“Sabes que alguien dijo que el mundo es un escenario / Y cada uno debe interpretar un papel”. Con “Are You Lonesome Tonight?” -de Elvis Presley- sonando, el público descubre que un gran ventanal lo distancia de una cocina. Pero hay más: las ventanas se abren y se cierran manteniendo intacta esa frontera, que a veces se transforma en una gran pantalla, y en otras se convierte en un balcón que habilita mínimas complicidades entre el espectador y algún personaje. En ese espacio cerrado y aislado de la platea se potenciará la escalada de tensiones y conflictos: por un lado, Gloria y sus amigos (juegan a las cartas, bailan, se ríen, elucubran), y por otro, Gloria y sus hermanos Penny, Mauricio y Andrés; dos universos paralelos con un único punto de fuga: Gloria.

En esta puesta contundente de 45 minutos se construye una verdadera experiencia escénica, y a través de la fragilidad y la ruptura de los vínculos, se tensa la vida cotidiana, lo íntimo y lo doméstico. Y, como la mayoría de las veces, esto se logra por medio de una serie de personajes atormentados y solitarios, adultos que crecieron en el cruel temporal del invierno y el desamor. Desde ahí construyen sus universos imaginados, sus culpas, sus artificios, y un clima brumoso y ocre que comienza a apoderarse de ese itinerario febril. Como aquella escena de La celebración (1998), del danés Thomas Vinterberg, en la que, en plena fiesta, el hijo acusa al padre de abuso sexual, en esta disección de los vínculos no hay lugar para emociones felices, porque lo que se traza es un fresco desolado, grotesco y absurdo, mediante una puesta muy cuidada, en la que el desplazamiento de los cuerpos se vuelve parte de una coreografía profana. Así, ese viaje incierto se transforma en una mutilación o una prolongación de la vida, que sólo se puede aguantar mintiéndola.

Con esta pieza, Roberto Suárez vuelve a la actuación 13 años después de Ulrich: el niño que venció al tiempo (2003), y lo hace con esa capacidad de retener los matices esenciales de un personaje monstruoso y fascinante. Lo mismo sucede con los demás, que se mantienen en interpretaciones contenidas, al borde, surreales, violentas o siniestras.

Hace tres años, Bruno Pereyra, director de Silencio (breve historia para voyeurs), había montado Lavanderas a partir de un entrenamiento actoral. Después de asistir a un taller con Ricardo Bartís, el estímulo a la búsqueda y la investigación marcó sus nuevos proyectos. Cuando se propuso trabajar sobre la multiplicidad de realidades y el juego con la cuarta dimensión, el motor fue seguir un entrenamiento actoral a partir de la exploración de uno mismo: “Llevar al extremo ciertas prácticas personales” y convertirlas en un personaje, dijo el director a la diaria. La idea que sostenía la investigación era “llegar al borde de una actitud, o a la esencia de uno mismo, y poder manipularlo” para la ficción. Pereyra explica que, naturalmente, uno sigue determinados comportamientos con ciertas personas, y otros muy distintos con otras, y ellos se propusieron explorar esas prácticas. Pero este recién era el comienzo de un largo proceso que implicó varios años, en los que compartían ideas y conceptos: “En esa primera época manejamos dos mundos opuestos en su densidad y su clima, pero que, por otro lado, se encontraban a través de las historias”. Cuando comprendieron de qué era que querían hablar (estos dos mundos enfrentados que se cruzan), comenzaron a actuar y a construir los personajes y sus vínculos. “Cuando descubrís un vínculo interesante decidís reforzarlo, marcás el lugar en el que se mueven, y después sí, se pasa a construir ciertas escenas”, y la historia comienza a tomar forma. “En el proceso ves el vínculo en todas sus expresiones, porque tenés la posibilidad de investigar, y eso es lo que lo fortalece”, reconoce, ya que el espectador ve un tramo, un fragmento de esos vínculos entre los personajes, pero ese pasaje puede ir mutando a lo largo del ensayo. “Recién, teniendo estas seguridades, se van creando la historia, los climas”. Y es precisamente este vínculo entre los personajes lo que los acercó a la escritura.

Silencio esconde y muestra, expresa, pero mantiene un juego constante con lo no dicho. Para su director lo “interesante de esto es que, cuando la gente sale de ver la obra, siempre se escucha que se quedaron con ganas de más desarrollo, y eso retroalimenta un relato por debajo”, creando un universo paralelo que continúa la obra fuera de la sala.

Cuando se le pregunta por las referencias, recuerda que, en el camino, se cruzó La hora del lobo (1968), una de las películas más oscuras de Ingmar Bergman, pero también figuran El inquilino (1976), de Roman Polanski, en el que el propio Polanski, como personaje, encontraba en el suicidio su única salida, La ventana indiscreta (1954), de Alfred Hitchcock, que registra ese goce del espectador por ser mirado, en medio de una intimidad devenida en show (algo de lo que sucede en la propia obra), y el sueco Roy Andersson. Al recordar sus películas, parece que Pereyra describe esas contraescenas que se registran, casi al pasar, en la puesta: “Andersson siempre mantiene una cámara fija, y trabaja mucho sobre las ventanas y los planos; se puede ver que, a lo lejos, se abre una ventana y se asoma un tipo fumando, por ejemplo. Hay una perfección tal que, por más que el plano esté muy recargado, él logra que te detengas en esos detalles. Y los personajes tienen un estado de aletargamiento, que va imponiendo esa condición de abulia”. Desde las letras, suma cuentos de Julio Cortázar y Umberto Eco.

Pero Silencio... es mucho más que una reminiscencia de una estética y un tono. Es una familia rota, amigos intermitentes, vidas que se desintegran. “Dance Me to the End of Love”, canta Leonard Cohen al final. Y así, la herencia maldita se impone, miserable y gozosa, confirmando que la vida no es más que una melodía que cada uno ejecuta de manera distinta. Incluso, cuando alguno se anima a soñar, el sueño parece estar ahí para que, cuando despierte, recuerde que la vida no es ninguna comedia.

Silencio (breve historia para voyeurs)

Dirigida por Bruno Pereyra. Con Carla Moscatelli, Victoria Novick, Gimena González, Javier Chávez, José Ferraro, Roberto Suárez y Mariano Prince. De jueves a domingo a las 21.00 (con otra función a las 22.30 los viernes y sábados) en Ensayo Abierto. Por reservas o información sobre esta obra, que irá hasta el 11 de diciembre: [email protected] o 094331332.