Como afirmamos en el artículo anterior, un aspecto del debate sobre el crecimiento económico en el que más se ha insistido es el referido a la relación entre crecimiento y distribución. Últimamente se ha intentado demonizar aquellos planteos que sostienen la necesidad de profundizar, en esta coyuntura, los procesos de redistribución, caracterizándolos como infantiles y afirmando que su aplicación conduciría necesariamente al fracaso del proyecto a largo plazo, por socavar las bases del crecimiento y alentar el conflicto social.

La pregunta que en general se utiliza para dar lugar a ese planteo se fue convirtiendo poco a poco en afirmación: “Si no hay crecimiento no es posible generar redistribución”. Sostenemos que dicha tesis no reviste racionalidad y podríamos aburrir con ejemplos aritméticos que muestren cómo es posible generar un proceso redistributivo aun en un estado estacionario, sin afectar los equilibrios macro.

A nuestro entender, ése es un discurso que, sobre la base del miedo al colapso, resulta funcional a la protección de los privilegios de los que arrancaron el proceso económico con determinadas ventajas iniciales que pretenden conservar. Nadie puede negar que genera mucho menos resistencias y presiones de los lobbies afectados mejorar la distribución sobre la base del incremental y consolidar un proceso redistributivo marginalmente progresivo. En buena medida, es lo que ha venido implementando el Frente Amplio (FA) desde el gobierno, sobre la base de un importante crecimiento. Así se canalizaron, por un lado, significativos recursos para el desarrollo de políticas sociales cuyas consecuencias fueron una baja sustancial de la pobreza y la indigencia, y, por otro, se reinstalaron los Consejos de Salarios, lo que implicó una mejora en la correlación de fuerzas para la clase trabajadora que llevó a un distribución primaria (plusvalía-salario) más favorable a los trabajadores.

Lo anterior fue posible no por la mera existencia del crecimiento económico, sino por la acción política del gobierno, que canalizó una buena parte de los frutos de ese crecimiento hacia las grandes mayorías y los excluidos. Un proceso muy diferente del que se vivió en los 90, cuando la distribución de los frutos del crecimiento siguió una línea concentradora y excluyente.

Pero lo que corresponde ahora es analizar cómo pueden sostenerse y profundizarse los logros que en materia distributiva han venido alcanzando los gobiernos del FA, asumiendo que, como planteáramos en el artículo anterior, los factores principales del crecimiento de estos años se han deteriorado, lo que representa un nuevo desafío para la izquierda.

A efectos de ingresar en ese análisis conviene recordar aquí que los procesos de mejora en la distribución pueden darse en dos niveles: 1) en el propio proceso de producción y 2) mediante instrumentos de redistribución secundaria del ingreso a través de mecanismos tributarios y políticas de gasto público. La pregunta que consideramos más adecuada y que intentaremos responder es ¿en qué medida puede condicionarse el proceso distributivo por una retracción de la tasa de crecimiento y qué orientaciones pueden potenciarse en esta nueva etapa para profundizar los logros que en ambos niveles hemos alcanzado y avanzar a su vez hacia nuevos objetivos? Para eso nos referiremos a tres aspectos que consideramos esenciales: la cuestión de la matriz productiva abordada en este artículo; la relación salario-ganancia y la cuestión de los impuestos y el gasto público, que forman parte de los esquemas tradicionales de distribución y merecen un tratamiento particular, por lo que serán abordados en la siguiente entrega.

A nivel de producción podemos analizar la distribución capital-trabajo o dentro de la propia masa de trabajadores. A su vez, podemos considerar la distribución en los sectores ya existentes y/o generar acciones que promuevan sectores productivos con mayores potencialidades y mejores distribuciones a priori. Creemos que este aspecto es fundamental para asociar crecimiento con distribución en una perspectiva de mediano y largo plazo, abordando lo que definimos antes como la cuestión de la calidad del crecimiento, de modo de superar falsas contradicciones entre crecer y distribuir.

Dentro de los diferentes sectores de actividad encontramos algunos que generan un alto valor agregado por unidad de producto final, esto es, un mínimo movimiento en la producción de dichos sectores genera un elevado porcentaje de nuevo valor, por lo que pequeños estímulos sobre ellos pueden alentar el crecimiento económico. Sin embargo, este indicador puede darnos algunos resultados algo paradójicos, ya que dentro de estos sectores podemos encontrar una serie de servicios intensivos en mano de obra no calificada, con alguna excepción industrial como la industria tabacalera cuyo ratio VAB/VBP* es de más de 75%.

Lo otro que resulta relevante a la hora de profundizar esta mirada sectorial sobre la producción es qué distribución tiene ese valor agregado entre sus componentes, es decir, qué parte se apropia el trabajo, qué parte se apropia el capital y qué parte puede ser apropiada por el Estado mediante impuestos sobre la producción y los productos netos de subsidios (no se incluyen dentro de éstos el Impuesto a la Renta de las Actividades Económicas, el Impuesto al Valor Agregado, el Impuesto al Patrimonio y otros impuestos indirectos). En tercer lugar, debería tenerse en cuenta el valor de las remuneraciones promedio que los diferentes trabajadores obtienen, ya que en nuestra economía existen diferencias sustanciales entre los distintos sectores, que llevan a que personas con cualificaciones similares puedan obtener salarios muy disímiles según el sector en el que se inserten.

Resumiendo, un elemento importante a la hora de pensar la relación crecimiento-distribución es en qué sectores se desarrolla el impulso del crecimiento económico. Siguiendo esta línea de razonamiento, las políticas de estímulo al crecimiento deberían abandonar el carácter universalista que han tenido hasta el momento (tipo Ley de Inversiones) y pasar a un esquema sectorial en el que los incentivos se canalicen con determinados objetivos nacionales, como pueden ser la distribución interna del valor generado, la sostenibilidad de la actividad, la calidad del trabajo, la incorporación de innovación y conocimiento, etcétera. El nuevo proyecto de Sistema Nacional de Transformación Productiva y Competitividad ingresado por la bancada del FA al Parlamento luego de un largo proceso de intercambio con el Poder Ejecutivo, incorpora fuertemente esta mirada. En este nivel, llevar adelante políticas distributivas requiere la existencia de crecimiento económico, pero, como hemos visto, no de cualquier crecimiento ni en cualquier sector. En definitiva, se necesita impulsar la inversión en sectores determinados, adecuadamente seleccionados, para lo cual el Estado tiene que jugar necesariamente un rol más directivo en el proceso de canalización de inversiones.

  • VAB: valor agregado bruto. VBP: valor bruto de producción. Este ratio mide qué proporción del valor de la producción es valor agregado, por lo que, cuanto más alto sea este ratio, mayor es la proporción de valor agregado generado en la producción del sector.