“La doble Nelson” es una famosa llave que se utiliza para inmovilizar al rival en la lucha libre. La Triple Nelson es un power trio de rock formado hace 18 años. En su último trabajo, La sed (2015) siguen cultivando su estilo, a base de riffs, solos pentatónicos y la mar en alaridos; se presentará el 22 y 23 de abril en La Trastienda. Por tal motivo, Christian Cary (guitarra y voz) y Fernando Paco Pintos (bajo) conversaron con la diaria.

-En La sed hay mucha guitarra eléctrica con efecto wah-wah. ¿Tenés una obsesión con ese pedal?

Christian Cary (CC): -Pasa algo raro; cuando armamos los temas, en los ensayos, nunca uso wah-wah, pero cuando vamos a grabar el disco, no sé por qué, el wah-wah me pide aparecer en casi todos los temas. Es un pedal muy expresivo.

-¿Cuál es tu máxima influencia en el wah-wah?

CC: -Jimi Hendrix. Lo que más me asombró cuando lo escuché por primera vez fue ese sonido extraño que salía, y enseguida quise saber qué era. Así conocí ese fabuloso pedal, que hace que la guitarra hable. Le da una vuelta distinta al sonido. Me gusta mucho.

Paco Pintos (PP): -Nosotros también le pedimos wah-wah. Le saca un buen sonido a la guitarra.

-En el disco nuevo se nota un gran trabajo de producción. Han evolucionado en ese aspecto.

CC: -Fuimos aprendiendo disco a disco. En el primero que hicimos [Buceo, de 2001] no teníamos idea de cómo se grababa. Yo no tenía idea de que lo que estaba grabando iba a quedar para toda la vida. Era un inconsciente. Ahora, años después, la gente sigue escuchando el mismo disco, con la misma forma horrible de cantar que yo tenía cuando no sabía cantar. Y mucha gente todavía dice que es el disco que más le gusta.

*-¿Qué pasó después? ¿Fuiste a clases de canto? *

CC: -Mientras estaba con La Triple, cantaba en coros de liceos, y me invitaron a cantar ópera en el [teatro] Solís: nos hacían respirar, impostar, etcétera. Eso lo aprendí, y después lo fui cultivando cada vez más. Además de que cantar mucho te da la seguridad para intentar hacerlo cada vez mejor.

-Entonces, para vos es importante hacer ejercicios de canto. No seguís aquel estereotipo rockero de “chupo un whisky y salgo a cantar”.

CC: -No tomo mucho whisky; y así como está bueno aprender guitarra e investigar sobre el instrumento para tratar de sacarle lo mejor, con la voz es igual. Acabamos de hacer dos shows seguidos de más dos horas cada uno: si no trabajás la voz, no lo bancás, quedás afónico. No me pasa eso porque coloco la voz donde tiene que ir: viene del diafragma, no de la garganta.

-En “Ya no compro” se repite insistentemente el título de la canción. ¿Qué es lo que ya no compran?

PP: -Es por la locura esa de que te ofrecen todo, todo el tiempo, y llega un momento en el que me rebelo contra eso. Si bien uno no puede dejar de comprar, más bien se trata de elegir lo que uno compra. La canción termina diciendo “A veces compro si quiero comprar”.

-Es decir, es una crítica a la idea que subyace al consumismo: que hay que comprar la última licuadora para ser feliz.

CC: -Exacto.

PP: -Claro, comprar cosas no te va a llenar el alma. En nuestro caso, nos llena hacer música y elegir el camino, no viene tanto de lo de afuera.

-En general, la camada del rock nacional de principios de 2000 no cultivó mucho blues, sino, más que nada, ska y reggae. Ustedes estaban un poco desubicados.

CC: -Sí, nos pasó en toda la trayectoria. Cuando arrancamos nadie tocaba blues, y nuestro primer disco es de blues: fue como ir en contra de que te vaya bien. Tocábamos los que nos gustaba y lo que nos salía. Capaz que en ese momento no sabíamos ni tocar reggae, por ejemplo. Pero por suerte los gustos cambian, y por suerte en todos los discos se mantiene el sentimiento del blues, que va más allá del estilo. Vos escuchás a BB King cantando cualquier tipo de música y es BB King.

-La versión de “Adagio en mi país” que hiciste junto con Cristina Fernández en el homenaje a Alfredo Zitarrosa tuvo mucha repercusión. ¿Cómo viviste ese momento?

