua, los suelos, pero sobre todo matando al agente polinizador que da vida a nuestra flora y la reproduce; que fecunda la semilla y la hace fértil. De esta forma están exterminando nuestro alimento”.

Resistir los golpes

Mauricio Vives, de la cooperativa Graneco -que produce, entre otras cosas, harina de maíz orgánica-, cerró con tristeza la jornada, al contar que de 12 de las últimas muestras de maíz analizadas, cuatro dieron positivo a contaminación con transgénicos, y que algunas de ellas son de productores que trabajan con Graneco. Esto implica, explicó, que las semillas que tenían seleccionadas para plantar en octubre no podrán ser utilizadas, y que no tendrán maíz para producir harina hasta mayo o junio del año que viene. Según dijo a la diaria, de las 30 hectáreas que acostumbran plantar, este año plantarán solamente ocho. “Esto va a significar la dura tarea de decirles a esos productores que no sólo perdieron la cosecha del año, sino que también perdieron la semilla que venían conservando”, expresó. Y agregó: “Yo sé que esos productores van a resistir el golpe. Si hay algo a lo que están acostumbrados los productores familiares en este país es a recibir golpes”. Pero las que no son tan fuertes son las organizaciones que esos productores generan, como Graneco, dijo, y cerró dejando una pregunta en el aire: “¿Podrá sobrevivir la cooperativa un golpe como este?“.

Marcelo Aguilar