-¿Te sorprendió que te hayan propuesto la candidatura?

-No me sorprendió en absoluto. Salí a buscarla, y no ahora. Estoy hablando de este tema desde mediados del año pasado. No fue un arrebato voluntarista, es una opción militante. No hay una improvisación, sino una voluntad de ir a un nuevo lugar de militancia y, de alguna manera, salir del espacio cómodo [hace el gesto de palabra entre comillas] de derechos humanos para meterme en la lucha político partidaria y promover un aggiornamento del FA.

-Llegás de lo social a la política partidaria, para competir con tres tigres en política, por decirlo de alguna manera. ¿Cómo te preparás para esa competencia?

-Hay una suerte de misterio en esto que complica a la política. La actividad política debería ser la actividad de los comunes. La política es la gestión de la cosa pública, no en términos de gobierno, sino en términos de ideas y de someter ideas al público, de participar en el debate, en la construcción de la sociedad. Eso es lo que hacen los partidos políticos: pretender articular políticamente la demanda social y las inquietudes de la sociedad. Y si no, sos oligarquía, no democracia, porque la democracia es el sistema de los comunes, y los comunes son los que deben participar activamente en la democracia partidaria. La otra lógica es la lógica del aparato, la lógica oligárquica, cerrada: es la estructura, es una especie de secta de conductores, son tigres que conocen la interna, la rosca, y, en consecuencia, pueden hacer política. Eso es lo que hay que quebrar, porque es lo que mata al FA y a todos los partidos políticos. La ausencia de capacidad de diálogo y acercamiento a los comunes es un error estratégico y un profundo error ideológico. Es la negación de la izquierda.

-Pero el FA, de a poco, ha ido adoptando esa forma de funcionamiento.

-Ese es uno de los problemas que tiene. Frente a eso, vale la pena promover una candidatura independiente que logre invitar de vuelta a los comunes a participar en la actividad política y que no la abandonen porque están hartos de los aparatos que trituran a la gente, que no dialogan, que se encierran en sí mismos, que son autorreferentes, que no expresan el sentimiento frenteamplista. El FA tiene poco más de un millón de votos, 50% del padrón electoral; tiene 400.000 adherentes y en la última elección interna votaron 170.000. ¿Cuántos frenteamplistas hay entre los incómodos, descontentos, indignados, para usar una expresión en boga? La mayoría. Hay que volver a acercarlos y la forma de hacerlo es decirles: su opinión me importa, vamos a airear de vuelta al FA, a volver a hacer un FA de participación, no el hombre-comité. Esto no es contra los comités y contra los militantes: esos participantes son absolutamente imprescindibles, pero no alcanzan. El comité de base es necesario, pero no es suficiente; el FA sectorizado es necesario, pero no es suficiente. El gran invento del FA fue combinar la coalición con el movimiento y la savia de los independientes. Siempre tuvimos más frentistas que sectorizados. Eso lo venimos hipotecando desde hace tiempo. Estamos matando el gran invento que fue el FA.

-Una vez, un jerarca que había sido removido me dijo que los independientes del FA son la parte del hilo más fácil de cortar.

