Alcanza ver cualquier cartelera cinematográfica o la programación de los principales canales mundiales para verificar que los otrora semimarginales géneros de la ciencia ficción y de los superhéroes se han convertido no sólo en parte totalmente integrada del mainstream audiovisual, sino también en sus productos más llamativos y exitosos, por lo cual es perfectamente lógico que el cine y la televisión de América del Sur estén incursionando con cada vez mayor decisión en esos géneros. 2016 ha visto en particular la llegada de proyectos tan ambiciosos como la serie argentina Nafta súper, de Space -una aproximación “barrial” a un concepto alternativo de las historias de superhéroes- o la colombiana 2091, de Fox, que se aproxima al universo de los gamers y a la realidad virtual en clave de aventura.

Más allá de los respectivos méritos y defectos de esas dos series, que merecerían notas más detalladas, una carencia común de ambas tiene que ver con limitaciones técnicas que sobrepasan sus posibles buenas intenciones. Los productos actuales de fantasía superheroica y ciencia ficción se caracterizan por su despliegue de producción de efectos especiales y su familiaridad con este lenguaje visual, y aun si las limitaciones de tal ingrediente son suplidas o compensadas con algo de ironía, como en el caso de Nafta súper, o con un máximo aprovechamiento de recursos limitados, como en 2091, es imposible evitar al verlas cierta sensación de subalternidad cultural, de emulación esforzada pero fallida de un lenguaje más propio de quienes manejan otros medios y otra tradición narrativa. Es en comparación con esos intentos que la serie brasileña 3%, dirigida por el uruguayo César Charlone y producida por Netflix, parece señalar un camino distinto, mucho más interesante y logrado, en el que la inteligencia y lo conceptual priman sobre la opulencia técnica y la mera imitación de los modelos del primer mundo.

La serie está basada en una historia de Pedro Aguilera y describe una sociedad en un futuro inciertamente distante (por lo menos a un siglo de nuestros días), aparentemente devastada por algún tipo de catástrofe climático-bélica (nunca explicitada) y donde la población está dividida en forma tajante entre quienes viven en la más absoluta pobreza en “el Continente” -representado por una destartalada ciudad situada en una depresión geográfica de un entorno fácilmente identificable como brasileño-, y quienes lo hacen en el lujo y la comodidad de algún lugar de ultramar llamado “Maralto” (que, por lo que se ve brevemente en la presentación, parece estar por lo menos cerca de la isla de Fernando de Noronha).

Ambos estratos sociales -dirigido y dominado el del Continente por la oligarquía de ultramar- carecen de contacto, y la única posibilidad de movilidad social desde el primero al segundo es una especie de compleja competencia anual llamada “el Proceso”, en la cual cada generación de jóvenes del Continente que cumple 20 años de edad se presenta a una serie de pruebas selectivas, y el 3% que da nombre a la serie es admitido en la elite dominante, mientras que el restante 97% tiene que regresar a vivir el resto de su vida en la pobreza abyecta continental.

Los aspirantes -entre los que hay esperanzados soñadores, ambiciosos dispuestos a todo, cínicos marginales y algunos revolucionarios infiltrados que pertenecen a una organización clandestina llamada La Causa- compiten entre sí y contra sí mismos para llegar a formar parte del privilegiado 3%, y la serie sigue las aventuras de un pequeño grupo de ellos durante ese “proceso”, en el que no sólo se juegan su ascenso social, sino también, en ocasiones, la vida.

El triunfo de la inteligencia

3% ha sido comparada porfiadamente con la serie cinematográfica Los juegos del hambre, y eso es comprensible por algunos parecidos superficiales de sus competencias entre desposeídos organizadas por una oligarquía (lo que, de todos modos, no es precisamente una idea novedosa en el terreno de la ciencia ficción), pero resulta injusto para ambas partes. Por un lado, los fans de las películas protagonizadas por Jennifer Lawrence casi de seguro se sentirán desilusionados por la escasa violencia (física) y la modestia de producción de 3%, cuyas diferencias con aquella saga de films carísimos son como las de un documental sobre un lagarto overo y Godzilla; pero sobre todo es una comparación injusta para la serie brasileña, que es mucho más inteligente y llena de matices y lecturas que las simples oposiciones planteadas en las películas (basadas en novelas de Suzanne Collins).

Antes que nada, es destacable que, a pesar de plantear un orden social injusto y opresivo (y la resistencia a este), 3% escoge un camino inusual en las series de ciencia ficción actuales: el de plantear un proceso selectivo que no consiste en pruebas eliminatorias relacionadas con la belicosidad o la destreza física individuales, sino en la capacidad para reaccionar en situaciones que requieren inteligencia o acción colectiva.

Al mantener el número de los posibles seleccionados en abstracto, como un porcentaje (nunca se sabe cuántos son los aspirantes originales, así que tampoco se conoce cuántos triunfadores podrán ser parte del 3%, de modo que -en teoría- pueden lograrlo todos los personajes protagónicos), el atractivo no es tanto saber quiénes conseguirán superar las pruebas, sino cómo lo harán. Y tanto esas pruebas como las soluciones son, casi siempre, notablemente ingeniosas. Además, el proceso de selección no es el único juego que presenta la serie, sino un elemento más de las relaciones entre un conjunto de personajes que se nos van descubriendo de a poco, con roles moralmente difusos y móviles, en un planteo que evita definiciones simples de héroes y villanos.

