Un chancleteo ágil se acerca a la puerta. Jorge Suárez, el Canario, tiene el mate pronto aunque no han pasado más de dos horas del mediodía. No es un prototipo del uruguayo del interior, ni siquiera tiene relación alguna con Canelones, es de las Islas Canarias “y con mucho orgullo”, repite. La bandera de su tierra canaria apostada en el living es testigo de la conversación. No es el único español en el barrio montevideano del Cordón: por el pasillo, a dos casas, vive un muchacho de Valladolid con su pareja uruguaya.

La vocación de Jorge es la docencia. En España los docentes de Historia deben realizar la licenciatura de cinco años y adicionalmente una maestría en Didáctica de un año, que tiene un costo de 1.600 euros, dinero que no tenía. En Canarias, en el último concurso se otorgaban 100 plazas para docentes de Historia. Se inscribieron más de 35.000 aspirantes. La suerte de su generación es una muestra de la falta de oportunidades que sufre la juventud española: “De mi promoción, ninguno trabaja como docente. Mi compañero de estudios más cercano está culminando en Madrid una maestría de estudios en Historia Latinoamericana y con las maletas preparadas, mirando para dónde irse. Tiene clarísimo que en España no tiene salida laboral ninguna. Otro se puso a estudiar chino, otro formación profesional; otros terminaron la carrera y están en sus casas buscando empleo de lo que sea; otro colega trabaja en un supermercado de mañana, y de tarde en un bar. Otro está en Valencia trabajando también en un bar nocturno; otro, en Inglaterra de freganchín [lavaplatos]”.

Jorge tiene 28 años. Emigró a Uruguay a mediados de 2013, pero ya conocía el país. Consiguió una beca para cursar un semestre en el exterior y eligió la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE). En ese período conoció a su pareja, volvió a Canarias a terminar la licenciatura en Historia y empacó nuevamente con su título recién impreso.

Llegó con necesidad urgente de trabajar y con el entusiasmo intacto, aunque sabía que hasta no poder revalidar su título en la Universidad de la República no tenía posibilidades de concursar en secundaria o UTU. Le pareció que una librería podría ser un buen lugar para no perder el vínculo con los libros; al día siguiente de salir a repartir currículums, comenzó a trabajar en una librería céntrica.

“El primer día de trabajo, a las dos horas de comenzar el turno, llegaron dos empleados de allí con una inspectora de trabajo y dos policías. No entendía nada de lo que estaba pasando, fui interrogado por la inspectora de trabajo y como todavía no tenía la cédula viví en carne propia lo que era ser un indocumentado trabajando en otro país [risas]. Además, no sabía aún lo que era sueldo nominal y líquido”, cuenta.

Su periplo en esa librería duró un mes y medio; le fue fácil conseguir el trabajo, pero no tanto dejarlo: “Resolví renunciar el día en que me increpó la jefa delante de todo el personal acerca de un libro que estaba leyendo en la hora libre. Se fijó a ver si era mío o lo había tomado ‘prestado’ de la librería, me hizo sentir un ladronzuelo, fue pésimo. Tampoco me fue fácil la renuncia. Desde el principio intentó hacerme sentir culpable por dejar el trabajo, me manipuló emocionalmente, me decía ‘cómo me vas a hacer esto si yo fui la primera persona que te dio trabajo en Uruguay, gracias a mí puedes comer’”.

Superada esa etapa, le dan gracia esas vicisitudes y otras posteriores que lo llevaron al rubro de la gastronomía, donde también transitó por trabajos mal pagos e irregulares. La experiencia le permitió presentarse junto con dos amigos a una licitación para atender una cantina liceal. Se dividen el horario para hacer los tres turnos; esta semana le toca la noche. A las 17.00 ya estará allí, y aunque sigue sin culminar el trámite de reválida de su título, la espera se hace más apacible trabajando sin jefes y con amigos.

