-¿Cuál es su lectura de lo que está pasando en Brasil?

-El resumen, la fotografía, es que la derecha perdió cuatro elecciones seguidas y tiende a perder la próxima, entonces busca un atajo para sacar al PT del gobierno. Eso fue lo que unió a la oposición. Encontraron un manejo presupuestario que no significa ninguna irregularidad específica, ninguna ganancia para nadie, es algo que todos los gobiernos hacen. Este es el último Congreso con financiamiento privado, y por primera vez todos los grandes empresarios estuvieron en contra del gobierno en la campaña electoral, entonces se valieron de los recursos económicos para elegir a un Congreso horrible, que no representa a la sociedad. La oposición se vale de esa mayoría coyuntural para aprobar una votación sobre el impeachment cuyos argumentos expresan los motivos por los que un partido está en la oposición pero no justifica que se condene al gobierno; son argumentos políticos, no jurídicos. Entonces, es un golpe blanco [también denominado golpe “blando”] en la dinámica de lo que pasó en Honduras, parecido al de Paraguay, incluso porque lo impulsa el vicepresidente, que es de un partido con mayoría parlamentaria. Hay un papel muy importante de los medios de comunicación, que en determinados momentos movilizaron a sectores de la clase media y media alta para salir a las calles. Supuestamente se trataba de protestas contra la corrupción, pero en las calles ni siquiera hablaban de corrupción, era: “Odio al PT”, “Odio a Dilma”, “Odio a Lula”.

-Los medios colaboraron en vincular con fuerza al PT en general, y a Rousseff y Lula da Silva en particular, con la corrupción.

-Crearon un clima de corrupción del PT, pero no hay ni siquiera un esquema de corrupción. Los medios internacionales reproducían lo que decía la prensa brasileña, pero cuando la crisis se profundizó mandaron corresponsales y dieron vuelta radicalmente la versión. Hoy The New York Times dice que los que intentan hacer caer a Dilma son ladrones. Se dieron cuenta de dónde están los corruptos, de que quieren hacer caer a Dilma para poder protegerse [de la actuación de la Justicia] con ministerios o de otra manera.

-Han salido algunas notas que hablan del temor de que en un eventual gobierno de Temer se debilite la investigación judicial sobre la corrupción en Petrobras, conocida como Lava Jato.

-No tanto por el gobierno, sino porque el Poder Judicial utilizó la operación para actuar escandalosamente a favor del golpe. Ahora sacó a Eduardo Cu- nha por los mismos elementos que había desde hacía mucho tiempo; esperaron a que hiciera el juego sucio de comandar el impeachment para sacarlo, porque ahora su presencia es incómoda. Lo mismo ocurre con la operación Lava Jato: se cayó absolutamente. Las movilizaciones cambiaron radicalmente, ya que hubo un gran proceso de movilización popular, se generó un movimiento enorme. La derecha desapareció de las calles y la operación Lava Jato también, porque el objetivo era criminalizar al PT.

-¿Tardaron un poco en aparecer las manifestaciones a favor de la democracia?

-Al principio los medios crearon un clima que movilizó a la derecha. A esto se suma que el segundo gobierno de Dilma tuvo una postura profundamente equivocada de ajustes socialmente injustos, porque recaían sobre los trabajadores, eran económicamente ineficientes, profundizaron la recesión y eran políticamente desastrosos, porque aislaron a la presidenta. Hace algunos meses el riesgo era que ella cayera sin que nadie saliera a defenderla. La gente empezó a darse cuenta de que la democracia es la condición necesaria para alcanzar las conquistas sociales -por eso hay un fuerte movimiento por nuevas elecciones, por ejemplo-, pero esto responde también a que los derechos sociales de los trabajadores y los recursos para la educación y la salud serán las principales víctimas del nuevo gobierno. El probable ministro de Finanzas de un gobierno de Temer se refiere abiertamente a la “desvinculación”: la Constitución de 1988 atribuía un porcentaje del presupuesto a educación y salud en los tres niveles de gobierno; desvinculación significa liberar esos recursos para otra cosa. También hablaron de disminuir el programa Bolsa Familia: “Sólo vamos a contemplar a los más pobres de los más pobres”, el 5% [el porcentaje de indigentes que hay en Brasil]. Sacarían del programa a 40 millones de personas, y eso sería un cambio contra los pobres.

