-¿Cómo se organiza la sociedad civil alemana para recibir a los refugiados?

-Casi siempre, cuando abre un campo de refugiados, algunos vecinos de la zona se organizan. Lo mismo pasó conmigo. En agosto, en mi barrio -Karlhorst, en el este de Berlín- se abrió un gran centro. Ese mismo día se crearon varios grupos en Facebook para ayudar, al principio con las cosas más necesarias -llevar ropa, poner camas-, la Cruz Roja se encargaba del centro y trabajamos con ellos. En los primeros días vimos vecinos llevando ropa, ofreciendo ayuda de todo tipo. Viejos, jubilados, jóvenes. Era época de vacaciones y la gente tenía tiempo.

-¿De dónde venían esos refugiados?

-La mayoría de Siria, Irak y Afganistán. Después, de Marruecos, Túnez y Argelia. También algunos de los países balcánicos, aunque ya menos. Antes de esto yo había escrito sobre políticas de refugiados, había ido a eventos, pero no me había involucrado en una organización. Empezamos con un taller para reparar bicicletas que la gente donaba para que los refugiados pudieran moverse por la ciudad.

-¿De dónde eran los que acogiste en tu casa?

-De Siria. No venían del centro de mi barrio, sino de la oficina central en Berlín, por donde todo refugiado que llega tiene que pasar a registrarse. Es una oficina estatal, y es un caos. Es verdad que llegaron muchos refugiados, pero estaba mal administrada y había colas larguísimas. La gente se quedaba semanas esperando: muchos no tenían a dónde ir y otros no querían perder su lugar en la cola. Una organización les llevaba comida y agua. También hizo listas de gente que ofrecía su casa para alojarlos durante la noche. Como tenía una sala semivacía en mi casa, me anoté y la ofrecí para grupos que podían ser sólo de hombres. Siempre era más fácil encontrar alojamiento para las familias, porque en este movimiento de voluntarios hay muchas mujeres y a veces no les gusta tener a cinco hombres en su casa. Ellos llegaron tarde, a medianoche. Venían cansados. Su huida había sido larga. Casi todos en aquel momento hacían la ruta balcánica: salían de Siria pasando por Turquía, cruzaban por mar a Grecia, de allí iban a pie o en camiones a Macedonia, Serbia, Croacia, Austria, de allí a Alemania y finalmente llegaban a Berlín, luego de semanas o meses. Así que estaban realmente muy cansados, con muchos días sin poder comer ni dormir bien o darse una ducha. Se quedaron tres noches y luego volvieron a la oficina para no quedar fuera del sistema.

-Decís que los hombres solos tenían más problemas para conseguir alojamiento, y justamente fueron hombres los que estuvieron involucrados en los incidentes de Colonia y otras ciudades. ¿Cómo afectó ese incidente a las organizaciones humanitarias?

-Para la gente que hace trabajo voluntario no cambió nada. Nunca dijimos que no habría problemas, por supuesto que los hay: muchos vienen traumatizados, con muchas necesidades, algunos perdieron a su familia en el camino. Eso puede llevar a problemas dentro de los centros y afuera, en la sociedad. Además, algunos vienen de países donde las relaciones hombre-mujer no son igualitarias, y algunos hombres pueden tener una imagen equivocada de las mujeres alemanas. Lo interesante es que en los meses anteriores a lo que ocurrió en Colonia hubo rumores sobre incidentes similares que casi siempre fueron mentiras generadas por la derecha. Con los hechos de Colonia eso cambió. No se sabe la magnitud, pero fueron incidentes graves y no fue inventado. Algo pasó, aunque no sabemos exactamente qué ni cuántos refugiados estuvieron involucrados, pero la ultraderecha -que hace años que estaba diciendo que dejarlos entrar era una traición al pueblo alemán, que iban a llegar violadores y ladrones- festejó ese día. Para nosotros fue muy difícil, porque al negar lo que pasó perdimos credibilidad. Por eso, como activistas y ciudadanos tenemos que reconocer que hubo problemas, aunque no tienen nada que ver con mi propia experiencia ni con la de ninguno de los voluntarios que conozco. Hay muchas mujeres y ninguna denunció situaciones de violencia o de peligro en sus hogares, y la mayoría de los refugiados son hombres jóvenes, de entre 18 y 35 años. Nuestra experiencia es la contraria: escuchamos historias tristes y muchas veces terminamos llorando junto a la gente que refugiamos. Y los llamamos por su nombre: Mohamed, Fátima, Ibrahim. Por otra parte, la Policía no registró un aumento significativo de la criminalidad donde llegaron refugiados.

-¿Cómo afectó el incidente de Colonia a la política del gobierno hacia los refugiados?

