La edición de este año del Filbita invita “a pensar en las relaciones entre literatura y las migraciones”. En tus novelas Como si no hubiera que cruzar el mar (2005) y Mar cruzado (2013) abordás esa cuestión. ¿Qué tiene para aportar la literatura infantil y juvenil en un tema que evidentemente tiene tanto que ver con nosotros?

-La de la literatura es una mirada muy distinta de la que los chicos reciben de los textos de historia o de ciencias sociales, en los que ven números, estadísticas generales, fenómenos globales. Lo que hace la literatura es ponerles carne a esas historias por medio de los personajes. Así, el lector asiste a lo que sucede en la cabeza de los protagonistas; de los que se van y de los que se quedan. Se aproxima a lo que sienten, y de ese modo es posible que comprendan lo que sucede en esos procesos, y también que los que experimentan situaciones similares se sientan identificados y quizá acompañados. Si bien mi libro tiene que ver con la crisis de 2001 [en Argentina], y trata un caso de migración por motivos económicos, lo crucé con la inmigración europea de principios del siglo XX, en la que además de las causas económicas había también otras, como las guerras. Una manera de acercar esa sensación de ser el otro, de ser el último en llegar a la escuela, de ser el nuevo, es darles a los lectores el ejemplo de mudarse de barrio, de cambiarse de escuela; esas también, de alguna manera, son migraciones, en las que uno se cuestiona su identidad en la medida en que tiene que integrarse a un grupo que ya tiene un perfil o una identidad propia.

Mar cruzado lo presentaste primero en un blog.

-Mar cruzado es la vuelta de Carolina. Como si no hubiera que cruzar el mar estuvo inspirado en un viaje mío al exterior con mi familia. La editora siempre me decía que tenía que escribir la vuelta, pero yo no podía hacerlo, y de hecho no pude hasta mi regreso. Mar cruzado comienza con el padre diciendo: “Volvamos a casa”. Para él, “casa” es la Argentina, mientras que Carolina, que ya tiene 16 años, cuatro más que en el viaje de ida, dice “pero para mí ‘casa’ es esto”. En esa tensión que se produce, ella encuentra una manera de canalizar eso que tiene que hacer sí o sí, porque debe obedecer a sus papás. Es lo que pasa con los personajes adolescentes y con los adolescentes reales: tienen ya un sistema de creencias, sus propias opiniones, pero no son autónomos. La manera que ella encuentra de unir los dos mundos es virtual: empieza a escribir sus experiencias en un blog. La voz cantante de la novela la llevaba ella en el blog, mientras que los personajes iban comentando; el lector tenía que construir lo que estaba pasando. Se publicaban dos capítulos por semana, y los lectores podían incorporarse comentando a la par y con el mismo estatus que los personajes. Algunos se compenetraban con la historia y hablaban con los personajes, les decían lo que tenían que hacer, mientras que otros se mantenían por encima de ese plano de la ficción y se dirigían a mí.

Mañana en el Filbita vas a hablar de la formación de lectores, bajo la consigna “no se trata de vivir para leer, sino de leer para vivir”...

-“¡Que hasta las piedras lean!”. Voy a hacer un taller; si bien llevo bastante soporte teórico, va a ser una aproximación teórico-práctica. Uno de los temas que me apasionan en este momento es cómo hacer que los chicos entren a la lectura de por vida. La idea es pensar desde dónde la escuela puede sumar a los padres, desde dónde puede sumar a la comunidad para que no todo quede asociado a la institución. Si bien tenemos la suerte de que la literatura está bastante presente en las escuelas, creo que hay que desescolarizarla, aunque suene paradójico. Los planes de fomento de la lectura apuntan a sujetos cautivos: los niños en la escuela. Pero los más difíciles son los papás, y están más difíciles ahora por el modo en que se dan las relaciones entre chicos y adultos, por las pantallas que interfieren, incluso por la ausencia de esa relación tan linda que se daba antes entre abuelos y nietos, que se ha deteriorado porque los chicos tienen un montón de actividades y los abuelos son más juveniles y tienen sus agendas propias. Se está perdiendo lo que tiene que ver con la literatura oral: las cosas que nos cantaban los abuelos, las adivinanzas, las coplas, los trabalenguas. Eso dificulta el disfrute de la poesía, porque antes los chicos venían con ese bagaje de las casas, y uno construía a partir de ahí el lenguaje poético, la sonoridad, etcétera. Ahora hay que trabajar a partir de antologías escritas. Otra cosa que se está perdiendo, sobre todo en los más chicos, son los períodos de atención. Esto lo he observado y conversado con maestros, con otros autores, con narradores. Los más pequeños tienen muy reducido el período de atención, es algo muy notorio. A veces ni siquiera resisten un cuento corto si se les propone escucharlo sin un soporte de imagen. Enseguida dicen: “A ver...”. Yo creo que es una cuestión en la que se puede educarlos. En muchas escuelas hay bibliotecarias con muy buena intención que se chocan con docentes que están muy preocupados por el cumplimiento de la currícula pero no le destinan tiempo a la lectura. Simplemente la lectura. Si vos les leés todos los días un cuento, los vas acostumbrando a ese momento de tranquilidad, en el que suena la palabra y podés imaginar. Si no lo hacés, no sucede.

Y el sábado vas a hacer un taller de poesía dirigido a niños, “Nube con forma de nube”.

-Este año saqué un libro con ese título. Las nubes son como la palabra poética: vos decís “rosa” pero capaz que estás diciendo “boca”, y las nubes son gotitas de agua pero a la vez son un dragón, un elefante, un pajarito. Vamos a trabajar en torno a la mutación de los significados y de las nubes, a dibujar, a leer; veremos qué sale.

