-En la presentación de tu candidatura fuiste enfático al señalar que el capitalismo está sumergido en una crisis y que, mientras que antes la izquierda tenía respuestas para este tipo de problemas, ahora no las tiene. ¿El asunto está en el modelo económico adoptado de redistribuir a partir del crecimiento? ¿Ahora que se va a crecer menos, se pone en riesgo la continuidad de la distribución?

-Al crecimiento como herramienta no hay que cuestionarlo, lo que hay que tener es una visión integral de la economía. Yo acostumbro a repetir que progresismo no puede reducirse a crecimiento más políticas sociales, y la izquierda, cuando se ve condicionada por factores internos y externos adversos, en el caso de algunos países, tiende a quedarse encerrada en esa fórmula. Considero que es una base fundamental que no debe quebrarse, pero no es suficiente, porque esta fórmula de por sí no está garantizando que podamos acometer ciertos cambios estructurales que son indispensables para garantizar la continuidad del modelo. Si el modelo de crecimiento está basado exclusivamente en un sector exportador fuertemente primarizado, y con ese flujo de fondo se financian políticas sociales, es muy difícil de sostener si no se ha generado al mismo tiempo una diversificación importante en la matriz productiva, cambios estructurales que generen las condiciones para que el país pueda diversificar su producción, multiplicar su oferta, garantizar la capacitación de su gente y disponer de reservas financieras con cierta autonomía para mantener la continuidad del ciclo. Lo que está en debate hoy en América del Sur es si esta política económica es sostenible a largo plazo.

-¿Cómo se resuelve este debate?

-Necesitamos tener una respuesta política, porque la derecha nos erosiona permanentemente en la opinión pública, en la conciencia social, tratando de instalar la idea de que la crisis se debe a un problema de gestión de la izquierda, cuando en realidad la crisis se debe a un problema del sistema capitalista, que desde hace ocho años no logra garantizar con cierto equilibrio la reproducción ampliada del capital, y se ha visto necesitado de recurrir a políticas brutalmente asimétricas. Sólo un puñado de países centrales del sistema lograron reproducir el capital con crecimiento. El resto del mundo tiene escaso crecimiento y recibe los efectos de la crisis. Lo que la izquierda no tiene es una concepción de economía política que le permita pararse frente a la crisis y convencer a las sociedades de que el origen de esta no está en la gestión, sino en el modelo capitalista, liderado por los países centrales y por los partidos de la derecha. Pero sólo con este debate no vamos a garantizar nuestras posibilidades de mantenernos a la ofensiva. También debemos tener resultados en el campo económico, y eso significa resistir las políticas de ajuste ortodoxas del capitalismo, o para decirlo en una frase: asegurarnos de que la crisis no se va a pagar con desocupación, caída del salario real, desmantelamiento de las políticas sociales, con venta, remate o desinversión del patrimonio público, acentuando la carga tributaria sobre los trabajadores, o eliminando beneficios sociales que indirectamente representan un alivio para los trabajadores, que son las recetas clásicas. Entonces, tenemos que ponernos de acuerdo en cómo, de aquí hasta el final de este gobierno y con un crecimiento acotado como el que se pronostica, vamos a evitar que los efectos de este enlentecimiento se descarguen en contra de las conquistas de progreso social de los últimos 11 años. Pero, además, tenemos pendiente alguna de las reformas que deben seguir avanzando, como la consolidación definitiva de la reforma de la salud, la primera fase del plan de cuidados, garantizar el programa de inversión pública para conservar la alta productividad de las empresas del Estado. Debemos tener un acuerdo político en el FA, en el gobierno, en el movimiento social, cuyas plataformas coinciden con muchos de los objetivos sociales que queremos impulsar, desde la fuerza política y desde el gobierno. Un acuerdo claro sobre lo que estamos en condiciones de hacer en los próximos tres años. No es una discusión ideológica ni de largo plazo, tiene que ser un acuerdo de corto plazo. Así vamos a poder terminar radicalmente con este estado de erosión interna que se está dando permanentemente entre nosotros por temas que no son ideológicos ni trascendentes, sino que son de todos los días, y que no estamos resolviendo bien.

-¿De dónde se pueden obtener recursos para todo eso con un crecimiento menguado?

-Uruguay va a crecer a 1% y la población del país crece a 0,6%, de modo que, haciendo una cuenta simple, la riqueza per cápita del país no va a caer durante los próximos cuatro años; por lo tanto, sigue siendo un problema fundamental de distribución y de asignación de recursos. En medio de esta combinación de factores negativos externos (uno, la crisis internacional y dos, el fracaso fenomenal que ha tenido la integración regional como palanca de desarrollo), aun así, con tasas muy pequeñas de crecimiento, en un país que tiene una población muy estable, no necesariamente tienen que disminuir los recursos para continuar con la aplicación del programa de gobierno. Hay recursos suficientes para que en 2019 nos podamos plantar frente a la sociedad uruguaya y decirle a todos los ciudadanos que en Uruguay, gracias a la solidez de las políticas progresistas, la crisis no la pagó el pueblo. En cambio, si llegamos a 2019 con una caída del salario real, desocupación descontrolada y un nuevo crecimiento de la pobreza, no tendremos forma de fundamentar un discurso político, a pesar de que podamos decir que no somos los responsables de la crisis y que los responsables son los que controlan el sistema. El discurso político te permite mantener la adhesión en la conciencia colectiva, pero también tenés que mostrar consistencia en los resultados materiales y económicos.

