El ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, tuvo la deferencia de responder ayer a una nota de opinión mía y exhortó a discutir con seriedad la cuestión de la tenencia de armas. Intentaré hacerlo, aunque su texto no ayuda: vamos primero a lo importante (dejando de lado controversias partidarias en las que no me corresponde participar) y Hitler quedará para el final, si hay espacio.

Fernández alega desde hace años que es bueno estar armado. Lo llamativo en sus declaraciones al programa Quién es quién, el 25 de febrero, fue el deterioro en la calidad de su discurso. Sostuvo que las cosas podrían haber sido distintas el 13 de noviembre, en la sala de espectáculos Le Bataclan de París, si el público hubiera tenido con qué defenderse del ataque terrorista. Perdió así de vista todas las consecuencias indeseables y trágicas que puede traer consigo una habilitación para que quienes asisten a un concierto porten armas. Criticar esa idea impresentable, que había sido expuesta meses antes por Donald Trump, fue la clara intención de mi nota publicada el lunes 29. Mencioné, además, otro presunto argumento suyo que me parece un desvarío: el de que la gente debería tener armas en su casa por si “viene alguien a intentar matar a sus hijos”.

En la respuesta de Fernández aparece, al final, un simulacro de aporte de datos a la discusión: arguye que la tasa de homicidios en Uruguay es mayor que la registrada (no dice dónde ni por quién) en Estados Unidos y en Suiza (“donde cada ciudadano posee un fusil con munición en su casa”). El ministro debería saber bien que la violencia homicida no se puede atribuir a una sola causa, sin tener en cuenta las circunstancias en cada país, y me cuesta creer que considere ejemplar la realidad estadounidense en esta materia, como si no se hubiera enterado de que esa realidad incluye, con horrenda frecuencia, matanzas cometidas por gente que había adquirido armas fácilmente.

El problema de fondo, en mi opinión, es la convicción de que disponer de un arma suma de algún modo libertad o dignidad. Esa convicción implica rechazar la idea de que la cultura nos puede civilizar y hacernos más humanos, liberándonos de la ley del más fuerte y acercándonos a una distribución equitativa, democrática, de la libertad y la dignidad, que no dependa tanto de la disparidad de fuerzas. Un arma es una herramienta que puede servir para causarle la muerte a otra persona o para amedrentarla: creer que contar con una nos pone en mejores condiciones para convivir con el resto de la sociedad es una noción regresiva, prepolítica, que no confía en la posibilidad de que dejemos alguna vez de comportarnos como bestias y de procurar ante todo imponernos a los demás. Es por eso mismo, también, una idea de derecha, que debería alojarse con mucha más comodidad en la mente de Trump que en la de un ministro frenteamplista.

Para lo de Hitler me queda poco sitio y quizá sea mejor. Fernández dijo lo mismo que Trump; yo no propuse, como Hitler, que se prohibiera la tenencia de armas. Al ministro le parece que petardear es divertido y le agrega interés al debate; a mí no.