-Es cierto que los independientes tienen menos capacidad de aparato para sostenerse, pero es lo que hay que quebrar en el FA. El FA es hoy una excepcional herramienta en muchos sentidos, fue la gran herramienta de la transformación, pero también es una herramienta electoral. Ahora, si nos quedamos sólo con la herramienta electoral, estamos fritos. ¿Ganar el gobierno para qué, si eso no significa más democracia, más participación, proponer nuevas ideas? Nos sucede que excluimos de la participación a sectores fundamentales de la sociedad, como las mujeres -no hay una sola candidata mujer y cuando la postulamos la tiramos para afuera- o los jóvenes. ¿Cuántos jóvenes tenemos hoy en los comités de base? ¿Cuántos comités funcionales en las facultades tenemos? ¿Es porque los jóvenes son todos unos tontos y las mujeres son todas unas anómicas que no quieren participar? No. Es porque los estamos expulsando. Porque no hay ningún atractivo en hacerlo y porque cuando quieren llegar, no los dejamos. Eso es lo que tenemos que cambiar; si no, es posible que sigamos ganando alguna elección más, pero no construimos el proyecto de izquierda del futuro. Estoy usando esta imagen en varios diálogos: no quiero que la política sea como en House of Cards, una serie estadounidense que muestra lo peor de la política, la de la rosca, la de la zancadilla, la de la lucha del poder, ni siquiera por enriquecimiento, sino por el mero poder. No quiero esa política, la izquierda no quiere esa política. No vale ganar la presidencia del FA, o de cualquier lado, de cualquier manera. Hacer campaña sucia es una canallada, porque sigue destruyendo a la política. La destrucción de la política, que a veces es responsabilidad de ese profesionalismo político, de esa oligarquía política, genera despotismo y descreimiento en la política, ese descreimiento que fue el gran eslogan de la dictadura para golpear la democracia: los políticos son todos iguales, son todos corruptos. Además, eso es lo que quiere la derecha. Nos dice: ustedes son tan corruptos como nosotros. Repoliticemos la sociedad, pero con valores, no en la lucha por el poder. Eso es lo que está en discusión el 29 de mayo. Hay algunos desencantos en quienes pensaron que íbamos a transformar la realidad mucho más radicalmente y más rápido. Pero fuera de ese aspecto, que puede ser de ansiedad, entendible, hay justificación para sentirse molesto con el FA, para estar incómodo, para no estar de acuerdo con esta desideologización del FA, con estas disputas de grupos, grupitos, personas, personitas, con esta caricaturización de la política y con algunos aspectos de campaña sucia, que ya la estoy sufriendo, la voy a sufrir en lo inmediato y la voy a salir a combatir. Pero el problema es que esos indignados se quedan en la vereda de enfrente y no transforman nada. Si el 29 de mayo no logramos que los indignados, que los molestos, que los enojados digan: “Yo quiero apostar una vez más por la izquierda”, tenemos un problema serio y tienen un problema serio los enojados y los indignados que se quedan con su enojo, sin transformar.

-¿Qué les proponés a esas personas para que se integren a la participación?

-Hay que volver a generar espacios de discusión, de proposición y de síntesis de ideas, y eso requiere condiciones, eso se aterriza en varios dispositivos. Los comités de base hay que seguirlos sosteniendo. ¿A qué fuerza política se le ocurre que no tiene interés en tener inserción territorial? Es absurdo. Desmontar los comités de base, que además fue el gran invento del FA, sería un error. Ahora, quedarse sólo con ellos es pensar que la forma de participación de 1971 es aplicable en 2016, y eso no es cierto. No es cierto que los jóvenes no quieren participar; de hecho, participan. Generemos los espacios de participación en redes virtuales. Hay que salir de Colonia y Germán Barbato, ver cómo se está en el interior. La presidencia del FA y el equipo de conducción tienen que ir al interior, pero hoy nos comunicamos con las redes, por Skype, por Whatsapp, con una videoconferencia. ¿Qué dificultad hay en tener una reunión con el comité de base de La Coronilla por vía electrónica? Ninguna. ¿Y por qué no lo hacemos? Por pereza o porque no nos interesa lo que dicen en La Coronilla, lo cual sería peor. Fuimos el gran caudal de la generación del pensamiento, de las propuestas de transformación de la cultura, de la investigación; perdimos esos cuadros formidables, creadores. Los corrimos. Generemos esos espacios. Para eso tenemos la Fundación Liber Seregni; hagamos charlas, cursos, pongamos temas en el debate público fundadamente, no al bolazo. Si nosotros decimos que hay que argumentar, argumentemos.

-¿Te sentís un candidato de la polarización, por los sectores que te apoyan?

-No. Soy el candidato de la no polarización. Es más, peleé para que los sectores que me apoyaran rompieran la polarización. No lo logré, en particular con uno, que me duelen prendas. No lo logré, legítimamente, pero no soy el candidato de la polarización y no soy un representante de los grupos políticos que me apoyan, a los que les agradezco enormemente el apoyo. La presidencia del FA tiene que ser independiente, equidistante de los sectores, tiene que darles confianza y garantía a todos para fortalecer el movimiento.