“Más allá de la crisis económica, sufrimos una crisis de proyección; es como el lema de los punks, “no future” [no hay futuro]. El estrés cotidiano de no saber cuánto te va a durar el trabajo, de no saber cuánto te va a rendir el sueldo. La situación de crisis va acompañada de una situación de agobio, porque uno participa en todo ese movimiento que quiere revertir la crisis, y lo que recibe es más control, más represión”, dice Jorge.

A escala

A escasas cuadras de la casa de Jorge, Sergio Yanes aprecia la bahía del puerto y sus maquinarias, la torre de Antel. Dice que le encanta la vista y fácilmente hilvana paralelismos entre Montevideo y su Barcelona. Hace dos años se instaló con su pareja; él tiene 34 años, es magíster en Antropología y ya culminó la tesis de doctorado. Su compañera es arquitecta y trabajadora social, y ambos se desempeñan como trabajadores sociales. Sergio tiene más de diez años de experiencia en esa disciplina en Barcelona, pero no tenía certeza de la renovación de su contrato; ella no tenía trabajo fijo y los recortes sociales del gobierno pusieron en jaque su actividad, aunque el trabajo no fue la única razón para hacer las maletas.

Elegir el país de destino les llevó tiempo e investigación. El idioma es fundamental por su profesión, así que la búsqueda se restringió a Latinoamérica. Tuvieron en carpeta Ecuador, Colombia, Argentina, México y Uruguay. Los contactos de otros españoles que ya se habían marchado fue la principal fuente de información acerca de las burocracias, las restricciones y las facilidades que ofrecía cada lugar.

Menos fue más para Sergio. Aterrizar en una ciudad abarcable como Montevideo, con un número de habitantes similar a Barcelona, que sea una ciudad central, accesible para un extranjero que tiene que realizar muchísimos trámites ni bien desembarca, fue determinante para dejar de lado Buenos Aires y el DF mexicano. La tranquilidad social y política que transmitieron los informantes de la pareja los hizo también desechar Ecuador y Colombia.

Como un científico de la migración, Sergio analiza las distintas etapas de la adaptación a un país. Lo primero que debían asegurarse era el trabajo y la casa, y lo lograron en los seis meses que se habían propuesto: ambos trabajan en un plan del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) y el Ministerio de Desarrollo Social (Mides), pero en distintas zonas.

Sergio no vino a formar guetos: “Inevitablemente, la forma de entrar en el día a día uruguayo es trabajando con pares uruguayos. Antes de ello hay una parte de adaptación que tiene que ver con el no sentirte solo, y esto es compartir tiempo con otros españoles que ya han pasado o están pasando por lo mismo que yo. Hay un vínculo emocional con tu tierra que se mantiene, obviamente, pero considero que nadie emigra para formar guetos, todos queremos integrarnos, o todos los que conozco, al menos”.

Desmenuza nuestra cultura, nuestra sociedad, afirma que todavía no ha conocido a ningún uruguayo, porque los uruguayos estamos hechos de mil cosas. Su trabajo es estar en contacto con la gente, e identifica algunas barreras que operan a la hora de aproximarse a una parte de nuestra sociedad. “Siento que el mito de la Europa del primer mundo se vendió muy bien y desde fuera se ha comprado. A mí me siguen generalizando como europeo, como si ser del sur de Europa fuera lo mismo que ser sueco o ser noruego. Es decir, se presupone que Europa es una y que se nos cae el dinero de los bolsillos, que vivimos en un mundo superior y todo eso. Siento que a veces cuesta romper un poco esa idea con el uruguayo de a pie: nosotros estamos igual o más de cagados que lo que están ustedes aquí”, dice.

