Leer Eres hermosa, la novela de Chuck Palahniuk es una experiencia desconcertante por momentos, tediosa por otros, entretenida aquí y allá, y en extremo irritante al final.

La premisa es más o menos así: un científico loco inventa una serie de juguetes sexuales que ofrecen a las mujeres orgasmos a nivel de hipernova galáctica o colisión de cuásares. La idea declarada al público es que los hombres (que, señala el libro una y otra vez, son inútiles a la hora de ofrecer placer, salvo los que han aprendido ciertas técnicas tántricas) se vuelvan obsoletos e innecesarios, pero en realidad se trata de un plan para dominar el mundo, ya que los juguetes terminan implantando nanobots en las mujeres que los usan, volviéndolas esclavas en una escala compatible con The Matrix. El científico loco (apodado “El Gran Clímax”) testea sus invenciones en la protagonista de la novela, otro cliché monstruoso al mejor estilo Bridget Jones. Tratándose de Palahniuk, el lector sabe a qué atenerse: hay muchas escenas que se pretenden transgresoras, repugnantes e inquietantes (gente empalada en consoladores, mujeres que mueren por experimentar más placer del que puede soportar un cuerpo humano, sangre, fluidos corporales, violaciones); una (más que obvia, y a miles de años luz de cualquier sutileza o incluso lucidez) crítica al capitalismo, a la sociedad de consumo y bla bla bla; una suerte de coqueteo con diversos feminismos; sátira y humor negro o más o menos negro.

Por momentos, funciona y el libro se vuelve interesante, pero también llega el punto en que todo se vuelve demasiado berreta. Es cierto que cabe leer la novela como un ejercicio de apropiación de modos narrativos de las soap opera o culebrones más bizarros, que la manipulación de clichés de la cultura popular no necesariamente impide la confección de tramas e ideas interesantes, que obviamente a Palahniuk no le importa esa boba exigencia de la literatura mainstream de “crear personajes con carnadura humana”, que tampoco se le exige que su aparente feminismo sea por lo menos coherente consigo mismo, pero, terminado el libro, la sensación de que uno acaba de ser estafado es difícil de esquivar.

Quizá el problema está en el final, entonces y sería mejor pensar que es una obra básicamente humorística, a la que no hay que buscarle vueltas, pero los temas que se pretende tocar reclaman algo más. Una reseñista (Lily Burana, para The Washington Post) señaló que, para ser un libro centrado en el orgasmo femenino, todo lo que dice parece más bien fingido, y es fácil estar de acuerdo: hay cierta ansiedad por estar a la altura de un estándar personal (el del libro transgresor y chocante a la Palahniuk), cierto descuido o torpeza al hacer aparecer y desaparecer monstruitos, y revelaciones y explicaciones de último momento que -en un libro que página a página va preparándolas muy visiblemente-, cuando al fin llegan, desilusionan, tanto que hubiese sido mejor que no aparecieran.

¿Es un libro machista, en última instancia, al menos por desmontar con cierta malignidad tópicos del feminismo de tercera ola? Cabe preguntárselo, supongo. Hay algo así como una utopía feminista efectivamente concretada, pero Palahniuk no escribe El hombre hembra (1975), de Joanna Russ, o La pasión de la nueva Eva (1977), de Angela Carter; apenas le da una vuelta a la idea para señalar que, al final, todo eso sólo causará más y más violaciones en las calles, y que las mujeres que buscan alguna forma de liberación con respecto a sus propios cuerpos terminarán esclavizadas por un hombre blanco, rico y heterosexual, que domina la ciencia y la tecnología y que personifica al capitalismo y sus medios de control. Porque, salvo apelando a gurúes de Nepal, no hay mucho que hacer.

Quizá haya un difuso comienzo de debate ahí, pero cuando la novela se esfuerza por contarnos que, a su manera, todo eso pasó por amor, ya se fue al carajo y cabe preguntarse si Palahniuk quiso decir algo (y le salió mal) o si en realidad no quería decir nada (y por lo tanto leímos 200 y pico de páginas de espuma que podría ser, al menos, más consistentemente graciosa), sino apenas molestar un poco por ahí. Supongo que lo último es válido en tanto literatura, pero, insisto, ni los chistes son tan graciosos como para justificarlo -por lo menos, para quien no sea perdidamente fan del autor-, ni las ideas son interesantes en sí mismas, con independencia del desarrollo que se les da. Si la novela terminara antes de ese momento o si hubiera una vuelta de tuerca posterior, ahí quizá... quizá...

Nota al margen: alguien me dijo hace tiempo que Palahniuk es como “un Ballard para tontos”. Quizá tenía razón, pero más en cuanto a las tonterías que a cualquier relación posible con la obra del maestro inglés.

Eres hermosa

De Chuck Palahniuk. Random House, 2016. 247 páginas.