Si en algo es claro el impacto inicial del resultado electoral de Estados Unidos es en que ha recrudecido la incertidumbre en el mundo. Sea por los anuncios del presidente electo de ese país, Donald Trump, en relación con un énfasis proteccionista (con un claro talante populista), sea por sus cuestionamientos al manejo monetario de la Reserva Federal, el piso se está moviendo con más intensidad. Dicho sea de paso, parecía que los impulsos de debilitamiento institucional en cuanto a los roles bancocentralistas y regulatorios eran privativos de los países subdesarrollados, pero, evidentemente, eso también pasa en la potencia del norte. Los efectos sobre los mercados financieros internacionales, ya bastante volátiles desde la crisis financiera de 2008, no se hicieron esperar. La situación de estas semanas refleja un “ruido” considerable, que dificulta la toma de decisiones financieras y no permite sacar conclusiones rápidas con respecto a las tendencias que se verán en los próximos meses.

Cuánto de lo que propuso en la campaña electoral podrá Trump implementar dependerá de las restricciones institucionales de la economía, la política y la sociedad estadounidenses. Y eso es muy difícil de pronosticar por el momento.

Si a esto le sumamos los ingredientes que Europa adiciona al ambiente volátil e incierto, tales como el triunfo del Brexit, los impulsos populistas de derecha en Francia y otros países del viejo continente, las consecuencias del referéndum constitucional en Italia, etcétera, vemos que desde allí tampoco hay factores de estabilidad que permitan ser demasiado optimistas en la materia.

Y es que, a lo mejor, aquello de “It’s the economy, stupid!” sigue teniendo vigencia: las crisis y las recesiones en los países desarrollados, el desempleo, la pérdida de ingresos y de casas, etcétera, pueden ser lo que traen estos lodos en la arena política, con populismo, xenofobia, encierro y primitivismo.

La debilidad de las economías avanzadas fue compensada en los años anteriores con un fuerte incremento de la demanda de los llamados “países emergentes”, con el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) a la cabeza. Lamentablemente, de esas cinco economías pujantes, ya hace un buen tiempo que sólo quedan dos tirando del carro: China e India. Si bien la economía china se ha desacelerado, aún mantiene un ritmo de crecimiento que permite sostener niveles de demanda y precios atractivos de bienes estandarizados (commodities), particularmente para los rubros que exporta Uruguay. Esto se debe a que dicha desaceleración no es homogénea en todos sus componentes: las exportaciones y la inversión se han enfriado más que el consumo doméstico, entre otras cosas por decisiones de viraje del patrón de desarrollo aprobadas en el congreso del Partido Comunista. Por lo tanto, el desplome de precios ha sido más pronunciado en los bienes energéticos, minerales y metales que en los alimenticios. La reducción de los precios de nuestras exportaciones se debe más a un efecto “de unidad de medida” que a una menor demanda global. El fortalecimiento del dólar que ha operado desde mediados de 2013 ha hecho que los mismos valores de exportación se expresen en un número menor en dólares, y ese es un efecto global.

Más allá de que la situación de China contribuye a estabilizar las relaciones comerciales, eso no está exento de riesgos, sobre todo asociados al funcionamiento de su sistema financiero. Este no se conoce en profundidad, pero muestra tendencias que generarían preocupación en cualquier parte del mundo: el despliegue amplio de la banca en las sombras (shadow banking) y el rápido incremento del crédito interno, que hoy equivale a dos veces y media su Producto Interno Bruto (PIB). Sólo para tener como referencia de evaluación de riesgos, el crédito en Uruguay no llega a representar 30% del PIB. El mercado de capitales en el milenario país también es foco de preocupación. Basta recordar la volatilidad que transmitió cuando la Bolsa de Shanghái experimentó una burbuja financiera con su correspondiente “explosión”, sumado a la inexperiencia de las autoridades chinas para afrontar ese tipo de eventos. Ese hecho llevó a un aumento en la aversión al riesgo de todos los países emergentes en los mercados internacionales.