¿Qué arquitectura institucional podría articular ese acuerdo?

-Los que están trabajando en las distintas esferas del gobierno, los compañeros que están en la conducción de los partidos y en el movimiento social, tendrán que encontrar e instalar formas de diálogo estratégico. Partiendo de que tenemos una situación totalmente inestable por todos lados, el apoyo ciudadano ha disminuido en forma notoria, con una situación interna de cierta desmovilización y de cierta desmoralización frente a la crisis, la necesidad de este diálogo es evidente. Al mismo tiempo, hay compañeros que creen que el gobierno se está aislando de la Mesa Política, y en el gobierno hay compañeros que comentan que la fuerza política no apoya lo suficiente al gobierno. Con este cruce de reproches no vamos a ningún lado.

Títulos nobiliarios

Conde nació en Montevideo el 7 de setiembre de 1952. Perteneció al Partido Socialista, del que llegó a ser secretario general, hasta noviembre de 2014, cuando presentó la renuncia. Fue electo diputado por Canelones en 1999, y en marzo de 2010 fue designado como vicecanciller del segundo gobierno del FA, cargo que ejerció hasta 2013, cuando asumió como senador. Su candidatura es impulsada por el Partido Comunista, el Partido por la Victoria del Pueblo, el Frente Izquierda de Liberación, el Movimiento Alternativa Socialista, Izquierda en Marcha, el Movimiento 20 de Mayo y frenteamplistas independientes.

¿Alcanza con replicar las críticas argumentando todo el tiempo que el país estaba mucho peor hace 12 años?

-Hay que tener en cuenta que en 2020 van a votar personas nacidas en 2002, que ni siquiera conocieron la crisis. Pero de cualquier manera, el FA tiene que hacer un esfuerzo por mantener el relato histórico; no por hacer historia en el sentido académico, sino para poder comprender un proceso, para que se comprendan las raíces de los problemas. El FA tiene que tener un relato importante de lo que han sido las décadas de los 80 y 90 y hacer pedagogía política con eso, explicarle a la sociedad y a los jóvenes. Porque es imposible tratar de entender la política colgados de una nube. Este es un papel fundamental del FA. No es una tarea que deban realizar el presidente o los ministros, es una tarea para la fuerza política, que, dicho sea de paso, no la está cumpliendo. No sé si por falta de claridad, de convencimiento, de capacidad de movilización o por no tener los medios adecuados. La comunicación del FA es muy mala. Hay que destinar recursos financieros, humanos, y hay que poner tecnología para que el FA pueda disponer de una gran capacidad comunicacional hacia adentro de la propia fuerza y hacia la sociedad. Este es un tema que hay que corregir. Pero sin tener la ideas claras, los medios no te sirven de nada, y en este momento lo que está desajustado es el abanico de ideas en el FA. Es decir, en este momento no tenemos ninguna de las dos cosas, ni claridad estratégica ni medios, y hay que solucionar las dos cosas a la vez.

-¿Qué pensás de las acusaciones de falta de transparencia por parte de la oposición, o de corrupción contra otros gobiernos de izquierda de América?

-Uruguay es uno de los países más transparentes y con menos corrupción en el mundo, y eso es una conquista del FA. Cuando ha ocurrido algún fenómeno de corrupción, y en los años que llevamos de gobierno sobran los dedos de una mano para identificar casos, ha sido el propio FA el que los ha puesto en conocimiento de la Justicia. El FA no es una fuerza afectada por fenómenos de corrupción. Está afectada por otra cosa que no tiene nada que ver con eso: la pérdida de esa mística y de ese compromiso militante que llevaba a la gente a dar todo de sí, más allá de las ocho horas y sin pensar en el salario ni en el cargo. Ahora todo pasa por las ocho horas, por el cargo, por el sueldo. Eso está haciendo mella, pero no es corrupción. A eso, en el lenguaje que se usaba antes, se le llamaba aburguesamiento. La transformación social requiere una ética y de una épica transformadoras. Son las sociedades las que se transforman a sí mismas, no los funcionarios. Por eso, además de ser funcionario hay que ser militante. Muchos militantes me han dicho que sienten que el gobierno está transformándose en una gran burocracia, separada de la gente, y esto no quiere decir corrupción, no tenemos que confundirnos en eso. Tenemos que estar orgullosos de que no somos corruptos.

¿Cuál es la estructura orgánica que puede atraer a la gente de vuelta a la militancia? ¿Los comités u otra cosa?

-Cada generación tiene que militar en su ambiente. Los jóvenes no encuentran su lugar ni en las juventudes partidarias, como en mi época, ni tampoco en el comité de base. Eso no quiere decir que estas nuevas generaciones no tengan que generar sus propios espacios de base. No hay ninguna fuerza política que pueda contribuir efectivamente a una transformación social si no tiene influencias en las bases de la sociedad, por lo tanto, algunas generaciones seguirán militando en los comités de base que conocemos y las otras tienen que ir encontrando sus espacios para militar también en la base de la sociedad, vinculadas a la enorme constelación de plataformas sociales. Esas plataformas tienen que tener un diálogo con la fuerza política, porque si no se cae en el movimientismo social aislado de la fuerza política. Si el movimiento social va por un lado y la fuerza política por otro, aunque los dos tengan una visión progresista, no va a haber transformación social.