La cámara digital de uno de los telescopios registra una mancha blancuzca. Eso, que podría parecer un detalle, es una galaxia que se encuentra a unos 12 millones de años luz de la Tierra: la galaxia NGC 5128, conocida como Centauro A. Santiago Roland, coordinador de actividades del observatorio Los Molinos, abre en la computadora la imagen que logró, tiempo después, al procesar y combinar distintas versiones de la fotografía original. En el monitor, los píxeles tratan de imitar, un poco, al espacio: se ven las estrellas acaparando todo y, en el centro, una mancha como un cúmulo de polvo, hermoso, sobre un fondo amarillo y resplandeciente.

Después de los árboles y del olor a eucalipto, al norte de Montevideo, se ubica el camino Los Molinos y allí, este observatorio con cúpulas blancas. El OALM, inaugurado en 1994, fue un proyecto de la comunidad astronómica uruguaya, impulsado, en gran medida, por las asociaciones de aficionados. Incluye el único observatorio profesional de Uruguay y depende de la Dirección de Innovación, Ciencia y Tecnología (DICYT) del Ministerio de Educación y Cultura. Sus cometidos son la difusión, investigación y enseñanza de la astronomía.

Este observatorio posee dos telescopios que se monitorean desde una sala de controles: un Fuller de 35 centímetros y un Centurión de 46 centímetros. Históricamente, el OALM se ha dedicado a investigar cuerpos menores del sistema solar como asteroides y cometas. Desde hace un par de años, por ejemplo, investiga ocultaciones de estrellas por asteroides transneptunianos. En otras palabras: estudian a los asteroides que están más allá de la órbita de Neptuno cuando pasan por delante de una estrella y la ocultan.

Ser astrónomo es observar el cielo, pero también es el cansancio en los ojos frente al monitor de una computadora, trabajar con datos, cliquear, graficar, llegar a medir, por ejemplo, el brillo de una estrella. Ser astrónomo es viajar al interior en invierno, instalarse con un colega en un embalse, armar una carpa, colocar un telescopio portátil, instalar una computadora, esperar con atención, morirse de frío, empezar a gritar cuando, durante 32 segundos, una estrella desaparece.

Un astrónomo, ¿un rebelde?

Para ser astrónomo en Uruguay hay que cursar la Licenciatura de Ciencias Físicas en la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y elegir la opción Astronomía. Es una carrera con altos contenidos teóricos, en la que los futuros astrónomos estudian matemática con los matemáticos y física con los físicos.

La astronomía en el liceo

Secundaria prevé un año para el estudio de la astronomía: se dictan dos horas por semana en cuarto año. Eso significa que, anualmente, unos 250 profesores de Astronomía deben resumir el conocimiento del universo en 60 horas de clase. Reina Pintos, inspectora de Astronomía de Secundaria, asegura que esta materia sirve para desarrollar macrohabilidades en los estudiantes y que permite la integración de distintas disciplinas. Además, considera que la astronomía “es la ciencia más antigua, pero a su vez la más moderna, porque es capaz de redefinirse y de rever lo que sabe hasta el momento. Es la ciencia con mayúscula”.

Desde Secundaria apoyaron la instalación de una red de observatorios astronómicos en liceos de todo el país, entre los cuales se destaca el Observatorio Astronómico de Montevideo, ubicado en el Instituto Alfredo Vásquez Acevedo. Este observatorio fue inaugurado en 1927 y, durante varias décadas, fue el más importante del país.

Santiago dice que en Uruguay un astrónomo es, seguramente, una persona que se peleó con los padres: “Un guacho que entra a facultad a estudiar astronomía es, básicamente, un rebelde”, sostiene. Tatiana Leibner -colaboradora del observatorio, de 23 años- se ríe, pero asegura que no. Dice: “¡Lo mío no fue así! Yo no me tuve que pelear”. Más allá del apoyo familiar, coinciden en que para ser astrónomo en Uruguay la motivación es clave, y recuerdan esa pregunta que, tal vez con un poco de espanto, les hicieron más de una vez: “Si sos astrónomo, ¿en dónde vas a trabajar?”. Las limitaciones del campo laboral pueden desmotivar a los posibles estudiantes. Santiago recuerda a esos profesionales de más de 40 años -arquitectos, ingenieros- que vuelven décadas más tarde a la universidad a estudiar lo que, en realidad, siempre hubieran querido: el espacio.

