Graciela Frigerio es una investigadora argentina especializada en temas de educación, en particular en la formación docente. Ayer estuvo en la conferencia inaugural de la apertura académica 2016 del Consejo de Formación en Educación (CFE), ya que el lunes comenzaron los cursos que están bajo su órbita. En la primera de varias conferencias que el CFE tiene intención de organizar en el correr del año, Frigerio habló en el Instituto de Profesores Artigas y estuvo en contacto con otros puntos del país mediante el sistema de videoconferencia. En su exposición reivindicó al educador como portador de un “oficio” que a la vez es un “acto político”, porque el acto de educar afecta la forma en que se dan los lazos sociales.

En diálogo con la diaria, dijo que no se trata de un oficio sencillo, ya que “exige tener claras ganas de intervenir políticamente, en el sentido de que cuando le enseñás a leer y escribir a un chico y aprende, acabás de hacer un gesto político que le abre el mundo: aprendió o no aprendió, no hay vuelta”. Al mismo tiempo, sostuvo que eso implica “un enorme trabajo psíquico” de los docentes, en un mundo en el que su trabajo parece desvalorizarse, al igual que se deteriora el resto de las relaciones laborales. “A veces, la vida depende de una enfermera que sepa hacer una maniobra determinada; sin embargo, [los enfermeros] tampoco gozan de un prestigio que genere reconocimiento. Es algo que excede un oficio en particular; tiene que ver con el modo en que el capitalismo está llevando sus crueldades al extremo. Al capitalismo, en el fondo, la educación le importa muy poco y de maneras muy interesadas y parciales. No le importa el mundo, le importa la plusvalía”, definió.

Frigerio sostuvo que “éstos son malos tiempos para la educación en general” y fundamentó al respecto que al observar el panorama mundial, “los sistemas están quebrados y nadie da pie con bola”. Según agregó, eso se ve tanto en los países europeos como en los latinoamericanos, donde “se insiste en viejas fórmulas, hay poca novedad, rebautismos y aferramientos a conceptos estelares”. En particular, la académica cuestionó los resultados de pruebas internacionales como las PISA, “no porque no haya que evaluar”, ya que la pedagogía necesita la evaluación, “pero no necesita esos resultados”. “En primer lugar, porque no dicen nada que no sepamos, nada que no se pueda hacer a menos costo”, dijo, y agregó que conocer esos resultados “no ha cambiado la realidad educativa, más bien se ha creado un nuevo orden internacional que ha adoptado la evaluación PISA como si fuera un metro patrón”.

La investigadora afirmó que ese tipo de estándares “son maneras de dividir al mundo para los que están interesados en que esté clasificado entre los que están arriba y los que están abajo, los que parecen tener cabeza y los descabezados”. “Es un saber poco fértil; perseverar en eso me parece una necedad. Con eso no quiero decir que una maestra no tiene que saber si en su grupo aprendieron a multiplicar y dividir o quién era José Artigas. Digo que hay unos modos en los que la actualidad nos atrapa con unos conceptos estelares de los que nos volvemos esclavos. Multiplicamos ciertas cuestiones, sin detenernos a cuestionar sobre lo que de verdad necesita nuestra atención y nuestra cabeza, y, en todo caso, alguna novedad. Estamos muy prisioneros en unos cercos cognitivos con más de lo mismo, con pequeñas variantes y algunos disfraces. Y más de lo mismo ya no da”, analizó.

Actual o contemporáneo

Precisamente, durante la conferencia analizó la diferencia entre lo que implica ser “actual” y ser “contemporáneo”. Según dijo, a diferencia de una persona actual, el contemporáneo “no se deja seducir” por la actualidad, ya que en ese caso “es imposible generar una novedad”. Si bien dijo que no se puede escapar de la actualidad, es necesario no volverse “un esclavo” de ella. En particular, señaló que en este contexto, la educación “tiene que admitir el tiempo entre el ya no y el aún no”. Además, habló de la necesidad de la “conversación”, que implica la “disponibilidad para desaprender” y para “desprenderse” de las ideas previas, ya que “es difícil conversar cuando hay atrincheramiento”, y a la conversación hay que ir “a pensar” y “a dejarse remover”. Añadió que pensar implica discutir los paradigmas que ya vienen dados, sin aferrarse a alguno de ellos. Señaló que cuando no hay conversación, la expresión trivial “te mataría” se puede volver realidad y derribar la premisa de que no se puede terminar con la vida de otra persona.

La experta también habló de la necesidad de encontrar en el otro a un semejante y, a la vez, admitir que se trata de un sujeto diferenciado; si eso no ocurre, podemos “arrollar” al otro, sostuvo. Dijo que “educar tiene que ver con la institucionalización de la semejanza”, pese a que el acto educativo también ha sido usado para dividir a las personas entre categorías como “los que van”, “los que no” o “los que se quedan por el camino”. Por ejemplo, Frigerio sostuvo que la matemática fue puesta especialmente en el lugar “donde se separan las vidas” y muchas veces significa “una guillotina o un colador”, en el sentido de que se usa para evaluar quiénes somos, y si un estudiante no es bueno en esa disciplina se lo rotula como “poco inteligente”.

Al mismo tiempo, planteó que para que haya emancipación de las personas, tiene que haber conversación, y que “es imposible que alguien quiera reconocer si no es reconocido”. La docente habló de resignificar la palabra “transmitir” en el campo educativo, porque “sin transmisión no hay sociedad posible”. Por ejemplo, dijo que en Argentina la dictadura implicó una suspensión de la transmisión, y cuando una generación no puede transmitir, hay otra que “renuncia a poder recibir”. Aclaró que “transmitir” no debe considerarse un sinónimo de “clonación”, sino que se trata de “volver disponible algo dejando en libertad” a quien lo recibe.

Acto creador

Frigerio definió el acto educativo como “pura inauguración” y, a la vez, un “rito de iniciación” en el que se trata de “llevar al otro por las huellas de sus ancestros, por donde el tiempo las borró”. Sostuvo que cuando los docentes dejan de creer en su necesidad, las instituciones “se vacían en su interior” y se transforman en organizaciones que, si bien pueden funcionar efectivamente, quedan “vacías de sentido”.

Según la experta, si alguien ingresa a estudiar formación docente y no está dispuesto o no sabe que se encontrará con “otros diferentes”, “se equivocó de oficio”. También dijo que cada acto pedagógico es un acto nuevo, que “uno siempre se muere de miedo antes de entrar a una clase” y se pregunta si se entenderá lo que busca transmitir, y que cuando la persona se vuelve “autómata”, en realidad ya no está ahí presente. Lamentó que haya tantos jóvenes que creen de sí mismos que “no tienen cabeza”, y dijo que no sirve demasiado hablarles a los adolescentes del futuro que los adultos quieren para ellos, ya que a los jóvenes “el presente les ocupa el cuerpo y la cabeza”. Por último, señaló que los dos verbos que más definen la acción de enseñar son “asumir” y “sostener”, al tiempo que agregó que esa tarea no se puede realizar si quien pretende llevarla adelante es “amarrete” y lo hace para “etiquetar” o “vivir de las miserias del otro”.