De un momento a otro, el apartamento de Sergio comenzó a colmarse de españoles: están trabajando para presentar un proyecto con coterráneos de distintas disciplinas. Una de esas personas es María Calabrian. Tiene 29 años, llegó junto a su pareja en enero de 2014, proviene de las Islas Canarias pero se recibió de licenciada en Historia en la Universidad Complutense de Madrid, y le llevó ocho meses conseguir trabajo hasta que fue seleccionada en un llamado de la FHCE para la Unidad de Extensión. Todavía no ha conseguido revalidar su título; fue su segundo trámite en el país apenas obtuvo su documento uruguayo. Explica que, de alguna manera, para darle ese trabajo al menos se lo han tenido que reconocer; sin embargo, se ha presentado a otros llamados en la misma unidad, para puestos mejor pagos, y su postulación fue rechazada porque no tenía su título revalidado.

Ignacio Almundia escucha las conversaciones atentamente y también se ofrece para compartir sus experiencias. Tiene 32 años y llegó de Madrid en junio de 2013 para intentar desarrollarse profesionalmente o al menos trabajar en algo relacionado con su carrera: es licenciado en Historia, especializado en Historia Moderna. Sentía que en su país las chances de trabajar en algo que le gustara eran mínimas y las de terminar trabajando en un bar en Londres o en un supermercado en Zúrich eran las máximas. Con vías a migrar, se capacitó como profesor de español para extranjeros y ha trabajado en eso desde que llegó. Tampoco ha logrado revalidar el título, pero está cursando una maestría, así que también, de alguna manera, se lo han reconocido para proseguir sus estudios. Está atento a diversos llamados de la Udelar para investigaciones, pero o bien no puede participar hasta tener el título revalidado, o esto lo deja muy por debajo de los demás aspirantes, como pudo comprobar al acceder a la evaluación de los currículums de uno de llamados a los que se presentó. “Creo que es todo un mecanismo para proteger los puestos de trabajo de los de aquí”, valora.

Pesca de cerebros

La posibilidad de que Uruguay cuente con profesionales que tuvieron “costo cero” para la sociedad y que engrosan la población activa de un país envejecido, sediento de jóvenes que aporten a su previsión social, depende en gran medida de la transparencia y la celeridad que el país brinda a estos inmigrantes para revalidar sus títulos profesionales. El principal escollo que presenta Uruguay para sus aspiraciones es esta demora.

Jorge bucea entre papeles buscando la fecha exacta: inició su trámite de revalidación el 14 de marzo de 2014. En ese momento le anunciaron una demora aproximada de un año. La administrativa remarcó palabras como “paciencia”, “demora”, “expediente” y “revisiones”. Cumplido el año y medio del ingreso del trámite, fue a consultar cuál era la situación. La funcionaria que lo atendió le mostró un armario atestado de papeles y le explicó que allí se procesan las reválidas de los títulos obtenidos por uruguayos en el extranjero. Le informaron que su expediente estaba a la espera de ser inspeccionado por tres catedráticos.

En la resolución de este trámite se depositan sus expectativas de poder concursar en la docencia; esto le genera muchos pensamientos, y saca sus conclusiones. “Falta gente dedicada exclusivamente a hacer estos trámites: es un trabajo más administrativo que otra cosa, no es necesario que lo haga un catedrático. No me gustaría sonar como un malagradecido, pero visto de fuera creo que no deja de ser una contradicción que un país cuya historia se ha forjado con las migraciones no tenga políticas claras para recibir a los profesionales de todo el mundo”, considera.

Ignacio inició su trámite de reválida en agosto de 2013. No se había informado previamente acerca de cuáles eran los papeles que tenía que presentar, y concluye, luego de su infeliz experiencia, que la funcionaria que lo atendió, tampoco. “En ese momento me dijeron que podía iniciar el trámite entregando una carta al decano [de la FHCE, Álvaro Rico] solicitando la reválida de mi título. Entregué esa carta en Bedelía de Grado; tengo una copia sellada. Consulté si no necesitaba nada más, mi escolaridad, mis títulos, el programa, etcétera. La funcionaria que me atendió me repitió que no necesitaba nada más para comenzar el trámite. A modo de cubrirme para que no se trancara, adjunté a la carta mi expediente académico, es decir, todas las materias cursadas y aprobadas”.

