En este cuarto artículo pretendemos presentar muy brevemente otro debate que debe dar la izquierda y cuyo abordaje resulta fundamental para problematizar el propio crecimiento económico: ¿qué entendemos por desarrollo y cómo conseguirlo? Nuestra percepción es que para esta pregunta existen respuestas dispersas en el Frente Amplio. Discutir el punto y ponernos de acuerdo en un concepto rector no resulta trivial. Es que si coincidimos en afirmar que el crecimiento es un medio y no un fin en sí mismo, es esencial orientar nuestras políticas a partir de una noción de calidad del crecimiento que, obviamente, se definirá por su articulación con una perspectiva del desarrollo económico y social. De este modo, se podrá direccionar hacia dónde crecer o sobre qué crecer, y, sobre todo, con qué objetivos de mediano y largo plazo histórico hacerlo.

Cabe entonces preguntarse: ¿el desarrollo consiste en sí mismo en poseer un número creciente de bienes y servicios? ¿Los niveles de consumo de tales o cuales productos son indicadores de desarrollo? Sin duda, la posibilidad de que los individuos accedan a mayor cantidad de bienes y servicios mejorará su bienestar y nivel de satisfacción, pero ¿es esta posibilidad la que nos vuelve más plenos, más libres?

Si pensamos en la descripción del individuo racional y maximizador de beneficios que plantea la teoría neoclásica, su función de utilidad deviene únicamente del consumo de bienes y servicios, por lo que, en la medida en que se produzca un proceso de crecimiento tal que le permita incrementar su ingreso, esto le dará mayores posibilidades de adquisición de bienes y servicios, por lo que su utilidad aumentará y este individuo se encontrará más feliz.

Si pensamos en una función de utilidad social de tipo utilitarista, en la que el bienestar social se da por el agregado del nivel de satisfacción de todos los individuos, tener un ingreso mayor brindaría más utilidad colectiva y, por ende, más desarrollo social. Siguiendo esa misma lógica de función de utilidad social podríamos incluso introducir una inflexión y ponderarla en aquellos sectores cuyas necesidades son mayores, planteándonos esquemas en los que la función de utilidad social que nos interesa mejorar implique determinado compromiso con ciertos estratos sociales, de forma de canalizar el crecimiento hacia esa mejora.

Pero como izquierda no podemos limitarnos a ver las sociedades y el desarrollo simplemente como una suma de utilidades individuales, por lo que debemos avanzar en una definición de desarrollo que trascienda el mero consumo y el incremento del ingreso.

Un enfoque interesante sobre este punto es el elaborado por Amartya Sen en su libro Desarrollo y libertad, que concibe al desarrollo como libertad y eliminación de la privación de capacidades. Una visión como esta nos permite trascender el concepto economicista de desarrollo e incorpora elementos vinculados al ser humano, sus capacidades para desempeñarse en la sociedad y sus potencialidades en colectivo: “El desarrollo exige la eliminación de las principales fuentes de privación de libertad: la pobreza y la tiranía, la escasez de oportunidades económicas y las privaciones sociales sistemáticas, el abandono en que pueden encontrarse los servicios públicos y la intolerancia o el exceso de intervención de los Estados represivos. A pesar de que la opulencia mundial ha experimentado un aumento sin precedentes, el mundo contemporáneo niega libertades básicas a un inmenso número de personas, quizá incluso a la mayoría. A veces la falta de libertades fundamentales está relacionada directamente con la pobreza económica, que priva a los individuos de la libertad necesaria” (Sen, op. cit.).

El autor cita algunos ejemplos de modelos de alto crecimiento económico, como lo ocurrido en China a fines de la década del 50 durante el llamado “Gran Salto Adelante”, con las desastrosas hambrunas del período 1958-1961, que en términos cuantitativos fueron las mayores de la historia. Así, podemos encontrar numerosos ejemplos históricos de disociación entre el crecimiento económico y el desarrollo, por lo que, si lo que pretendemos es avanzar como sociedad, no basta con incrementar las tasas de crecimiento, ni siquiera con incrementar el ingreso de los más desfavorecidos, sino que esto debe ser acompañado por una acción política orientada hacia objetivos de liberación humana. Si bien en Uruguay no encontramos casos extremos como los planteados por Sen, aún más de 40% de los niños nacen por debajo de la línea de pobreza, lo que demuestra que existe un enorme camino por transitar.

Es imperioso procesar un debate dentro de la fuerza política, con el fin de construir colectivamente un concepto de desarrollo que trascienda el mero crecimiento e incluso su articulación con la distribución, incorporando elementos que permitan contemplar otros objetivos sociales y problematizando los límites que al respecto nos coloca el sistema capitalista, que por su lógica intrínseca es generador de desigualdades de distinto tipo, cuyas consecuencias materiales pero también culturales padecemos de distinta forma todos los seres humanos que habitamos el planeta.

Lo anterior no va en detrimento de la importancia que tiene para una economía el crecimiento, ya que este, como hemos visto en los artículos anteriores, es un motor importante que permitiría, si políticamente así se lo dirige, impulsar los procesos de transformación productiva, redistribución del ingreso y avance hacia el desarrollo con mayor facilidad y menor grado de resistencia. Pero he intentado poner énfasis en que se deben buscar objetivos más amplios que el incremento de las tasas de crecimiento, y que esto por sí solo no logra cumplir otros objetivos deseables si no se acompaña de políticas que se orienten en el sentido de un proyecto de mayor alcance.

En esta etapa, en la que las tasas de crecimiento ya no serán las mismas que en los últimos diez años pero en la que, pese a la desaceleración y los pronósticos fatalistas que pretenden transformarse en profecías autocumplidas, es factible que la economía siga creciendo, el objetivo será canalizar el crecimiento hacia un proceso sostenible e inclusivo de transformación productiva y cambio social profundo, dirigido a alcanzar nuevos y superiores objetivos sociales que se inscriban en un proyecto de desarrollo integral. La definición de ese proyecto de desarrollo es, sin duda, una enorme cuestión abierta y desafiante para la izquierda, que deberá además procesarse en el seno mismo de la sociedad.