El domingo abrí los ojos a las 17.30. La televisión que había dejado encendida en Caracol Televisión anunciaba lo increíble: el No le había ganado al Sí en el plebiscito sobre el acuerdo de paz, y la vecina Teresa, la de la casa 21, caminaba por la calle tranquila con su french poodle blanco en dirección a la tienda de la esquina. La miré un momento, anestesiado, y cerré la ventana. Entonces se me apareció Voltaire, su frase clara y contundente: “Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Volví a abrir la ventana y quedé mirando otra vez fijo hacia la calle.

Había pasado algo importante y sorpresivo. La voz de los colombianos se había hecho notar y había ganado el punto de vista distinto al mío. ¿Pero qué tenía que hacer con eso? ¿En qué lugar del corazón y de la cabeza tenía que acomodarlo? Después de un momento, pensé en la sensatez y creí, más que nunca, que era el lugar donde debía pararme para hacer la lectura detenida del momento.

En las redes sociales abundaban mensajes angustiantes: ya la paz no será con nosotros; hemos perdido la oportunidad más importante de la historia del país para alcanzar la paz; se acabó la ilusión de la paz para los colombianos. Todos los mensajes estaban cargados de una tristeza pesada, dura como una piedra. Todos los mensajes anunciaban un viaje al infierno, sin escalas.

Pero, dentro de todo, esa sensatez a la que me adherí me hizo plantearme algunas cosas. Por ejemplo, que no nos podemos convertir en el niño dueño de la pelota que cuando va perdiendo el partido se la lleva y manda a la mierda todo; que debemos atender con gallardía los resultados del plebiscito, respetarlos y promover el diálogo para seguir en este tortuoso y difícil camino hacia la reconciliación y la esperanza.

Eso sí, no dejaron de asustarme las intervenciones de políticos que salieron a echarle gasolina a la hoguera en un acto peligroso e irresponsable. Claudia López, senadora del Partido Verde y una mujer a la que yo creía lúcida, fue una de ellas. “Cada minuto y cada muerto en este conflicto desde hoy es su responsabilidad”, escribió en su cuenta de Twitter refiriéndose al Centro Democrático, partido que lideró la campaña por el No en el plebiscito. Y José Obdulio Gaviria, del Centro Democrático, también: dijo que si no se llegaba a una solución pronto, se venían días infernales. Lo que mi sensatez me dice es que ni se acabó la ilusión de la paz en el país, ni quienes votaron por el No están a favor de la guerra.

Quienes votaron por el No votaron pidiendo que se revise el acuerdo de paz firmado entre la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno, pero no para que se deshaga o se acabe. Y así como no hubiera llegado la paz si hubiera ganado el Sí en el plebiscito, tampoco se va a imponer la guerra porque ganaron los del No.

En algo hay que estar claros: Francisco Santos, vocero de la campaña por el No, y Rodrigo Londoño, jefe máximo de las FARC, nos dieron una lección de sensatez y de coherencia. El primero, porque se pronunció en tono conciliador, diciendo que el resultado del plebiscito no significa que los acuerdos se terminen, y que invitaba a las FARC al diálogo para llegar a un consenso que permita el avance de lo que ya se ha logrado. Y el segundo, porque salió a decir que las FARC mantienen su voluntad de paz y reiteran su disposición a usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro.

Lo otro es la arrogancia que el presidente de la República había mostrado en algunas intervenciones anteriores. Como aquella vez que, al ser cuestionado sobre la pregunta del plebiscito, respondió que el presidente podía redactar la pregunta que se le diera la gana. Una respuesta pedante, abusiva, violenta, que daba cuenta de la ceguera a la que había llegado en la carrera incesante hacia la paz.

Ahora, a ese presidente luchador incansable, pero pedante, le toca tragarse las palabras, sentarse con la oposición y buscar, ojalá desde una actitud humilde, una solución al problema. A nosotros nos corresponde también hacer lo nuestro: entender que no se acabó todo, que hay que seguir abriéndonos al diálogo, poniendo a la palabra sobre la mesa para escuchar a los otros y tenerlos en cuenta en serio, no sólo porque ganaron, sino porque nos demostraron que existen, que son importantes, aunque nos hayamos empecinado en desconocerlos.

Entre los mensajes más pesados que pude ver en las redes, encontré uno que me llamó más la atención que otros. Alguien decía que, ahora que ganó el No en el plebiscito, se iba de Colombia, que no quería vivir más en este país de mierda. A las personas que lo están pensando de esa forma, sólo les puedo decir que bueno, que se vayan, que abandonen el barco, que así no los necesitamos, que nosotros lo que queremos acá son personas valientes dispuestas a seguir luchando, porque, después del plebiscito, ni se sepultó la posibilidad de la paz, ni volvió a entrar la guerra por la puerta grande.

Ahora, sin un plan B, si el actual senador Álvaro Uribe, máximo líder del Centro Democrático, el presidente Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño, cada uno a su manera y desde su estrado, se abren al diálogo y entienden que esta no es una contienda entre ellos -tres pesos pesados-, pactada a infinitos rounds, y piensan en el país y en los colombianos, las cosas pueden cambiar y puede darse rienda suelta a la reconciliación y a la convivencia.