-El cambio había empezado un poco antes. A mediados de 2015 hubo una actitud muy positiva y solidaria de la sociedad alemana, había imágenes de las estaciones de trenes con miles de personas festejando y aplaudiendo a los refugiados que llegaban. Pero dos meses antes de Colonia la actitud era más bien defensiva, porque siguieron llegando muchísimos y los demás países europeos se negaron a recibirlos. Suecia cerró sus fronteras a fines de 2015, Dinamarca también, Austria mandó a todo el mundo en tránsito para Alemania, Hungría continuó con su política de mierda, Polonia rechazó todo, República Checa igual, Francia con lo mismo, Inglaterra buscó impedir que alguien pasara por el túnel de Calais... Quedó Alemania como el único camino para ellos. Eso es un problema, pero no tanto, porque Alemania no tiene problemas económico-financieros. ¡Mierda, estamos bien! Un millón de refugiados en 2015, sí, son un desafío, pero para Alemania no es tanto.

-Todo esto ocurre mientras Alemania aparece como quien obligaba a Europa a apretar financieramente a Grecia.

-Bueno, algunos dicen que dejar a Angela Merkel sola con esto es una revancha de los demás países europeos. No sé si es tan así, pero sí es raro cómo cambió la agenda política. A principios de 2015 todo era Grecia, Grecia, Grecia; ahora todo es refugiados, refugiados, refugiados. Lo que pasó con Colonia le permitió a la derecha decir: “Bueno, ahora lo ven, y va a ser peor”, y las organizaciones de trabajo humanitario lo tenemos más difícil, estamos a la defensiva y cuesta más encontrar nuevos voluntarios. No hay problemas, por ejemplo, para juntar plata para un colegio para refugiados, pero menos gente está dispuesta a identificarse públicamente con la organización Refugees Welcome. La división izquierda-derecha se pone más violenta, ha habido más de 1.000 ataques contra refugiados y voluntarios. El clima está más polarizado, se discute en el trabajo, en las familias, en las mesas de bar. Muchas amistades se rompen, porque la gente se encuentra con que el de enfrente vota a AfD [Alternative für Deutschland], esa derecha que crece más. Pasa, por ejemplo, que al hablar de política se disgregan grupos de gente que jugaba junta al fútbol o practicaba otros deportes. Las contradicciones y las emociones son muy fuertes.

-¿Eso incide en el sistema de partidos?

-El crecimiento fuerte de AfD provocó que la Unión Demócrata Cristiana [CDU por sus iniciales en alemán], el partido de la canciller -aunque no tanto ella misma-, y también la socialdemocracia se corrieran a la derecha para evitar que ésta creciera. Es un error. ¿Cómo vas a evitar que la derecha crezca transformándote vos en ella? Se hizo algo parecido a fines de los años 90, cuando llegó una ola de refugiados de los países balcánicos. Se modificó el artículo de la Constitución que define el derecho a asilo político de una manera que prácticamente era imposible acogerse a él. Ahora se está yendo por el mismo lado, con la misma excusa de cerrarle el paso a la derecha. Falta liderazgo, defender valores y no solamente mirar las encuestas. Por eso es la primera vez en la vida que apoyo un poco a Merkel.

-¿Ella se está apartando de su partido en la política de refugiados?

Sí. En la base de la CDU hay mucha gente que ya no quiere más refugiados: “Hay que asegurar las fronteras”, dicen. ¿Qué significa eso? ¿Que se siga ahogando la gente? ¿Que se mueran de frío? Es verdad que al principio se abrieron las fronteras de una manera sin precedentes, pero porque la situación era horrible. No solamente había miles de muertos, sino imágenes de familias enteras, con niños, acampando en un puesto de frontera, esperando de a miles en estaciones de tren en condiciones pésimas. Se les abrió el camino y para muchos fue una señal: “Ahora vamos nosotros”. Pero está bien, prefiero que tengamos un par de problemas en Alemania, que pueden ser desafíos que duren una década, a sentirme responsable por miles que mueren en la frontera.

-En tanto analista internacional, ¿cómo ves el momento de la izquierda latinoamericana?

