A pesar de los eslóganes, resulta evidente en nuestro país las escasez de iniciativas para afrontar las diferencias de género en la gran mayoría de los ámbitos. El deporte no es ajeno a esta realidad. Según la Encuesta Nacional Sobre Hábitos Deportivos y Actividad Física realizada en 2005 (módulo complementario de la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística), la incidencia de la población físicamente activa en relación a la población total por sexo, muestra una alta predominancia masculina, diferencia que se acentúa al considerar la población de cada sexo por edad. Según esta encuesta, la práctica de algún deporte es alta entre niños y niñas de entre 6 y 13 años; sin embargo, a tan temprana edad, las diferencias entre géneros ya son notorias: solo un 12% de las niñas practican algún deporte, mientras que el 40% de los niños lo hacen.

¿Qué ocurre entonces cuando las mujeres, especialmente en los últimos años, se introducen en un mundo en el cual enunciadores y enunciados son del orden de lo masculino? Si, como afirman Bourdieu y Wacquant, el poder simbólico y la autoridad para imponerlo provienen simplemente de “el poder de constituir lo dado, enunciándolo” (1995: p.106), la aparición de un “otro” que está afuera del discurso, se presenta como un extranjero que perturba el campo y al que es necesario definir. Dicho en otras palabras, si el fútbol es narrado por los hombres, es el discurso del “otro” el que definirá el campo de las prácticas de las mujeres, sean éstas espectadoras massmediáticas, deportistas, asistentes a los estadios, hinchas militantes o barras bravas (que las hay). De ahí que la identidad de la mujer respecto de este particular universo necesariamente deba constituirse en forma heterónoma, es decir con las reglas y los valores del otro.

Aunque ello no signifique que estas prácticas no puedan constituirse de manera alternativa, la ausencia de lucha simbólica así como de otras formas de conflicto entre géneros parece indicar, en una primera mirada, que la aparición de las mujeres en el universo futbolístico no se presenta como una amenaza, ni siquiera como un desafío que implique la posibilidad de modificar el actual estado de las cosas. En otras palabras, el fútbol no es un territorio a conquistar: es un territorio conquistado.” (Binello et al., 2003: 34) 1

Entonces, ¿cómo introducir una práctica femenina en un mundo objetivado desde lo masculino?; ¿existe hoy en Uruguay alguna intención política de que la aparición de la mujer en el mundo del deporte produzca grietas en el estado actual del campo? El básquetbol es el segundo deporte más popular del país. En el Reglamento General de la Federación Uruguaya de Básquetbol (FUBB) se establece que la calidad de asociado de un club determina la obligación de intervenir en los campeonatos organizados por el Consejo Único de Divisiones Formativas (sección IV, Art. 50º). En particular, para participar en la principal competencia masculina se debe contar con 6 categorías: U12 – Pre Mini, U13 – Mini, U14 – Pre infantiles, U16 – Infantiles, U18 – Cadetes y U20 – Juveniles. Nada se establece en relación exclusivamente a las formativas femeninas, absolutamente nada. Es decir, queda en la conciencia moral de los clubes, más específicamente, de sus dirigentes, el fomentar o no la práctica de básquetbol en niñas y adolescentes. De hecho, algunas entrenan y juegan en equipos mayormente masculinos.

Es cierto que, en los últimos años, ha aumentado la participación en torneos internacionales de las selecciones uruguayas de básquetbol femenino. Sin embargo, considerando los antecedentes recientes y la situación actual de los clubes, queda latente la duda de si estas acciones responden a ciertas exigencias establecidas desde la FIBA (International Basketball Federation) o a un real interés en promover e incentivar la práctica de este deporte en niñas y mujeres. Consideramos imprescindible e imperioso el diseño de políticas afirmativas que obliguen a los clubes a presentar equipos femeninos en el entendido de que la discriminación positiva puede ser el comienzo de una transformación que seguramente ni alcancemos a ver.

Fue de público conocimiento la situación vivida hace pocos días por el plantel que disputó la Liga Nacional de Básquetbol Femenino 2015 en el Club Colón. El Club Atlético Welcome se habría comprometido con las jugadoras, en diciembre del año pasado, a recibirlas en su club este año. Una vez más, las jugadoras tocando puertas en distintos clubes solicitando horas de cancha, aunque sea en horarios insólitos, con el único objetivo de seguir entrenando, seguir jugando y compitiendo. Parecía que Welcome añoraba sus gloriosos años de apoyo al básquet femenino. Sin embargo, según se informó en la página web de SomosBasketNacional, el pasado miércoles 30 de abril este plantel comenzó a entrenar en el Club Nacional, luego de que la directiva de Welcome les informara que ya no formaban parte del club. El respaldo desde la FUBB hacia las jugadoras, muchas de ellas en selecciones nacionales, brilló por su ausencia. Todos los que hemos tenido algún tipo de vínculo con el básquet femenino (jugadoras, padres de jugadoras, entrenadores, delegados) sabemos que esta situación no se aleja demasiado de las vividas por las jugadoras año tras año. Al básquetbol femenino se le quita repetidamente sus horarios de entrenamiento en cancha por cualquier otro evento social o deportivo, se modifica la frecuencia de sus entrenamientos en función de todas las demás actividades de los clubes o simplemente se lo elimina, argumentando la falta de disponibilidad de horas libres de las canchas. Con algunas excepciones, el apoyo económico de los clubes es nulo. Ni para viajes al interior, ni para pasajes para jugadoras, ni para materiales.

No es cuestión de limitarse a intenciones y discursos repetidos, sino de posibilitar y habilitar espacios, esfuerzos y recursos históricamente negados a las mujeres. Se trata de ceder en el entendido de que es válida la apuesta al deporte femenino, más allá de su falta de retribución económica, de su carácter amateur o de su poca masividad. Se trata, en principio, de permitir la enunciación desde el lugar de la mujer, recoger la visión del deporte desde un lugar distinto, escuchar otras voces; voces de estudiantes, profesionales, madres y amas de casa deportistas. Esto no debe dejarse en manos de la sola voluntad de los clubes. La voluntad política es fundamental para promover y facilitar el acceso real de las mujeres al deporte, tanto a nivel de categorías formativas como de alta competición, favoreciendo su incorporación y legitimación.

Andrea Martínez y Silvina Páez, jugadoras de básquetbol.


  1. Binello, Conde, Martínez y Rodríguez. “Cuestiones de género. Mujeres y fútbol: ¿territorio conquistado o a conquistar?”, Capítulo 1 en: Alabarces, P. (comp.) (2003) “Futbologías, fútbol, identidad y violencia en América Latina”.