Parece mentira que hayan pasado más de 20 años desde el lanzamiento de la que fue posiblemente la última gran película icónico-generacional de la cultura de sexo, drogas y rock and roll (y un poco de electrónica). Su llegada fue para los jóvenes de los 90 lo que había sido The Wall (Alan Parker, 1982) para los de la década anterior o Busco mi destino (Dennis Hopper, 1969) para los de los años 60. Es decir, una visión glamorosa, pero a la vez dura y pesimista, de la cultura juvenil y su música, que funcionó como espejo de la desorientación ideológica y vital de los veinteañeros occidentales.

Sin embargo, no era exactamente un retrato universal, sino el de una pequeña comunidad de personajes de Edimburgo. La película, cuyo nombre es el de un absurdo juego de observación de trenes, estaba basada en una novela del escritor escocés Irvine Welsh -que visitó Montevideo este año- que, inspirada en la demoledora Última salida para Brooklyn (1964), del estadounidense Hubert Selby Jr, y en los recuerdos juveniles del autor, presentaba una historia coral sobre un grupo de personajes, adictos a la heroína en su mayor parte, y sus andanzas para procurar dicha droga y divertirse en una capital escocesa más bien sórdida y violenta.

La novela fascinó al director inglés Danny Boyle, que había comenzado su carrera con la deslumbrante comedia negra Tumba al ras de la tierra (1994) y que enseguida decidió hacer una adaptación junto con el guionista John Hodge y el actor Ewan McGregor. El resultado conservó el nihilismo y el clima autodestructivo de la novela de Welsh, pero le agregó una extraña euforia, mucha espectacularidad visual y un sentido del humor que hizo de Trainspotting mucho más que una pesadilla urbana, y la película se convirtió en un genuino fenómeno.

Todos los implicados salieron bien parados: Boyle se volvió un nombre requerido en el cine de ambos lados del Atlántico, al igual que McGregor, y Welsh continuó su carrera literaria con una sucesión de éxitos, varios de los cuales fueron adaptados al cine y el teatro. Pero la relación entre los implicados en el fenómeno de Trainspotting se fue enfriando bastante hasta que, en 2009, Boyle comenzó a hablar de su intención de retomar los personajes de aquel clásico. Demoró más de un lustro en llevarlo a cabo, pero finalmente el resultado está a punto de llegar a unos cines que han cambiado mucho.

Elegir las redes

El estreno mundial de Trainspotting 2 está anunciado para el 10 de febrero, es decir, casi 21 años después de su predecesora, y ya ha despertado una ola de nostalgia precoz tanto entre quienes eran veinteañeros cuando apareció la primera -y se han vuelto cuarentones, al igual que sus héroes- como en generaciones menores que descubrieron más tarde el film y no lo consideran un espejo de sí mismos sino un venerable objeto de culto rockero y transgresor.

Esta continuación está basada en la secuela que escribió Welsh de su novela original, llamada Porno y editada en 2002, pero eso no quiere decir que vaya a ser fiel a ese libro, sobre todo si tenemos en cuenta el antecedente de que Boyle se tomó, hace dos décadas, grandes libertades en su adaptación de Trainspotting. Además, de hecho, ha comentado que si bien considera a Porno un buen libro, no le parece una “obra maestra” como su antecesora, por lo que, además de cambiarle el nombre, la adaptación sería en esta ocasión aun más libre y casi se convertiría en una historia original.

Porno encontraba a cuatro de los personajes de Trainspotting -Renton, Begbie, Sick Boy y Spud- alejados del mundo de la heroína (aunque consumiendo apreciables cantidades de cocaína) y dedicados -como el título lo indica- al comercio de pornografía. Por lo que se sabe, Trainspotting 2 tratará marginalmente ese núcleo temático, recuperando además al personaje de Diane -que interpretara Kelly McDonald en la primera película-, ausente en la secuela de Welsh, y el guion, a cargo de John Hedge, ha intentado sintonizar con los tiempos actuales al incluir, además de la pornografía, las nuevas adicciones a las redes sociales y la hipercomunicación con las que los personajes han sustituido el ansia de opiáceos.

Welsh, que tiene un rol como actor en el film, publicó en 2012 una precuela de Trainspotting llamada Skagboys, que cuenta los inicios de la drogadicción de Renton y compañía, pero esta no fue considerada para su adaptación, posiblemente por la dificultad de rejuvenecer a los actores.

Sin embargo, Skagboys podría llegar a la pantalla de forma más doméstica, en compañía de otras historias ya escritas o por escribirse; Welsh declaró en una reciente entrevista para la revista New Musical Express que ya ha comenzado las tratativas para que los personajes de la saga protagonicen una serie o miniserie televisiva basada en sus libros. Según el escritor, la voluntad experimental y transgresora de la actual televisión para abonados ofrece no sólo la posibilidad de presentar un material tan controvertido, sino también la de expandirlo de un modo que sería inviable en el cine.

El sonido del fin de un siglo

Tan impactante y representativa como la película de 1996 había sido su banda de sonido, que ilustraba el universo sonoro de los personajes con temas que, a pesar de ser considerados clásicos menores, eran totalmente nuevos para el público no especializado. Trainspotting fue para muchos la introducción a algunas de las mejores canciones del rock “decadente” de los 70, de la mano de Iggy Pop (“Lust for Life”, “Nightclubbing”), Lou Reed (“Perfect Day”) o Blondie (“Atomic”), pero también a lo mejor del britpop de los 90 (Pulp, Elastica, Primal Scream, Blur). Sin embargo, su tema clave, el que articulaba toda la posmodernidad musical de la película -que de otra forma podría haberse convertido en una mirada casi retro-, no era una canción de rock sucia y hostil, sino una perfecta composición electrónica de Underworld titulada “Born Slippy” (para ser exacto, un oscuro remix de dicho tema titulado “NUXX”), que se había hecho popular en los clubs de música dance de aquel entonces. Tan sólo la inclusión de este eufórico tema hacía de puente entre dos culturas juveniles aparentemente opuestas -no tanto en la Inglaterra de esos días- y significó para muchos rockeros una introducción a la electrónica contemporánea que los mandó directo del cine a la disquería a conseguir compactos de Daft Punk, Leftfield o The Chemical Brothers.

Un disco con los temas que se escuchan en la película, y otro con los que fueron considerados para esta pero no se usaron, se vendieron por millones y, como decíamos, significaron el éxito más o menos tardío para unos cuantos artistas oscuros. No extraña, entonces, que desde que se supo que una secuela de Trainspotting estaba en producción, decenas de bandas ofrecieran sus canciones para que fueran parte de una banda de sonido en la que hay enormes expectativas. “A veces son grandes canciones, pero no encajan en el conjunto. Quien sí espero que pueda entrar en la banda de sonido es el grupo Young Fathers, porque ha creado su propio género: suena a Edimburgo”, dijo Welsh. De momento, la única canción segura -difundida en el trailer- es “Silk”, del grupo londinense Wolf Alice, un elegante tema que recuerda el clima distanciado de los de Iggy Pop incluidos en Trainspotting, pero que suena inequívocamente contemporáneo, aunque es difícil pensar que vaya a generarle a alguien la impresión instantánea de “Born Slippy”, del mismo modo en que repetir el impacto de Trainspotting parece difícil para T2, pero tal vez sea sólo uno de esos prejuicios que vienen con la edad.