Tim Ingold (Londres, 1948) es hoy uno de los antropólogos más famosos y sus enseñanzas son recogidas por estudiantes de su disciplina en todas partes del mundo. Sus aportes novedosos y su estilo desenfadado, que abunda en historias y anécdotas, lo han hecho muy popular.

Por lo general el conocimiento se desarrolla de la siguiente manera: A aporta una idea, luego viene B y la perfecciona, más tarde llegan C, D, y así podríamos seguir. Sin embargo, cada tanto aparece alguien que mira hacia donde otros no miraron y, para decirlo de algún modo, crea un nueva gramática. Es entonces que se ve una inteligencia distinta, y la de Ingold pertenece a esa categoría. Doctor en antropología por la Universidad de Cambridge y miembro de la Academia Británica de Ciencias Sociales, trabaja como profesor en la Universidad de Aberdeen, Escocia. Se ha especializado en las relaciones entre el ser humano y su entorno, considerado una zona en expansión. También se ha referido a la distinción entre técnica y tecnología, y al modo en que la antropología, la arqueología, el arte y la arquitectura permiten que las personas se relacionen entre sí y con el medioambiente, teniendo en común “las maneras de explorar cómo los humanos perciben, se relacionan y construyen el mundo en el que viven. Podemos unirlas en este sentido, y los antropólogos podrían crear una obra de arte, además de libros o películas. O un arquitecto podría producir obras de antropología”, afirmaba Ingold en una entrevista concedida en 2012 a la revista Alfilo, dependiente de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

Edita la revista del Royal Anthropological Institute, Man, y fue uno de los fundadores del departamento de Antropología de la Universidad de Aberdeen. Es autor de los libros La apropiación de la Naturaleza (1986), Evolución y vida social (1986) y La percepción del ambiente (2000), entre otros.

Considera que la antropología debe tener un rol activo porque permite “reunir sabidurías”, no para imitarlas sino para aprender de ellas y lograr una mejor adaptación al ambiente. Un antropólogo, sostiene, no puede hacer el trabajo de un banquero o de un empresario. Pero lo que sí puede y debe hacer es impartir enseñanza, para que el día de mañana un alumno suyo, que será banquero o empresario, aplique lo que aprendió desde su puesto, en beneficio de la comunidad y del planeta.

Una nueva mirada

Con Líneas: una breve historia, Ingold inaugura una disciplina. ¿En qué se parecen, se pregunta, caminar, tejer, observar, narrar, cantar, dibujar y escribir? Su respuesta es que todas esas acciones se llevan a cabo por medio de líneas; a partir de esto, intenta elaborar una “antropología comparada de la línea”. Tomando en cuenta que se interna en un campo nuevo, reconoce que su aporte no debería ser más que “un rasguño en el terreno”; sin embargo, es optimista respecto de la posibilidad de que sus ideas sirvan como punto de partida para futuros investigadores.

Afirma que estudiar las cosas y las personas es estudiar las líneas de las que están compuestas. Su punto de partida es la diferencia entre habla y canción, pero pronto la investigación lo lleva a analizar la notación musical (desde sus orígenes hasta la actualidad, pasando por lenguajes griegos, peruanos y “clásicos”). Su teoría se vuelve más compleja cuando aborda la distinción entre “trazos, hilos y superficies”, y también al profundizar en una taxonomía de la línea basada en categorías de “cortes, grietas y pliegues” (parte para ello de una afirmación de Vasili Kandinski en su libro Punto y línea sobre el plano, de 1926) o “líneas fantasmas” (las sugeridas por las constelaciones, por ejemplo). No escapan a su interés los laberintos, las cuerdas anudadas ni el arte caligráfico, y se vuelve muy sugerente al afirmar que, así como la línea recta se ha convertido en un ícono de la modernidad, la línea fragmentada emerge como un “ícono poderoso de la posmodernidad”. Sin embargo, de acuerdo con Kenneth Olwing, es posible superar esas fracturas y lograr una síntesis que devuelva a los seres humanos la conciencia de que, como criaturas de historia, son ellos quienes crean su propio hábitat.

La historia sin fin

La línea que determina nuestro “deambular” puede llegar a ser una vía de conocimiento, y no hay un punto en el que finalice la historia y comience la vida. Ingold pone como ejemplo un relato de la etnia janti, del oeste de Siberia, recogido por la antropóloga rusa Natalia Novikova. Janti significa literalmente “camino”, no en el sentido de un sendero que lleva de un sitio a otro, sino de uno que no se termina. Según Novikova, los ancianos cuentacuentos de ese pueblo narran sus historias por la noche, hasta que todo su público se duerme, de modo que nadie puede conocer el final.

Ingold sostiene que la línea, como la vida, no tiene fin. “Como en la vida, lo que importa no es el destino final, sino todas las cosas interesantes que ocurren a lo largo del camino. Porque dondequiera que estés, siempre hay algún sitio más alejado al que puedes ir”.