-No todas las izquierdas son iguales ni lo fueron nunca. Me parece que el chavismo ya no jugaba un papel importante aquí en Uruguay ni en Brasil. Por supuesto que los gobiernos cometen errores. En los países donde hay mucha corrupción, ésta va a existir también con un gobierno de izquierda, lamentablemente. Lo vimos en Brasil, en Argentina, en Venezuela, en Ecuador -aunque yo ya no considero de izquierda al gobierno de Ecuador-. El problema es que no hay una crítica, una sucesión independiente, otra izquierda que pueda mejorar y basarse en los logros alcanzados por los gobiernos de izquierda, que son innegables. Los partidos se agotan internamente y necesitan un tiempo para reorganizarse, para refrescarse, para cambiar cuadros. Si eso no pasa, va a gobernar la derecha. Es lo que vemos en Argentina ahora. Yo nunca fui kirchnerista, pero lo que está pasando ahora con [el presidente argentino, Mauricio] Macri es un horror. También creo que lo que hicieron muchos gobiernos de izquierda en América Latina, pintar todo en blanco y negro -conmigo o contra mí, amigo o enemigo-, evita una discusión más transparente y participativa, y al final provoca que cuando el modelo se agota, se cae todo y se pierde todo lo logrado. Con todo, creo que es la derecha la que no ha aprendido a aceptar las reglas democráticas en América Latina. La izquierda también tiene un problema, porque la alternancia de poder es una cosa natural en la democracia, pero si la derecha es una derecha golpista, ¿cómo vas a poder alternar el poder? Son procesos de los que la derecha tiene que aprender, y hay que forzarla a que aprenda y a que acepte las reglas y no vuelva a las políticas de represión. Ojalá que la izquierda se pueda reorganizar rápidamente desde una posición democrática. Hay que evitar que todos los logros de esta década se vayan a la mierda. Creo que no estaría mal, no sólo para América Latina, sino para el mundo, mirar un poco más hacia Uruguay, porque los gobiernos del Frente Amplio, más allá de todas las peleas internas, han logrado un montón de cosas buenas. Un poco más lento, sin llamar tanto la atención, pero son cosas de importancia. Hay que mirar un poco más eso y un poco menos a los grandes caudillos de la región.

-El relevo, la “nueva izquierda” en algunos lugares de Europa, como España o Grecia, parece inspirarse en experiencias de la izquierda latinoamericana, pero no tanto en Uruguay, sino en Venezuela o Bolivia.

-En Alemania eso prácticamente no existe. Sólo en círculos muy pequeños se tiene como referencia a [el ex presidente venezolano Hugo] Chávez o a Cuba. En comparación con los años 60, o con la época de Nicaragua y el Frente Sandinista de Liberación Nacional, hoy el pensamiento político de América Latina juega un papel muy mínimo. Tal vez en España sea mayor porque tiene vínculos obvios. Ahora, [el presidente boliviano] Evo Morales con su mezcla entre políticas de izquierda e indigenismo y Chávez con su populismo militar de izquierda pudieron surgir en una situación en la que las elites tradicionales ya no representaban cambios para la mayor parte de la población. Fueron una forma importante de hacer política fuera de los carriles tradicionales, en lugares donde la pobreza y la corrupción afectaban a la mayoría. Pero hay que avanzar más allá de eso, porque creo que si el chavismo ha logrado algo es que ya no se va a poder hacer política excluyendo a los barrios pobres; ése es un logro indudable, más allá de la situación crítica, que necesita cambios urgentes, porque es insoportable para todos, no sólo para los ricos. Entonces, la pregunta es siempre por qué a las izquierdas les cuesta tanto aprender de sus experiencias. En el caso europeo, del estalinismo en Europa del Este: un modelo fracasado, que le dio un rol al Estado que nunca es bueno, ni en gobiernos de izquierda ni de derecha, es antidemocrático. Hay que aprender de eso. Por eso no me gusta que en otras partes del mundo surjan ideas que retoman los mismos esquemas: censura de prensa, falta de libertades. Lo discutimos siempre, es el drama de las izquierdas: cómo resistir la influencia de algunos monopolios de la derecha, qué importancia tiene el poder y mantenerse en él, ¿es posible mantenerlo sin desdibujarse?

Una derecha propia

“La llegada de AfD, en realidad, es la normalización de Alemania en el marco europeo. Hasta ahora era el único país que no tenía un partido populista de derecha más o menos fuerte. Ahora, a partir de marzo, cuando se elijan los parlamentos regionales, creo que llegarán a tener representación. Son más fuertes en el este de Alemania -las manifestaciones más grandes son en Dresde y Leip-zig-, los republicanos (el partido nazi, digamos) siempre tuvieron representación en el Parlamento de Sajonia [en el este], y ahora AfD tomará su lugar. Pero es una tendencia a nivel nacional. Las encuestas hablan de 10%, lo que para un partido nuevo es muy fuerte. Tal vez desaparezcan rápido, porque en Alemania este tipo de partido tiende a autodestruirse. Hace poco, dos de sus líderes discutieron sobre la forma de cerrar las fronteras, y una habló de usar armas contra los refugiados. Le preguntaron si contra mujeres y niños también y dijo que sí. Fue un gran escándalo y el mismo jefe de Policía aclaró que jamás iban a disparar contra refugiados, y mucho menos a un niño. La gran pregunta es si esa polémica les hace daño o no, porque la discusión se instaló. Hay gente que dice: 'matémoslos'. Hace medio año muchos tenían miedo de, cómo los refugiados podían cambiar el país. Yo tengo miedo de cómo la derecha puede cambiar el país”.