Hombres jóvenes, horas atrás presos, ahora sentados en una mesa redonda de una sala luminosa. La custodia policial aguarda afuera. Adentro está Pamela Martínez, directora de la iniciativa OmBijam, una profesora de yoga que cambió la vida de muchos. Hacen referencia a su sonrisa, a sus dientes. Un recluso de Punta de Rieles la señala, le dedica un rap. El comisionado parlamentario para el sistema carcelario, Juan Miguel Petit, dice que los liderazgos cambian a las instituciones. Menciona a Pamela, pero también a Luis Parodi, el director de una cárcel que Petit llama “la isla de la utopía”. Una mujer a la que le asesinaron el hijo comparte la mesa con un recluso que habla en nombre de sus compañeros y dice: “Tenemos derecho a los cambios”.

Es difícil contar lo que pasó ayer en el Centro de Formación para la Cooperación Española, donde se anunció la construcción del primer templo Shala en una cárcel del país. Es difícil porque no nos alfabetizaron en emociones, dice la profesora e impulsora del programa “Yoga y valores en cárceles”, que ya tiene dos años. Se trata de un programa laico, sin fines de lucro, conformado por voluntarios que todas las semanas viajan a las cárceles para participar en clases de yoga en los centros, con el objetivo de disminuir la violencia en la sociedad. Pamela Martínez comenta que mucha gente se burla ante la sola mención de la palabra “yoga”. “A mí no me van a convencer, no voy a hacer yoga”, aclara, levantando las manos, Parodi, a quienes todos identifican como el responsable de que estas cosas, y muchas otras, puedan pasar en Punta de Rieles. El director de la cárcel dice que los reclusos se pueden organizar, que pueden formar sindicatos. Que el Estado tiene la responsabilidad de llevar a la cárcel “todas las posibilidades, todas las religiones, todas las filosofías”, si estas ayudan a resolver los conflictos de forma no violenta.

A Martín, preso por tentativa de homicidio, el yoga lo ayudó. “Empezar a trabajar el espíritu te cambia todo. Nosotros estamos aprendiendo a tomar otras decisiones, o a manifestarlas de otra manera, a manejarnos en la vida distinto de como nos manejábamos antes. A tomar conciencia de lo que vas a hacer. Estamos acá no porque estamos presos y es una actividad más, sino porque al estar en este proyecto nos ayudamos entre nosotros, porque hoy en día en la sociedad nadie te da una mano. A nosotros hoy nos importa nuestro compañero, el que está afuera”, dice. En la cárcel, otros reclusos a veces no entienden estas actividades. “La cárcel es como una sociedad más. Hay mucha gente que, al no entender el cambio en la otra persona y no tener explicación, y verte con la cara cambiada, tranquila, te mira raro. Pero después lo terminan entendiendo”, cuenta.

En el programa, que forma parte de las más de 40 actividades culturales que se desarrollan en la cárcel de Punta de Rieles, participan 40 reclusos y algunos operadores penitenciarios. “¿Cómo voy a respetar la vida del otro si ni siquiera puedo hacer conexión conmigo mismo?”, pregunta Martínez. Explica que además de los ejercicios de yoga, en las actividades se aprende a respetar las diferencias, a responsabilizarse, a llorar, a valorar la vida y a ser agradecidos. “La seguridad no pasa por las alarmas y las rejas, sino por el cambio de conciencia”, dice. Por su parte, Graciela Barrera, presidenta de la Asociación de Familiares y Víctimas de la Delincuencia, expresa su deseo de que haya “muchos Punta de Rieles, para aprender a convivir todos juntos”.

Se proyecta que a fin de año estará listo el templo. Los presos de Punta de Rieles ponen los bloques y la mano de obra, mientras que el Instituto Nacional de Rehabilitación comprará hierro y pórtland. “En Punta de Rieles hace dos años que no hay un lío. Hay partidos de Peñarol y Nacional con ambas hinchadas juntas. No hay cuchillos. Nosotros hacemos requisas y no hemos encontrado cuchillos desde hace un año y medio”, cuenta Parodi a la prensa. “Toda la gente, al ser puesta en condiciones de dignidad, se dignifica”, agrega. Petit afirma que Punta de Rieles es una cárcel “pionera en el mundo, que es vista con admiración”. Parodi aclara que la cárcel que dirige no es “modelo”, porque “las modelos tienen una vida complicada: no pueden comer lo que quieren, están expuestas todo el tiempo, y dicen que son tontas”. “Somos simplemente una propuesta de trabajo que queremos y defendemos a muerte”, sostiene.

La actividad culmina con un rap interpretado por Federico González, uno de los reclusos que participan en el programa de yoga. El tema se llama “Falla del sistema” y habla del hacinamiento, del estrés de los funcionarios, del odio de los presos, de que las cárceles son “focos de violencia”, de que la víctima “puede ser hasta tu propia madre”. “La educación en paz, esa es la ciencia”, repite. La actividad termina. Afuera esperan dos camionetas policiales, adentro hay sol y libertad.