Nunca fui a Veracruz. Es un puerto de rambla ancha. “El rinconcito con la luna de plata” que inspiró a Agustín Lara. Dicen que el calor sofoca y que hay un lugar llamado La Parroquia donde tomar café es una experiencia pintoresca. Cuentan que en aquel lugar multitudes agitan sus cucharas contra los vasos vacíos; entre el bullicio, los mozos acuden al llamado, en actitud performática elevan las dos jarras que sostienen, y los líquidos se fusionan en el aire para que los comensales puedan disfrutar cafés espumosos e hirviendo.

En este estado, ubicado al oriente del Golfo de México, el Partido Revolucionario Institucional gobierna de manera ininterrumpida desde 1932, y a los disidentes del régimen los asesinan. Hay una elite de jóvenes que crecieron en el puerto y que, al cobijo de sus padres empresarios y políticos, aprendieron desde muy chicos a mandar a sus sirvientes, a despilfarrar el dinero mal habido, a que los Zetas no los miren a los ojos. También aprendieron a matar. En los últimos años, algunos de ellos disfrutaban recorrer la ciudad en autos de lujo y levantar mujeres jóvenes.

Los llaman “los porkys”. Quieren poseerlo todo y con lo que tienen no les alcanza. Las secuestran, las violan, las torturan. A Columba la levantaron en un bulevar en Boca del Río. Tenía 16 años, salió a correr y no volvió a ver la luz del día. Su cuerpo apareció maniatado a la orilla de la carretera.

A Daphne la levantaron en un Mercedes Benz y la violaron. Está viva y pudo presentar una denuncia porque es una “niña del Rougier”, el mismo colegio al que iban sus agresores. Sus padres quisieron llegar a un acuerdo privado, y en los intercambios sostenidos lograron filmar a los jóvenes pidiendo disculpas y admitiendo la violación.

Ante la dilación de la “Justicia”, después de un año de ocurridos los hechos, el video fue difundido en las redes sociales. La indignación de escritorio activó movilizaciones en las calles de la ciudad.

Aunque las investigaciones periodísticas develaron la vinculación de estos muchachos con el crimen organizado, las autoridades piden prudencia. No es novedad afirmar que en México no existe solución de continuidad entre empresarios, políticos y narcotraficantes. Por estos motivos, los que han documentado estos hechos y la relación que guardan con el actual gobierno estatal saben a qué se enfrentan.

Durante los años de gobierno de Javier Duarte, el actual mandatario del estado, han asesinado a 19 periodistas que dieron cuenta de lo que está pasando. Las autoridades locales mantienen lazos con las familias de los jóvenes delincuentes, y, aunque dicen que “serán implacables”, los operadores judiciales sostienen en bandejas de plata la presunción de inocencia de los inculpados.

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En el país que se escribe con x, Veracruz no es la excepción de nada. La violencia machista, territorial e insaciable se extiende en toda la república.

Ciudad Juárez se convirtió en el ícono mediático de los feminicidios en México, y el tratamiento que se le dio a nivel internacional logró minimizar el flagelo a “un mórbido espectáculo del documental sobre el asesino serial”, tal como ha dicho Maribel Núñez, activista y académica juarense.

Pero también están “las muertas” de los estados de México, Sinaloa, Ciudad de México, Tamaulipas, Jalisco, Sonora, Morelos, Nuevo León, Guanajuato, Hidalgo, Tabasco, Tlaxcala, Querétaro, Aguascalientes, Yucatán, Zacatecas, Guerrero.

Según datos del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF), en los últimos 30 años millones de mujeres han sido víctimas de violencia sexual -la cifra se estima en más de 112.000 al año-, mientras que por día se registran siete asesinatos con violencia extrema contra mujeres.

Los porkys son una cruda síntesis del régimen moral que transversaliza las relaciones de poder en México. La clase política, al tiempo que mata, roba y humilla a un pueblo hambriento, sonríe en las cumbres internacionales y simula ser un país de “clase mundial”.

¿Cuál es el nivel de degradación que puede existir en un país gobernado por una “elite” de esta naturaleza?

El desconcierto del sinsentido da paso a la apatía, y la comunidad internacional sigue mirando para otro lado.