Posiblemente el mundo nunca estuvo tan cerca de una hecatombe nuclear como a principios de la década de los 60, cuando la rivalidad entre el expansionista gobierno soviético de Nikita Kruschev y el belicista del estadounidense John Fitzgerald Kennedy estuvo a punto de desatar la Tercera Guerra Mundial dos o tres veces. Algunas de esas peligrosas ocasiones son bien conocidas, como la crisis de los misiles cubanos de 1962 o la construcción del Muro de Berlín en 1961, mientras que otras -como la instalación de misiles estadounidenses en Turquía e Italia (auténtico origen de la crisis cubana)- han sido menos difundidas. O lentamente olvidadas, como la guerra interna que hizo pedazos a la República del Congo luego de su independencia del dominio colonial belga en 1960, cuyos efectos en ese país africano se dejan sentir hasta hoy.

La llamada Crisis del Congo fue un capítulo más en el ajedrez de la Guerra Fría, jugado, como de costumbre, con piezas humanas, nativas de naciones ajenas en forma directa al conflicto. La independencia de la antigua colonia produjo la intervención indirecta de estadounidenses y rusos, preocupadísimos por la posibilidad de que algunos de los mayores yacimientos de cobre y uranio quedaran en manos de sus adversarios. Fue un conflicto complejo con múltiples participantes, incluyendo a las grandes compañías mineras europeas que, ante la perspectiva de perder sus derechos de explotación, alentaron la independencia de la provincia de Katanga -donde se encontraban los mayores yacimientos- y financiaron la defensa de esa secesión pagándoles a mercenarios internacionales para que pelearan por sus intereses. El carismático Patrice Lumumba, primer ministro recién elegido de la joven nación, respondió solicitando la intervención militar de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y sus cascos azules.

A pesar de la cantidad y variedad de implicados, y de la importancia histórica del conflicto, el cine mundial ignoró casi por completo la crisis congoleña, con la excepción de la violenta Dark of the Sun (Jack Cardiff, 1968) -una efectiva, y para su tiempo muy impactante, película que se vio muchísimo en la televisión uruguaya bajo el nombre de Los mercenarios-, ambientada en uno de los movimientos tardíos de dicha crisis, la rebelión de los simbas. Y tan sólo ese olvido ya es motivo suficiente para que sea interesante The Siege of Jadotville, película irlandesa que fue comprada y distribuida por Netflix.

Días sin San Patricio

Seguramente es pura casualidad, pero Netflix parece tener un particular interés en los conflictos africanos; al fin y al cabo, su primer largometraje de producción propia -Beasts of No Nation (Cary Joji Fukunaga, 2015)- se situaba en una guerra civil en un país sin identificar del suroeste de África, y The Siege of Jadotville (el asedio de Jadotville) sigue en la temática, aunque ahora enmarcada en un momento histórico preciso.

La película comienza con el secuestro, la tortura y el asesinato de Lumumba, algo que no está directamente relacionado con las acciones centrales del film, pero que ayuda a comprender la posición política (y en cierta forma moral) de los implicados, señalando al siniestro Moise Tshombé -impulsor de la secesión de Katanga y uno de los responsables de la muerte de Lumumba- como villano de fondo. La historia se desplaza entonces hacia Irlanda, donde Pat Quinlan, un joven comandante del Ejército irlandés (interpretado por Jamie Dornan, que detrás de un bigotón hace lo posible para que la gente no se dé cuenta de que fue quien interpretó a Christian Grey en la abominable 50 sombras de Grey), se apresta para partir con una compañía de soldados que formará parte de las fuerzas de paz de la ONU situadas en Congo. Irlanda permaneció neutral durante la Segunda Guerra Mundial -dato que puede sorprender a algunos-, de modo que su ejército carecía de experiencia militar, por no haber participado en ningún conflicto desde el final de la guerra civil de 1923, y fueron soldados y oficiales novatos los enviados al polvorín en que se había convertido Katanga. Una compañía de poco más de 150 efectivos fue apostada en el remoto enclave de Jadotville, que fue el lugar elegido por Tshombé y los representantes de las empresas mineras para realizar un ataque de represalia por la intervención de la ONU, para lo cual reunieron algunos miles de combatientes, comandados por mercenarios, muchos de ellos veteranos de la Segunda Guerra Mundial.

Aunque se trata de hechos históricos, no son lo bastante conocidos como para que se pueda hablar de su desenlace y arruinar, de pura mala onda, las incógnitas sobre el resultado del combate entre los inexpertos irlandeses y las fuerzas mercenarias, aunque cualquiera puede imaginarse que no fue vergonzoso para los europeos. Lo que se puede decir sin riesgos es que la película es un raro ejemplo de cine bélico contemporáneo en el que las acciones y desplazamientos se entienden bien. Lejos de las ediciones fragmentadas y violentas con las que los directores actuales quieren emular el ambiente caótico de las batallas (o disimular la escasez de presupuesto), aquí Richie Smyth opta por una fotografía clara y luminosa, con planos generales que permiten siempre tener una buena idea de qué está sucediendo, de las distintas magnitudes de las tropas y del campo general de acción. No hay mucho de qué hablar sobre desarrollo de personajes o progresión dramática, ya que, una vez que el combate se desata, la mayor parte del film está dedicada a él, narrándolo con la minuciosidad con la que se arma un modelo a escala con soldaditos. Casi no hay personajes femeninos en esta película de hombres en batalla (apenas alguna escena irlandesa y un rol menor y bastante caprichoso de Emamnuelle Seigner), y en la lucha sólo se intercalan algunas acciones diplomáticas que dan contexto al asunto. Para el público uruguayo, toda la historia tiene un atractivo extra, que es el de entender un poco más las raíces de los problemas por los que nuestro país tiene tropas desplegadas en Congo, como continuación de un trabajo que aquellos irlandeses comenzaron hace medio siglo y que aún no ha conseguido llevar la paz al castigado país.

Todo es de corte sobrio y entretenido, con algunas observaciones políticas interesantes y poco de la retórica desolada habitual en las películas de guerra. Vale la pena señalar que un diálogo que parece excesivamente televisivo, en el que los soldados aislados y con carencia de municiones y abastecimientos también piden whiskey, es en realidad estrictamente histórico. Después quieren que no haya estereotipos de los irlandeses como borrachos.

The Siege of Jadotville (El asedio de Jadotville)

Dirigida por Richie Smyth. Irlanda, 2016. Con Jamie Dornan, Mark Strong y Guillaume Canet.