Si algo caracterizó al Encuentro Nacional de Mujeres fue justamente la palabra que lo abre. La confrontación, la violencia y el miedo no tuvieron lugar ni dentro ni fuera. Recuerdo el domingo por la noche. Cuarenta y cinco cuadras completas, agrupaciones de mujeres pidiéndonos que formemos filas tomadas de las manos, alentando los cantos. Que se nos escuche, que nos escuchen: “Somos muchas y no tenemos miedo. Ni una menos”.

Cordones de brazos, cuidados de mujeres que no conocía. Por eso, cuando en los medios trascendió el Encuentro como una serie de paredes llenas de grafitis, el vidrio roto de una cadena de comida multinacional y un grupo de mujeres en tetas que se habían pintado “mi cuerpo, mi decisión”, gran parte de la sociedad se escandalizó y comenzó a replicar el discurso mediático que ponía las cosas en otro sitio: “Esas mujeres no me representan”. Los grafitis pusieron en cuestión la tensión entre lo público, lo privado y lo político. Así como también arrastraron discusiones sobre su función social, los mensajes, el modo, el tono. Es decir, las palabras en su sentido performativo. El debate fue arduo, y el balance sobre el Encuentro parcial y determinado por un final televisado entre balas, carteles y activistas. Las quejas y los comentarios sobre las pintadas fueron muchos y muy diversos. Desde vecinos que reclamaban que el Municipio se hiciera cargo, hasta el reconocimiento positivo sobre las pintadas: “Que esté limpio el Tribunal, / por afuera. / Que no importe si ahí adentro / desde su pulcro despacho, / un juez hace bollo la denuncia / número 40 / de una mujer golpeada”. Así comenzaba el poema de Martín Stoianovich que recorrió las redes (Boletín EnREDando, 11/10/2016).

Nueve días más tarde se convocaba al primer paro de mujeres, lesbianas, travestis, trans y bisexuales del que formé parte. Marchamos con el hartazgo de un hecho que comienza a ser un evento cotidiano: un femicidio cada 30 horas. Marchamos en todas las provincias, y paramos una hora de manera simbólica porque “si mi vida no importa, produzcan sin mí”. Por eso, en este escenario la representación ya no es una respuesta. Porque como decía la periodista feminista Sonia Tessa en su Facebook al día siguiente del Encuentro: “En estos días se escucha y lee mucho aquello de ‘esas mujeres no me representan’. El Encuentro no se propone representar a nadie, sino todo lo contrario”. La cuestión es que cada una diga su palabra, por eso en cada taller se participó en nombre propio. Si la representación no es lo que está en juego, ¿por qué tantos se ven conminados a desmarcarse con esa frase? ¿Será que el movimiento de mujeres sigue siendo revulsivo e incómodo?

Por dentro

Cuando supe que el Encuentro Nacional de Mujeres se realizaría durante los días 8, 9 y 10 de octubre, en la ciudad de Rosario, pensé que ya no tenía excusas. Columnas de mujeres arribaban al Monumento Nacional a la Bandera pasadas las diez de la mañana. Las fotos son el rastro de algunos momentos experimentados. Porque el Encuentro fue ante todo un espacio para comenzar a hacerse cargo, algo nuclear que permite la subsistencia de este evento. Como escuché a lo largo de esos días en los diversos espacios, “hay que vivirlo para contarlo”. Ello se deja ver en las palabras que Candela Robles, estudiante de primer año de la Escuela Preuniversitaria Superior de Comercio, escribía para el periódico independiente El Eslabón: “El Encuentro Nacional de Mujeres representó y representará un espacio de militancia en el que los relatos y experiencias de otras mujeres nos conducen a hacernos preguntas para así gestar cambios culturales”. Es militancia en tanto se entiende como un lugar de participación colectiva, heterogéneo y plural, y no como una serie de mujeres que vienen a representar a otras. Como tampoco “se trata de un encuentro o congreso feminista ni antihombre. Eso queda claro cuando lo ves, cuando lo vivís. El Encuentro de Mujeres es de mujeres, sobre mujeres. Nadie viene a representar a nadie. Por eso no es un mero rejunte de hacer catarsis”, según comentarios de otras mujeres que ya habían participado en otros encuentros a la nota “Empoderadas. Un viaje revelador a las profundidades del Movimiento Nacional de Mujeres”, de Laura Hintze.

El Ciudadano, el segundo periódico local, convirtió al Encuentro en tapa, titulándolo “Un río de mujeres”. Unas 70.000 mujeres compartimos, en los cruces de las horas y los días, talleres, muestras, obras, exposiciones, presentaciones, charlas, peñas y ferias, entre otras actividades: un río tumultuoso presente en sus cuerpos, en sus voces. Sobre todo, en los 69 talleres que planteaban y abrían las preguntas que nos hacemos pero que también nos vienen dadas de manera cultural, familiar, social, personal e individual. Somos el relato de otros relatos, porque hemos sido relatadas. Por todo eso, en los talleres se comparten experiencias. No son espacios teóricos ni de disertación, son lugares de intercambio y de miradas de distintas generaciones, de conocimientos y de acciones colectivas. De allí que la invitación a los talleres esté dirigida a mujeres. Contar experiencias implica entender las diferencias que nos convocan, y compartir e intercambiar desde lo propio pero en una relación de pares y no de jerarquías.

