Que el diputado Gonzalo Mujica haya resuelto votar la formación de una comisión investigadora parlamentaria sobre los negocios de la empresa Aire Fresco relacionados con Venezuela, contra lo resuelto por la bancada del Frente Amplio (FA), puede ser considerado una actitud respetable si responde a sus convicciones. Por supuesto que el FA, de acuerdo con sus normas internas, tiene derecho a juzgar la conducta de Mujica y sancionarlo si considera que así corresponde, pero es claro que cualquier legislador puede enfrentarse a situaciones en las que su conciencia le imponga correr ese tipo de riesgos. Lo que no tiene asidero político, racional ni ético es que el diputado haya anunciado que ya no tendrá en cuenta lo que opine el FA para decidir qué vota en ninguna de las cuestiones que se le planteen como legislador, pero que se sigue considerando, por ahora, frenteamplista, y no tiene la menor intención de renunciar al cargo que ocupa.

La justificación que Mujica se concede, alegando que varios fundadores del FA en 1971 eran legisladores colorados y blancos que no renunciaron a sus bancas, está traída de los pelos. Habla de un momento histórico de autoritarismo, violencia y profunda división de la sociedad y el sistema partidario. Un momento en el que, por ejemplo, al amparo de medidas prontas de seguridad decretadas por el Poder Ejecutivo, la represión se desbocó hasta la tortura y el asesinato, y renunciar a un lugar en el Parlamento era quitarles un voto a las mociones de levantamiento de esas medidas, de censura de ministros o -justamente- de formación de comisiones investigadoras sobre hechos gravísimos.

Si Mujica piensa que el conjunto de las posiciones del FA lo desliga por completo de esa fuerza política, lo único digno que puede hacer es formalizar la separación, y al irse del FA también tendría que renunciar a la Cámara de Representantes. Él y muchas personas que han comentado su decisión piensan que una cuestión moral como esta se vuelve relativa al tener en cuenta qué ha pasado en otros casos. O sea, han perdido de vista por completo qué es la moral. Y eso es mucho más peligroso que la pérdida de la mayoría oficialista en Diputados.