-Hace unas semanas entrevistamos a Jean Tible. Él planteaba que las manifestaciones en contra del gobierno eran también una reacción de las clases más altas de Brasil ante un fortalecimiento de las más marginadas.

-Es el sentimiento de que [los marginados] están siendo contemplados. La frase que expresa ese prejuicio de la clase media es: “Los aeropuertos se han vuelto carreteras”. Antes sólo los ricos iban al aeropuerto, mientras que los pobres viajaban por carretera; eso es muy simbólico. Los aeropuertos ahora se llenan los fines de semana, cualquiera viaja en avión. “Es un clima de carretera”, dicen. Hay un sentimiento de resentimiento y venganza en contra del pueblo.

-¿Cree que Dilma va a lograr terminar su mandato?

-No, es muy difícil. Ahora la van a suspender con la mayoría simple [de los votos], y hay una votación final que tiene que ser de dos tercios [al final del juicio político], que puede que no se tarde mucho porque es un trámite, no van a investigar nada. Por eso hay un movimiento muy fuerte por las elecciones. Es difícil que esta propuesta pase por el Congreso, pero el gobierno de Temer no tiene legitimidad; la derecha le delega hacer una política devastadora y mandar al Congreso un paquete [de reformas] terrible.

-En estos días algunos medios informaron que Dilma apoyaría un proyecto de ley que hay en el Senado para que se convoquen elecciones presidenciales.

-Ella no se pronunció todavía, pero tampoco se pronunció en contra, y Lula está comprometido con pelear por el mandato de ella hasta el final. Hay una iniciativa que es apoyada por el PT y otros partidos, pero tendría que pasar por el Congreso. Hay otra posibilidad que necesita menos votos: que el Senado apruebe un plebiscito para que el pueblo decida si quiere nuevas elecciones. Las encuestas dicen que más de 70% de la población las quiere.

-¿Es viable que se consigan los votos en el Congreso?

-Sí, si se combina el desastre antipopular de las medidas, la falta de legitimidad y la incompetencia de Temer con la movilización popular. Es normal que la gente pida nuevas elecciones, ya que Temer es mucho más rechazado que Dilma y tiene una intención de voto de 1%. La propia existencia de un movimiento de oposición popular muy fuerte que reivindica nuevas elecciones ayuda a deslegitimarlo.

-¿El Supremo Tribunal Federal (STF) le hizo un favor a Temer al sacarle el “problema” de Cunha?

-De alguna manera sí, incluso porque podría pasar algo vergonzoso: que él asumiera como presidente en un viaje de Temer, porque no habiendo vicepresidente ese cargo lo asume el presidente de la Cámara de Diputados. Igual lo puede complicar, porque como es un bandido a lo mejor denuncia cosas, lo pone en problemas, desarma un poco la máquina del golpe. Pero en el STF postergaban la decisión respecto de la situación de Cunha, decidieron cosas como si una persona puede ir al cine llevando pop comprado afuera. Uno se pregunta: si todas las acusaciones contra Cunha son verdad, ¿cómo es que el tipo condujo la votación más importante de Brasil? ¿Cómo puede conducir el impeachment siendo un reo por corrupción, con todo el comportamiento denunciado, una situación que lo descalifica para una votación tan importante? Ahora hay un movimiento para que el Congreso vuelva a decidir o que el STF obligue a repetir la votación del impeachment. Temer no tiene encanto ninguno, Cunha chantajeaba, ofrecía cargos, ofrecía impunidad en la Lava Jato, cosas que no puede hacer.