Dos temitas

Cada uno de los talleres se llevó a cabo durante las tres jornadas con conclusiones que nuclearon las ideas principales que luego serán compartidas con todas las que fueron parte del Encuentro.

Decidí ir a dos talleres. El primer día participé en uno que se improvisó (por el desborde de los ya determinados y por la demanda) en el patio de la Escuela Normal No 1. Armamos una ronda y comenzamos. Se llamaba “Mujeres y relaciones de pareja”. Incluía temas como los diferentes tipos de amor (amor libre, relaciones sexoafectivas diversas, poliamor), igualdad, subordinación, infidelidad, independencia, celos, crisis, despersonalización y mandatos sociales sobre los roles en la pareja. Los subtemas intentaban establecer un punto de partida posible para abrir el debate. Éramos unas 40 mujeres de diferentes edades y lugares, con parejas diversas (tradicionales, no tradicionales, con hijos, sin hijos, divorciadas, solteras, en pareja, separadas con marido en casa y amante, entre otras). Compartíamos las preguntas pero no las posibles respuestas, y ahí comenzamos a producir y a producirnos en esos relatos.

“El problema es pensar que lo natural es este modo de estar en pareja”, “yo recién ahora, después de haber criado a mis hijas, me decidí a venir”, “a mí no me parece coger con quien me pinte, creo que mi cuerpo es sagrado”, “no me molesta que me sea infiel sino que me mienta”, “nos enseñan a ser cornudas”. Estas son algunas de las frases que abrieron las hebras de un tejido cultural que nos han enseñando, y que tan bien hemos aprendido. Sin intención de convencer a nadie y con ningún otro objetivo que ser mujeres libres, nos encontramos intentando desarmar la relación entre infidelidad y mentira. La pregunta que rondaba y que una de nosotras puso en palabras fue: ¿Existe la monogamia? ¿Es posible construir una pareja desde ahí? Cuestión que trajo de la mano otra: las formas de amor. El libre amor y el poliamor como otras posibilidades. De qué se trata, cómo son. Lo sexual como particularidad, lo sexual como elemental. Lo implícito y lo explícito. “Las relaciones de pareja deben ser explícitas”, dijo una compañera del Chaco y calló: el sobreentendido, lo natural. Decir, acordar, explicitar para desarticular la infidelidad y comenzar a pensar un vínculo sano y libre. Porque después de todo nos unía una misma pregunta con raíz en la libertad: basta de deber. Era hora de comenzar a preguntarse sobre qué deseos, en presente y en singular. Sin duda, esa es la pregunta que cruza todos los talleres.

El sábado asistí a otro: “Mujeres y arte”. Tampoco este grupo era homogéneo. Durante la jornada de la mañana, más de 30 debatimos y nos cuestionamos. El arte como parte de la vida, para qué y para quiénes, cuál es el rol de la trabajadora del arte, la falta de planificaciones con perspectiva de género, la escasez de formación para generar proyectos de autogestión. Saberse artista y asumirse primero, para luego poder pensarse trabajando para otros y con otros.

“Nada más íntimo y personal que hablar del trabajo de una”, manifestó una de las compañeras de Neuquén. “Las artes como un camino que te lleva hasta el borde y te hace ir un poco más allá”. Las mujeres, las lesbianas, las bisexuales produciendo. Porque otras de las conclusiones a las que arribamos es que debemos comenzar a sociabilizar y sistematizar las prácticas.

Sí, en el aula, en el centro cultural, en la Biblioteca Popular, en los semáforos estamos produciendo herramientas pedagógicas, prácticas, formas de vincularse, conocimientos. El desafío al cierre de este taller fue animarse, asumirse no como productos (“Las mujeres nos miramos siendo miradas”), sino como productoras. Incluso, las que con todas las complejidades eligen ser madres, aun sintiendo que “La maternidad es un tatuaje en la cara”.

En uno de los talleres una compañera trajo una anécdota que nos dejó a todas frente a frente. Comentaba que una colega que trabaja asistiendo casos de violencia de género estaba en una comida cuando alguien le preguntó qué parte le gusta del pollo. Ella se dio cuenta de que siempre comía lo que sobraba, después de que en su casa elegían todos. Elegir, asumir, tomar posición. El Encuentro Nacional de Mujeres no se vivió como una invitación, sino como un llamado desde lo singular y hacia lo colectivo a preguntarnos qué deseamos, qué queremos, quiénes somos. Qué parte queremos del pollo.

Rosana Guardalá, desde Rosario