-El tema de los derechos humanos tuvo un tratamiento especial en el acto de lanzamiento de las candidaturas, debido al robo de material del Grupo de Investigación en Arqueología Forense (GIAF). ¿Qué pensás de ese hecho?

-El tema de los derechos humanos no se reduce a las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura. Es mucho mayor. Incluso para comprender a cabalidad el sentido de la lucha contra la impunidad, hay que ser capaz de transformarla en la lucha por todos los derechos y darle a la política visión de derechos humanos. Las políticas de vivienda, de salud, de educación, son problemas de derechos humanos. Sobre el robo al GIAF, no quiero especular en absoluto. Es un acto que hay que condenar; no lo quiero atribuir a nada ni a nadie, no tengo elementos. Fue un acto para generar inestabilidad y miedo, y por eso me pareció bien la reacción inmediata de salir a la calle a decir: no, así no, esto no.

-¿Qué mejorarías de la relación entre la fuerza política y el Poder Ejecutivo?

-Primero, tiene que haber más convicción de apoyo de la fuerza política al gobierno. La fuerza política tiene que salir a decir lo que está bien, lo que hay que profundizar y lo que hay que hacer conocer. Pero, por otro lado, creo que la fuerza política tiene que separarse del gobierno, porque no es el gobierno. Son cosas distintas. Y tiene que ser crítica, no oposición; crítica quiere decir no ser obsecuente. Que el FA no esté de acuerdo con una medida de gestión que toma el gobierno es legítimo y hay que decirlo. Ahora, lo que hay que hacer también es dialogar más con el gobierno. La presidencia del FA tiene que reunirse regularmente con la presidencia de la República, para tener información de primera mano, para intercambiar puntos de vista y transmitir cuál es la visión de la fuerza política al gobierno y viceversa. Ni el FA conduce al gobierno ni el gobierno conduce al FA.

-¿Hay una ofensiva en América Latina contra los gobiernos progresistas?

-Hay embates sobre algunos países, y la situación de Brasil es altamente preocupante. Lo que no creo es que haya una traslación mecánica de las dificultades de otros países a Uruguay. No es cierto que en América Latina las fuerzas conservadoras están derrotando a los gobiernos de izquierda y que eso es una ley inexorable. Lo que sí es cierto es que a gobiernos progresistas se los ha puesto en jaque en base a modelos similares y que están respaldados por el capital: pasó en Paraguay, hoy está ocurriendo en Brasil. Ahora, les hicimos un favorcito. El problema de la corrupción de compañeros en los gobiernos de izquierda no es una embestida de la derecha. Los corruptos en nuestras filas no son un invento de la derecha. La izquierda tiene que retomar la bandera de decir: “No a la corrupción, no pasarán”. No estamos vacunados contra la corrupción y tenemos que ser implacables contra ella.

-Pero hay un discurso que trata de igualar que una empresa pierda por malas decisiones a que pierda porque alguien se lleva el dinero para enriquecerse.

-No tiene nada que ver. Es el juego de la derecha. El ladrón cree que todos son de su misma condición. Las empresas pueden tener buenas o malas gestiones y estas pueden ser de derecha o de izquierda, públicas o privadas. Y a veces hay malas gestiones y hay que corregirlas. Pero la mala gestión no es delito, es mala gestión, y además no es de derecha o de izquierda. La gestión de una empresa públicas es un tema más delicado, porque no se trata de una mera empresa capitalista para la generación del lucro contra viento y marea. La finalidad de Antel no es solamente el lucro. Por supuesto que tiene que ser en términos económicos, pero también tiene que ser la empresa que sostiene el Plan Ceibal. Eso no lo hace la empresa privada, porque su finalidad no es la realización del derecho de los gurises de acceso a la información. La empresa pública persigue un interés público y, si tiene que hacer eso, en algunos casos tiene que jugar a pérdida.