Cabe destacar que, si bien hoy el dólar es más potente que hace tres años, el proceso de fortalecimiento tendencial (que es el previsible en base a un crecimiento más consistente de la economía estadounidense y del gradual incremento de las tasas de interés) está lejos de ser lineal y se procesa con una evolución extremadamente volátil, dado que responde “violentamente” tanto a datos de coyuntura económica como a información de los procesos políticos en los países desarrollados. Los capitales vuelan hacia instrumentos en dólares en momentos de mayor incertidumbre, aunque la fuente de esa incertidumbre esté en el propio Estados Unidos, paradójicamente.

Ese ir y venir de los capitales hacia países emergentes (ahora de forma más “discriminada” a favor de aquellos que han mostrado más resiliencia para afrontar los cambios en el entorno global) genera desafíos permanentes para el manejo macroeconómico y financiero. En el caso de Uruguay, se ha podido navegar en estas aguas turbulentas con razonable serenidad, dado que se había conformado una plataforma financiera basada en el enfoque de la administración de los riesgos, pilar imprescindible en el mundo de hoy. Este soporte de risk management es el complemento central de una política económica diseñada a partir del balance de objetivos (estabilidad de precios, competitividad, estabilidad financiera, sustentabilidad de las cuentas públicas) y de la consistencia de políticas (fiscal, monetaria, comercial, de ingresos, financiera, etcétera).

La región no ha sido un factor que contribuyera de manera sustancial a la estabilidad externa y al crecimiento de nuestra economía. Mirada de manera conjunta, hace un quinquenio que no crece (incluso Brasil ha caído sensiblemente en los últimos dos años). En el corto plazo, hay algún impacto positivo por la reversión de las medidas distorsionantes que se instalaron en Argentina (dualidad y cepo cambiario, limitaciones a las importaciones, recargos al uso de tarjetas en el exterior, medidas administrativas que obstaculizaban los trasbordos en puertos uruguayos, etcétera). De todas maneras, eso no puede impedirnos ver la constelación de riesgos latentes en la macroeconomía argentina (alta inflación, alto déficit fiscal, falta de crecimiento, etcétera), que debería ser atacada a la brevedad, lo cual se ve complicado por la cercanía de las elecciones de medio período. El caso de Brasil no luce más prometedor. Los problemas macroeconómicos y financieros (caída del producto, inflación creciente, altísimo déficit público, mayor desempleo, pérdida del grado de inversión, etcétera) se potencian por la situación política, que lejos está de resolverse y de arrojar señales de estabilidad. Todo lo contrario, a la indignante expulsión de la presidenta Dilma Rousseff le ha seguido una serie de episodios que muestran la incapacidad de “reordenar la casa”, en un contexto de debilitamiento institucional y de denuncias de corrupción generalizadas.

Aun en un marco volátil e incierto, plagado de riesgos a nivel internacional y regional, la economía uruguaya no ha parado de crecer, aunque acompañando la desaceleración global. Tanto el gobierno como los analistas privados, los organismos multilaterales y las calificadoras de riesgo estiman que 2016 será el año de menor crecimiento del PIB y que las perspectivas de los próximos años implican tasas sensiblemente más decentes.

Una vez más, al igual que en oportunidad de la crisis financiera internacional de 2008-2009, de los efectos de los problemas en Europa de 2011-2012 y de los cambios en el contexto global a partir de 2013, la economía uruguaya muestra fortalezas. Estas fueron construidas de manera consciente a partir de políticas y estrategias de mitigación de vulnerabilidades y el impulso a las capacidades productivas y sociales, aprovechando un contexto global que, a pesar de lo mencionado, ofrecía oportunidades. Los temas que quedan por resolver siguen siendo relevantes y no están exentos de dificultades de diversa naturaleza; allí, justamente, reside el desafío. Pero, nuevamente, podemos navegar con serenidad sobre una plataforma que ya ha mostrado su resiliencia y que nos permite ser optimistas para el futuro cercano.

Mario Bergara Presidente del Banco Central del Uruguay