CC: -Fue un antes y un después para mis piernas, porque me temblaron. Obviamente, es un himno de Zitarrosa. Ya lo habíamos hecho con La Triple [en el disco Agua y sal, de 2012], y en el homenaje hicimos esa versión pero sin batería. Esa fue la diferencia: faltaba la potencia de la batería. Cuando [Fernando] Cabrera me propuso hacerla, le dije que estaría bueno tocarla con La Triple, pero me dijo que no iban a poner batería para ninguna banda, y ya tenía armada una banda fija. Toqué con la Gibson [Les Paul], que me tiene enamorado, y pasó algo rarísimo: arrancamos a tocar, y la gente empezó a aplaudir, pero no a mí ni a los que estábamos en el escenario, sino a todo lo que pasaba alrededor. En las pantallas empezaron a mostrar imágenes de la dictadura... Entonces, a la canción se le sumó la emoción. Era el cuarto tema del show, no tenía por qué pasar mucha cosa más que un aplauso. Terminamos, y se paró todo el estadio. Cuando nos abrazamos con Cristina estábamos temblando los dos.

-El estilo de la versión me hizo acordar a la de “El arriero” [de Atahualpa Yupanqui] de Divididos.

CC: -A nosotros siempre nos gustó Divididos. Cuando arrancamos hacíamos temas de Hendrix, Sumo, y también de Divididos; incluso tocábamos “El arriero”. Tiene esa impronta. Pero la de Zitarrosa es un himno; cada vez que la canto se me pone la piel de gallina. El que no me crea, que vaya cada vez que la canto y me mire los brazos.

-¿Cómo ven la movida del rock nacional ahora? Faltan lugares para tocar.

PP: -Sí, faltan los lugares donde nosotros empezamos a tocar, para 80 o 100 personas. Actualmente no es que no haya bandas ni músicos, hay un montón de bandas de gurises jóvenes que están buenísimas, pero no tienen la oportunidad para salir a mostrarse, porque precisan llenar lugares con capacidad para 400 personas, y es imposible. Además, ahora los músicos tienen una guerra con los vecinos, que te cierran un lugar o hacen que no pueda haber más música en vivo. Antes teníamos una actitud como de “vamo' arriba, se toca donde sea”, y ahora el imperio de la ley ha cerrado lugares. Pero los gurises están buscando, veo que salen a tocar a ferias o plazas, buscan otro tipo de actividades.

CC: -Cuando empezamos estaba mucho peor que ahora, no había ningún lugar para tocar. Empezamos a tocar en una esquina, en un lugar que se llamaba Acuarela. Quedaba por el Centro y cabían cuatro mesas. Tocábamos con una batería electrónica, porque era tan chiquito que no entraba la de verdad. Los tres tocábamos pegados. Hoy hay muchas más posibilidades. Pero lo que cambió fue que los lugares chiquitos no tienen más música en vivo. Nosotros empezamos cuando no pasaba nada, después vino la explosión del Pilsen Rock y aparecieron 500 bandas. ¿Hoy qué queda? Lo que pudo aguantar el peso de Uruguay en la espalda. Porque llega un momento en el que decís: “La puta madre, ¿qué hago? ¿Sigo tocando? ¿O arranco para las ocho horas y dejo a mi mujer y a mi madre contentas?”. En ese momento es cuando te tenés que poner los pantalones y salir a tocar.

-¿Es verdad que una vez te electrocutaste en pleno toque?

CC: -Sí. Pero no sólo me electrocuté, sino que además estuve muerto unos cuantos segundos. Ahí fue cuando conocí los labios de Paco: luego me contaron que él me reanimó. Y me pegaron en el pecho. Se me paró el corazón, no tenía pulso. Fue en El Viejo Jack, hace muchos años. Me caí al piso, pensé que me moría. Caí con la guitarra y la jirafa [del micrófono] arriba, y seguía pegado, hasta que uno desenchufó todos los cables. Por eso ahora toco con inalámbrico. Te da una impotencia... Se te tensan todos los músculos y no te podés soltar. Es horrible. Fue lo peor que me pasó en la vida. Estuve 12 horas internado a raíz de eso.

-En esos segundos sin pulso, ¿viste la luz?

CC: -No, escuché música.