En junio de 2015, cuando el trámite estaba por cumplir dos años, Ignacio fue a averiguar qué había pasado. Su expediente reposaba en un armario con un breve informe acerca de las posibilidades de que se pudiera revalidar tal o cual materia, pero nada más: faltaban los programas y los certificados para seguir avanzando. Reunió toda la documentación para seguir adelante, y espera que le den celeridad por los inconvenientes. Se dio cuenta de que debe ser más proactivo: no volverá a dejar pasar dos años para volver a consultar, pero le parece muy mal que nadie le avisara nada.

Sergio comenzó el trámite en abril de 2014. Le dijeron que demoraría un año y así fue: el de la licenciatura tardó un año y el de la maestría está completándose, sin que haya transcurrido un año y medio. Pero hay un pequeño detalle: no le revalidaron el título, sólo se lo reconocieron. El reconocimiento es una validación a nivel académico, que permite, por ejemplo, proseguir estudios, pero no es una validación a nivel profesional que le permita ejercer en el país. La antropología académica tiene dos grandes bloques, el anglosajón y el francés. El bloque anglosajón incluye la antropología biológica y la arqueología, mientras que el bloque francés incluye la antropología social y cultural. En Uruguay está la “escuela” francesa y en España la anglosajona; ése es el motivo por el cual, según le dijeron, no revalidaron sus títulos. Con este panorama, su futuro presenta grandes interrogantes.

“El ‘chacrismo’ existe en todos lados, pero aquí, como es una sociedad pequeñita, está más expuesto a los ojos de todos. Veo el hecho de que exista una ventanilla única como Uruguay Concursa como un avance contra el corporativismo, pero hilando más fino puedes ver determinados llamados que, aunque son abiertos, ya tienen nombre y apellido. Por ejemplo, si tienes un antropólogo especializado en una antropología muy específica y ves que hay un llamado que pide esto y aquello, que sólo lo tiene esa persona, ya sabes que el llamado es una formalidad legal para un puesto ya asignado”, comenta Sergio.

Una mirada general

De acuerdo a las consultas realizadas en la Udelar, las documentaciones requeridas para el trámite de reválida son: documento de identidad uruguayo, programa de todas las asignaturas a revalidar autenticadas (rubricada cada hoja), constancia que acredite la carga horaria de cada asignatura, y el título (todas las documentaciones deben contar con la apostilla de La Haya requerida para la validación de documentos internacionales).

A mediados de la década de 1960, Uruguay perdió la denominación de país de inmigrantes para pasar a tener un saldo migratorio negativo. El período histórico de mayor emigración tuvo lugar en los 70, como consecuencia del masivo exilio político. Con la restauración democrática hubo una importante afluencia de retornados, pero eso no alcanzó a equilibrar siquiera la balanza migratoria, que siguió siendo negativa. En 2002, con la crisis económica, se produjo un nuevo sacudón que aumentó aun más el número de emigrados.

La migración internacional ha desempeñado y continúa cumpliendo un importante papel en el crecimiento poblacional del país. A mediados de 2013, el Poder Ejecutivo anunciaba que según los datos del último censo, de 2011, la balanza migratoria se había dado vuelta en relación de tres a uno a favor de los inmigrantes. Engrosan esta lista de “nuevos uruguayos” mayoritariamente los retornados al país, a los que se suman inmigrantes latinoamericanos y europeos; el incremento de estos últimos responde a la crisis hipotecaria desatada a partir de 2008 en Estados Unidos y diseminada velozmente en el viejo continente.

Los resultados del Censo 2011 muestran que los inmigrantes recientes presentan mayores dificultades de inserción laboral que la población no migrante. Se advierte además que el nivel educativo de los migrantes es mayor que el de la población residente en Uruguay. En el sector de población de 25 años o más, el porcentaje de habitantes con estudios terciarios es de 18%; entre los inmigrantes que llegaron al país entre 2005 y 2011, este porcentaje asciende a seis de cada diez.