-¿Cree que Dilma logrará terminar su mandato?

-Lamentablemente, creo que es muy difícil que lo termine. Es muy difícil que el juicio político se frene en el Senado; las consultas entre los senadores indican que no hay cómo, salvo que ocurra algún hecho nuevo, que no sé cuál podría ser. Entonces comenzaría un gobierno de [el vicepresidente de Brasil, Michel] Temer, y todo cambiaría; tal vez él logre fortalecerse o tal vez sea debilitado. Es una coyuntura muy complicada también para él.

-¿Se trata de un golpe de Estado?

-El imaginario de golpe tiene más que ver con lo militar, pero tal vez nos estemos aproximando a un nuevo tipo de golpe, como ya ocurrió en Honduras y Paraguay. Hay serias dudas de que las maniobras fiscales por las que se acusa a Dilma sean un delito de responsabilidad [el tipo de delito que justifica este proceso de destitución] y hay tres instancias que son importantes en este movimiento de avance del juicio político: los medios -que crean realidades o enfatizan sólo una parte de todos los escándalos de corrupción-, el Poder Judicial -donde hay selectividad [a la hora de investigar los delitos cometidos]- y los vínculos entre uno y otro. Los medios son un actor político. Durante mucho tiempo fueron los que hicieron oposición a los gobiernos del PT, no los partidos o los sectores empresariales.

-Además del papel de los medios y la Justicia, es interesante también el que juegan las cámaras empresariales, en especial la Federación de Industrias del Estado de San Pablo (FIESP), que compró espacios en los diarios para hacer campaña a favor del juicio político.

-En pocos meses hubo un cambio de posición significativo de la FIESP. En su primer gobierno, Dilma siguió la pauta de la FIESP. Incluso el presidente de esa Federación, Paulo Skaf, compró espacio en la televisión para elogiarla. En los últimos meses esos actores económicos evaluaron que Dilma no era capaz de dar al país una estabilidad mínima. Lo que preocupa es sacrificar la normalidad democrática, porque es una apuesta también. Ya existe mucha tensión social y puede agravarse. Es posible que un empeoramiento de la situación económica, provocado por la propia paralización política, lleve a que la situación se agrave y a que tengamos tensiones más fuertes.

-Se dice que estas movilizaciones a favor y en contra del juicio político reflejan una polarización social, ¿está de acuerdo con esa lectura?

-En los últimos años hemos tenido, desde el punto de vista de los valores y las costumbres, una doble radicalización. Por un lado, el sector conservador está más cohesionado, más organizado que antes, y cuenta con nuevos movimientos. Por otro, también el sector progresista se fortaleció. Sectores que no son minoritarios en términos de número pero que siempre fueron marginalizados u oprimidos -por ejemplo transexuales, mujeres, negros, gays, lesbianas- han vivido un período de fortalecimiento. La ganancia subjetiva de los de abajo, de los oprimidos, crea una reacción muy fuerte de los sectores medios, que fueron un actor importante en estas protestas. Hay que tener claro que Brasil es un país marcado por desigualdades muy grandes e históricas; tenemos una estructura de clases muy particular, muy violenta. Lo curioso de toda la polarización es que quien la radicalizó en Brasil no fue el PT, sino los sectores más conservadores. Se acusa al PT de haber polarizado, pero en general fue al revés. El PT huyó de varios debates, como el de la reforma política; nunca hubo una confrontación directa, sí cambios sutiles.

-Es inevitable pensar que hay una serie de reformas que el PT tenía en la agenda antes de llegar al gobierno que si se hubieran implementado habrían generado que la situación hoy fuera diferente. Sobre todo la reforma política.

-Sí. El sistema político brasileño es muy complicado y el PT es el más perjudicado. En ningún país un Ejecutivo tiene una bancada tan pequeña. Cambiar el sistema le daría al PT mucho más poder, sería más justo, pero existía la oposición de los medios, de los demás partidos y de otros sectores, que temían que el PT fuera muy poderoso. Para proponer una reforma política, el PT iba a tener que solucionar la resistencia mediática y también lograr que los diputados que eran beneficiados por el sistema votaran en su contra.

-En la coyuntura política actual se han señalado muchos errores de Dilma; ¿se puede hablar también de errores del PT?

-Dilma es muy poco popular, sobre todo después de un giro posterior a su reelección: el ajuste fiscal, que fue visto por buena parte de la población como una retirada de derechos. Eso hizo que una buena parte de la base social se retirara, sobre todo los sectores más pobres, porque la situación empeoró. Había una narrativa fuerte del PT que era: “Mejoramos la vida de la gente”. Eso un poco se interrumpió en el segundo gobierno de Dilma, lo cual debilitó al gobierno e hizo que la oposición intentara una salida dura travestida de suave. Claro que el fracaso del gobierno de Dilma es también el fracaso del PT y de [el ex presidente] Lula, que la eligió. Respecto del PT en particular, es curioso, porque tiene una simbología muy fuerte, logró transformarse en el partido de los pobres, pero ha sido un actor poco presente en los gobiernos.

-Antes mencionabas el tema de las estructuras partidarias. Llama la atención que varios partidos que son parte del gobierno voten en contra de Dilma en el Congreso. ¿Cómo se explica?

-Muchos partidos en Brasil no lo son en el sentido clásico. No son frecuentes en ellos la militancia, la dirección elegida por los militantes, el programa claro, las posiciones definidas. No hay situaciones institucionalizadas en los partidos. Por ejemplo, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño [PMDB] difícilmente tiene una unidad; se trata de líderes regionales con mayor o menor peso, pero se caracteriza por tener cierta maestría política para estar en el gobierno siempre. Tiene razón Lula cuando dice que esta es la única oportunidad que tienen el PMDB y Temer para ocupar la presidencia: ningún candidato del PMDB tiene condiciones para ser electo. Es un partido que tiene mucha fuerza en el Congreso, tiene algunas llaves decisivas de la política institucional brasileña, pero al mismo tiempo es incapaz de promover una candidatura propia.

-Esa falta de posiciones definidas de los partidos suele trasladarse al Congreso.

-Tenemos veintipico de partidos con representación en el Congreso, y hay un problema: hay una sobrerrepresentación de algunos sectores, como el empresariado o el agronegocio, y una subrepresentación de otros, como las mujeres o los negros. El brasileño no está bien representado en el Congreso. Capaz que en la votación del juicio político en la Cámara de Diputados la población por primera vez dimensionó quiénes son sus representantes, y tal vez eso cree algunas consecuencias. Es interesante ver que hay cierto rechazo generalizado al sistema político brasileño; tal vez en algún momento tengamos un “que se vayan todos” brasileño. Hay una cuestión más amplia que Dilma.

-Este movimiento contrario a Dilma y a otros políticos ¿se va a “calmar” con un eventual gobierno Temer, o se va a mantener?

-Un poco el origen de todo esto es que la oposición no ha hecho el duelo de la derrota electoral. Un filósofo de mi universidad, Paulo Arantes, dice que la oposición está sufriendo abstinencia de gobernar, que no aceptó ser derrotada porque tenía todas las condiciones para ganar en las elecciones de 2014 y no lo hizo. En las manifestaciones “verde-amarillas” hay un rechazo a los políticos en general, pero difícilmente eso se convierta en un posible rechazo a Temer, porque para ese sector está muy cristalizado que la cosa es el PT. Creo que va a haber una desconfianza de la población en general hacia Temer y una oposición muy fuerte de la izquierda en su contra, porque nace con una ilegitimidad brutal. La vida no va a ser fácil para los que asuman el gobierno, porque el caos político también generó una peor situación económica y peores perspectivas a futuro.