No fue, no podía ser, el partido que los vendedores de realidad nos ofrecían: un partidazo de ataque contra ataque, de efectiva tenencia de pelota, de goles y más goles. Al final, terminó siendo lo que podía ser. Fue un empate entre uno que quiso pero no pudo -porque tampoco es un dechado de virtudes para poder siempre-, Nacional, y otro que, sin el esmog de ese ambiente modificado por exposiciones artificiales vio lo que otros no pudimos ver: puede ser tan interesante un empate de “visitante” con Nacional como lo fue el de los tricolores con Rosario Central. Dos presentaciones, dos empates para cada uno, no le hacen mal a ninguno.

De entrada, el darsenero Matías Jones sacó terrible zapatazo de lejos cuando no pasaba nada. Iban 5 minutos que no transparentaban el futuro del juego, y el Coco Esteban Conde voló y la mandó al corner. A vuelta de correo, Nacional atacó una, dos y tres veces a la línea de cuatro zagueros e hizo parar a su hinchada. ¿Alguien cree que por la sola enunciación de un director técnico de su deseo, voluntad, idea o, simplemente, simpática propaganda de que quiere que su equipo tenga perfil ofensivo, técnica, posesión de pelota y todas las cosas lindas que parece que nos gusta escuchar, los equipos, de por sí y ante sí, se transforman en pichones de Barcelona? Y entonces lo que sale no es otra cosa que un partido de fútbol entre equipos que no arriesgan mucho más allá de las palabras -y no consideremos que tomar riesgos es una acción o un valor para ganar o jugar bien- y que, por natural o coyuntural falta de atributos colectivos o individuales para desequilibrar a los neutralizadores rivales, no hacen más que perder la posesión o los ataques.

Plata 900

En la primera parte no hubo más que aquel brillante tiro libre de Michael Santos que manoteó Conde y dio contra el caño, y que tras su rebote, increíblemente, Sebastián Ribas no pudo mandarla a guardar. Fue eso y sólo eso, por lo aislados que estaban Sebastián Fernández y Nicolás Diente López en Nacional, y Santos y Nicolás Schiappacasse en River, que casi no pudo pasar nada.

En la segunda parte los equipos parecieron pararse más apretados en la cancha, más cortos, lo que dio la impresión de que redundaría en más ataques. Nacional lo logró y propuso el juego mucho más cerca de Nicola Pérez. Los zurdos Schiappacasse en River y López en Nacional tuvieron una cada uno, situaciones en las que exigieron a los arqueros rivales y pusieron el partido en movimiento. En una de las más claras de Nacional, el arachán Nicola Pérez hizo una atajada espectacular ante el no menos fabuloso recurso de tijereta del riverense Kevin Ramírez.

Apenas unos minutos después, el floridense Leandro Barcia recibió en el área luego de una buena asistencia de Alfonso Espino, y resolvió de manera perfecta a un toque. La guinda dio en el travesaño y picó claramente dentro del arco. Era gol. Fue gol. Pero ni el árbitro asistente Raúl López ni el principal, Víctor Carrillo, lo hicieron subir al marcador. En adelante, Nacional se mostró mucho más ambicioso, mientras que River siguió siendo el equipo uruguayo que pone cuatro zagueros para hacer la línea final y un delantero grandote -Ribas- dispuesto a dar una mano en los cabezazos defensivos. Cristian Tabó e Ignacio María González, que ingresaron en el último tercio de la segunda parte, le dieron mayor dinámica al equipo de Gustavo Munúa. Quedaba la sensación de que el equipo de Juan Ramón Carrasco tomaba como bueno no perder, inversión a futuro para tener crédito en la segunda rueda del grupo, y lo logró, de tal manera que los contendientes quedaron en igualdad de condiciones en su ilusión -o desilusión- de seguir adelante.