Salieron de la planta de Fripur hasta llegar a la Torre Ejecutiva. Allí entregaron una carta dirigida al presidente de la República, Tabaré Vázquez, para solicitarle una entrevista. Fripur cerró en agosto de 2015, dejando a 960 trabajadores sin empleo, de los cuales 800 son mujeres, y la enorme mayoría, jefas de hogar. El 29 de febrero, la Justicia Concursal adjudicó la venta de Fripur a Cooke Aquaculture, una empresa canadiense que ofertó alrededor de 15.000.000 de dólares; Cooke se propone reactivar la pesca, pero en principio no se planea reabrir la planta; contrataría ahora sólo a 100 trabajadores uruguayos, 90 de ellos tripulantes. Días atrás, el Poder Ejecutivo renovó los seguros de desempleo, por tres meses.

“Los trabajadores hoy no pedimos aumento de salarios, no pedimos condiciones de trabajo, pedimos algo tan esencial como poder trabajar”, expresó ayer Carlos Vega, secretario general del Sindicato Único Nacional de Trabajadores del Mar y Afines ante el aplauso del resto de los marchantes. Agregó: “No nos queda claro cómo es el tema de los permisos de pesca, porque la Ley de Pesca dice que los permisos son intransferibles, por lo tanto no se pueden vender”.

Miriam Rodríguez, de 55 años, cumplió ayer 25 años en Fripur, y sigue aferrada a la posibilidad de que la empresa sea viable. En estos meses los trabajadores conformaron una cooperativa y elaboraron un proyecto para diversificar la producción, fabricando artículos como harina de pescado y omega 3, algo escasamente explorado. Para concretar esa propuesta, esperan tener una reunión con los nuevos dueños y el Poder Ejecutivo. “Dejamos la vida ahí adentro y ahora nos quedamos sin nada”, expresó Miriam, y recordó el frío que pasaban, pero también los cobros por quincena y la posibilidad de llevar un sueldo a la casa.

Claudia Rodríguez, trabajadora de 44 años y con 15 años de experiencia en Fripur, relató: “Todas las mujeres que trabajamos ahí somos personal capacitado para eso, somos mano de obra calificada. El 90% de la tarea la hacían las mujeres, se rompían las manos, se agarraban tendinitis, se quemaban con el frío del invierno, dejaban a sus hijos solos; en ese tiempo era redituable trabajar. Y ahora una mujer que tiene 40, 50 años, ¿adónde va a ir a buscar trabajo?”. Pero mantiene la ilusión: “Tengo esperanzas de que la cooperativa funcione, que en algún momento los trabajadores podamos vivir del pescado, de lo que sabemos hacer”.