Cuando se inauguró el observatorio no existían astrónomos formados. Santiago explica que los primeros empleados eran “aficionados de alto vuelo” que sabían cómo manejar los telescopios y leer los mapas estelares. Más adelante, el personal estuvo principalmente formado por estudiantes o egresados de la licenciatura. De hecho, el objetivo es ser un lugar de entrenamiento para los jóvenes que estudian esta disciplina. Actualmente trabajan seis personas en el observatorio: el coordinador, dos astrónomos observadores, una docente y dos técnicos. Además, un par de estudiantes de astronomía concurren como colaboradores. Ser astrónomo profesional en Uruguay es ser, en cierto sentido, un ejemplar exótico: en toda la historia del país egresaron 33 astrónomos, de los cuales la mitad sigue estudiando -o trabajando- en países como Estados Unidos, España, Chile o Canadá.

En el caso de Andrea Maciel, la vocación apareció cuando era niña. Habrá sido en alguna visita al Planetario, durante un taller de astronomía a los ocho años o cuando a los 12 le regalaron un telescopio con el que descubrió los anillos de Saturno. Después vino lo inevitable: estudió astronomía y actualmente es docente en Los Molinos. Andrea está a cargo de las visitas que se realizan para grupos de primaria. Durante el año pasado, niños de 38 escuelas visitaron el observatorio. Unos 1.200 escolares la escucharon explicar los movimientos del sol, las estaciones, las fases lunares. Cada cierto tiempo, también se habilitan visitas nocturnas abiertas a todo público. El observatorio tiene, en el frente, la Plazoleta de las Ciencias: una placita de juegos educativos para los niños, que incluye, por ejemplo, un reloj solar. Al costado, hay una casa para los astrónomos, con una cocina, un baño, una oficina, mapas estelares en las paredes y un dormitorio con cuchetas.

Ser un puntito

Quienes estudiaron astronomía tienen una perspectiva del tiempo y de la distancia diferente de los demás (después de todo, qué son 100 años, qué son 1.000 kilómetros para un astrónomo). La conciencia del espacio, de cierta forma, los estremece. “A mí me ha pasado de ir al campo en Treinta y Tres, de noche, en la mitad de la nada, donde ves apenas un poquito de luz en el horizonte, y un cielo totalmente distinto al que podés ver acá, y se me caen las lágrimas”, cuenta Tatiana. Andrea siente algo similar al mirar o pensar en el universo: “Soy parte de esto y soy un puntito. Es fuerte”.

La astronomía es la única disciplina que resume todo el conocimiento del hombre: la biología, la geología, la matemática, la física, la filosofía. Se dice que es la madre de las ciencias. Se dice, también, que la historia de la ciencia es, en parte, la historia de la astronomía.

Santiago reflexiona: “La gente todos los días mira el cielo y es como si tuviera una cortina en los ojos. No es capaz de preguntarse nada. Una vez que te preguntaste no podés dejar de hacerlo. Una vez que te preguntaste sobre el universo ya está, caíste en el pozo, de ahí no salís nunca más. Yo tengo esa rebeldía: me quiero preguntar, quiero saber, quiero ver qué hay, quiero buscar el asteroide, el cometa”. Y habla de la emoción -esa emoción que justifica todo- de realizar un descubrimiento, de ser la primera persona en ver una gráfica que representa un fenómeno del universo.

El trabajo de los astrónomos suele ser solitario. Suele transcurrir durante las horas en las que todos duermen. Ahora, en Los Molinos, está a punto de oscurecer por completo. Sin embargo, no va a ser una noche propicia para observar el cielo: por encima de las cúpulas blancas y de los telescopios, se cierra una capa de nubes densas.