Es complicado, entonces, escribir sobre 3%, una serie con muchos giros bastante inesperados, sin caer en los temidos spoilers, y es mejor no adelantar los momentos más intensos y significativos de su desarrollo. Pero vale la pena señalar que esos giros, más que buscar la sorpresa inmediata por sí misma, parecen motivados por una encomiable voluntad de no presentar la historia en términos maniqueos, y de ni siquiera definirse de forma unívoca en lo ideológico.

El poder de Maralto no se apoya en discriminaciones raciales o sexuales, ni en un totalitarismo orwelliano de evidente maldad represiva, sino en un darwinismo social que no está basado en la acumulación económica o el predominio del más fuerte, sino en una meritocracia compleja, con la virtud de que es presentada por momentos como horrible y en otros como extrañamente racional. No hay que hacer mucha fuerza para imaginarse de qué lado se paran los realizadores, pero esta postura en ningún momento es impuesta en términos discursivos-moralistas.

En otras palabras,3% les da a sus espectadores, como a sus participantes ficcionales, un amplio margen de autonomía en relación con lo que tienen ante sí, y lo que presenta no es una historia de un futuro lejano y exótico, sino una visión espejada y amplificada de la carrera de todos contra todos que propone la sociedad actual.

Economía de bienes escasos

Para ser una serie de ciencia ficción, 3% está casi vacía de efectos especiales. Salvo algunos diseños de hardware que aparentan una tecnología superior a la actual (pero que posiblemente ya existan en alguna parte de Silicon Valley, ya que no parecen precisamente milagrosos), toda la tecnología visible en la serie es muy similar a la actual, aunque esté localizada por lo menos dentro de 100 años. Incluso elementos tan omnipresentes hoy en día como internet parecen ausentes casi por completo, tanto entre los desposeídos aspirantes como en la elite selectora.

Las locaciones de los sectores pobres fueron filmadas en barrios carenciados de San Pablo, y el edificio aparentemente supertecnológico donde se desarrolla el Proceso podría ser cualquiera de la actualidad con arquitectura más o menos neomodernista. Charlone opta por una fotografía mucho más “limpia” que la que usó en Ciudad de Dios, y por una edición relajada, de planos de mediana duración y cero efectismo sorpresivo, lo cual profundiza el parecido estético de la serie con la ciencia ficción pesimista y distópica de los años 70 (es decir, la previa a que Star Wars cambiara todas las reglas del juego), cuando todavía lo conceptual y lo inesperado primaban sobre el lujo de producción.

A veces esta encomiable simpleza se filtra en el resultado artístico: a pesar de toda la inteligencia que demuestra tanto en su producción como en sus guiones, 3% deja pasar algunas inconsistencias argumentales que pueden resultar muy molestas para los espectadores atentos y meticulosos (y los espectadores de ciencia ficción inteligente suelen ser, justamente, muy atentos y meticulosos). Hay escáneres biológicos de tecnología futurista que sin embargo no detectan una cápsula metálica; hay conversaciones comprometedoras que no son escuchadas ni registradas por un sistema de vigilancia que suponemos omnipresente; hay interrogadores y psicólogos engañados con rara facilidad, sistemas policíacos que no pueden capturar a revolucionarios inexpertos... Es decir, hay una serie de pequeñas trampas que la serie utiliza para que su narrativa no colapse y sus personajes puedan mantener cierto grado de autonomía y misterio, lo que puede ser válido pero hace ruido en una serie tan cuidada como esta.

También las actuaciones son irregulares, con cierta propensión al exceso, y algunas de las escenas más dinámicas son resueltas con algo de torpeza. Todo esto confirma una obra con algunos defectos e incomodidades, pero que siempre se levanta y sale airosa cuando parece estar derrapando hacia el absurdo o lo incongruente, y que consigue atar sus cabos sueltos con un gran sentido de la unidad, visión general y, no pocas veces, genuina emoción.

En una entrevista reciente de Charlone con este medio, el director explicaba que era frecuente la preferencia de jóvenes brasileños por la versión doblada al inglés, ya que les resultaba muy incómoda una historia futurista hablada en portugués. Los más bien colonizados reclamantes deberían haber pedido que toda la serie se hiciera de nuevo, porque 3% irradia mucho Brasil por todas partes, como si fuera una feijoada musicalizada con temas de Bezerra da Silva. Los rostros, las expresiones verbales, las locaciones, la temática, todo es tan profundamente brasileño (que Charlone sea uruguayo es irrelevante) y tan contemporáneo que uno perfectamente puede olvidarse de que es una serie de ciencia ficción y pensar que simplemente está frente a un nuevo reality show, un poco más explícito en su crueldad pero similarmente despiadado. Algo que está pasando y que tal vez una serie como 3% está intentando comprender.