En varios de tus libros recorrés el universo de la fantasía y los seres que conforman la imaginería de los cuentos tradicionales: hadas, brujas, ogros, dragones, duendes, princesas. ¿Te propusiste un abordaje abarcativo o fueron surgiendo?

-En parte hice ese recorrido por gusto, pero también es cierto que uno no maneja completamente la dirección que lleva la obra. El primer texto que publiqué para chicos fue Las hadas sueltas [2002], que publiqué con Canela [la escritora y editora ítaloargentina Gigliola Zecchin] en Sudamericana. Le fue muy bien -una cosa un poco rara, porque la entrada de la poesía a las escuelas suele ser algo muy temido-, y Canela me propuso hacerles la contra a las hadas: las brujas. Después vinieron solos los ogros, los dragones, el libro de los hechizos. Fue una manera de aproximar a los niños a la poesía por intermedio de esos personajes que les gustan mucho. Son libros que se siguen leyendo, tienen varias generaciones de lectores. Siempre tiño a estos personajes de cotidianidad. No me gustan las princesas acartonadas. La protagonista de Nube de corazón [2011], por ejemplo, está tan agobiada por los protocolos de la corte que al final, cuando se libera y se pone a bailar en una fiesta de palacio, hace una reverencia y se tira un pedo. Hay una intención de desacartonar al personaje, de desestereotiparlo. Ese cuento lo leí por primera vez en una Feria del Libro de Buenos Aires. Todas las nenas estaban encantadas haciendo los movimientos de la princesa mientras yo lo iba recitando acompañando con el cuerpo, y cuando llegamos a ese momento hago la reverencia y digo lo que le pasó a la princesa, ellas se quedaron congeladas porque no querían hacer eso. Fue un shock y enseguida vino la risa. Pero la risa de los papás no vino: estaban molestos por esa palabra.

Este año ganaste el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños que otorga el Fondo de Cultura Económica. Un premio que recibió la uruguaya Mercedes Calvo en 2008, y que el año pasado se llevó otra argentina, Laura Escudero. Hace unos días, el escritor Germán Machado hacía hincapié en la calidad de la poesía para niños que se está escribiendo en Argentina.

-Un especialista de la Universidad de Zaragoza dice que la poesía para niños es la Cenicienta de la Cenicienta... Hubo una especie de florecimiento de la poesía a raíz de que hace unos tres años el Plan de Lectura hizo una convocatoria a las editoriales para los géneros más desfavorecidos, entre ellos la poesía. Las editoriales se vieron compelidas y hubo una reacción de “hay que sacar poesía porque van a comprar poesía”. Lo bueno fue que eso puso al género en un lugar un poco más favorable: salieron muchos libros, algunos buenos y otros no tanto. Creo que la poesía encuentra ahora su lugar no en las editoriales grandes, que tienen las colecciones tradicionales que van al aula, sino en otras más chiquitas, más exquisitas, como Pequeño Editor o Calibroscopio, entre otras, porque trabajan una estética integral del libro y la poesía se presta mucho para ese juego. A eso se suman estos premios. Hay varios premios de poesía que es interesante seguir, porque marcan los caminos de lo que se está editando en toda América Latina. Además del que otorga el Fondo de Cultura Económica, está, por ejemplo, el Ciudad de Orihuela, de [la editorial gallega] Kalandraka, en el que Nube con forma de nube fue finalista en 2011, y luego decidieron publicarlo. En América Latina son más reacios, mientras que en España están más dispuestos a publicar poesía, sin tantas vueltas.

En tu poesía hay una mirada atenta a la maravilla de lo pequeño, de lo cotidiano, se evidencia una relación peculiar con la naturaleza por medio de una observación atenta. ¿Podría decirse que la poesía es ese foco que amplía lo que está ahí y parece no tener importancia?

-Esa es la función de la poesía, de algún modo. Ese ojo miope. Detenerse en lo que los demás no se detienen. Cuando ves jugar a un bebé, la más ínfima miguita vos no la ves pero él sí, y la está agarrando. Es ese ojo. El de decir “pará: mirá esto”. Mirá cómo le da la luz a la hoja. Es algo que no se repite, que está acá, que es único. Dura nada. Miralo. Es eso. Poner la lente en esas cosas, detenernos. Hay un autor que habla del imperialismo del relato. Vivimos cercados de relatos: los videojuegos son historias, la tele son series que son cadenas de historias, los noticieros nos cuentan historias, vas al psicoanalista y le contás tu historia. Lo que tiene la historia es que te va llevando en su trencito y vos hacés un camino en el tiempo. La poesía, en ese mismo tren, te obliga a parar en cada estación. Es otro modo de funcionamiento de la cabeza. Está bueno poder manejar la cabeza en los dos modos y setearse en uno o en otro.

A lo largo de tu carrera te has vinculado con la literatura desde distintos lugares: como académica, como editora, como escritora. ¿Se han complementado esas miradas?

-No es que una elija mucho: la vida te propone y te va llevando. Fui yendo de un trabajo al otro, siempre vinculada con los libros y con la gente, incluso en el trabajo académico, porque daba clase. La verdad es que esas cosas se van intersectando. Por ejemplo, al escribir un libro lo corrijo con mirada de editora, y las editoras quedan chochas. Por otra parte, me gusta mucho compartir las cosas que escribo y que descubro, y por eso me atrae la docencia. Si bien es cansador y me quita tiempo para escribir, vincularme con personas a través de los libros es muy placentero.