En partidos que son largos, tan largos como disímiles, que se juegan aquí y allá, con estos y aquellos, es difícil desentrañar los efectos de un empate en la mitad exacta de la competencia. Seguramente, aquel que lo consigue lejos de casa y con un gol de visitante que tiene el mismo valor virtual de un bono de la Bolsa de Valores, experimente una sensación ligeramente menos nerviosa o ansiosa que su rival. Lo cierto es que, más allá de ese hipotético valor de la localía, que nos hace sentir, pensar y razonar que hay colectivos que juegan mejor aquí o allá, con más gritos o menos gritos, ambos equipos se fueron al entretiempo de este partido extenso con las mismas expectativas de seguir adelante, con los mismos temores de no poder atravesar esta nueva valla de la competencia.

Fue un partido intenso, ya no tanto por el juego ni por la historia de los contendientes, sino por esa extraña sensación de que en esa argamasa de historia, de presente y futuro de estos grandes de donde se hizo grande el fútbol, se genera un espectáculo que tiene algo especial.

El ADN de la Copa

El frío en la cara. El frío. Fuerte, penetrante, pero franco, amigable. Reconocí de inmediato esa sensación de noche gélida, pero de calidez. No exageraría si dijera que fueron centenas las ocasiones en las que viví esa sensación que me remite a la mano de mi padre o de algún tío, a la caminata apurada al estadio, a la expectativa igualada a la ilusión de que aquel cuadro -no importa cuál pero sí, seguro, uruguayo- pudiese superar esa parada copera. Benditos los héroes que, previo haber atraído a nuestros mayores, nos iniciaron en esas noches de copas, con gorro de lana, bufanda y gamulán. Esas noches en las que fuimos viendo pasar la gloria, ya no de ganar, sino de soñar con que se extendiera, que se repitiera.

Camino al partido, pensaba en esas noches viejas, que siempre serán nuevas; en el fútbol y su enorme conexión con nosotros, con nuestro día a día, con el futuro, con animarse a cada sueño, con repavimentar el umbral de la frustración con más y más tramos. Eso es el fútbol. Eso es una noche de Copa.

Tras las vivas del inicio, fueron cinco minutos en los que no hubo otra cosa que aquello que se podía esperar: los dos equipos estudiándose, a ver qué hacés vos para reafirmar lo que haré yo. Pero justo en ese momento, una infantil o inocente pérdida del balón en la mitad de la cancha permitió una contra fulminante de los xeneizes, que, como si se tratara de un partido de rugby, la abrieron de derecha a izquierda para que Frank Fabra terminara con una estocada cruzada que, afortunadamente, salvó el jacintense Alfonso Espino, que barrió como si estuviese en el Municipal Mario Vecino.

Era un partido estudiado. Era fácil apreciar la preocupación boquense por tratar de clausurar el juego por fuera de los medios ofensivos Leandro Barcia y Kevin Ramírez.

La mayor preocupación de Nacional era su propio control, su máxima concentración, la que puede sustituir brillos que no se esperan, ya sean de corte individual o de ajustados movimientos colectivos. El Diente Nicolás López estuvo ausente en el partido, pero no por abulia ni por falta de oportunidades, sino porque, de arranque, se resintió de su problema en la rodilla, ese que había puesto en duda que pudiera jugar, y ya a los 36 minutos debió abandonar la cancha. Entró Cristhian Tabó, y estuvo bien el director técnico Gustavo Munúa en no modificar demasiado la ofensiva, dejando a Barcia en el lugar donde mejor se desempeña Tabó y colocando a Ramírez como 9. En ese esquema, Tabó entró a jugar como medio ofensivo y por la izquierda.

No eran fuegos artificiales

El comienzo de la segunda parte fue para Nacional, tan incómodo como el momento que debe haber vivido la persona que activó los fuegos artificiales cuando el espectáculo estaba en la cancha.

A los 10 minutos, el equipo de Gustavo Munúa tuvo una chance clarísima cuando el centro desde la banda derecha le llegó en posición incómoda a Seba Fernández, que igual se acomodó para mandarla al medio. Pero allí el Colo Romero perdió su examen de contorsionista, y su movimiento no hizo más que perturbar el destino de la globa, que quedó boyando a menos de un metro de la línea de gol.

El tricolor tuvo momentos de mayor intensidad. Pero también se asentó y tuvo la pelota el equipo argentino, que trató de cuidarla en la mediacancha, con sus futbolistas muy juntos, muy compactos, para darle seguridad a su arquero, Agustín Orión.

Pero a los 24 cambió todo: una jugada que ya había anunciado en el primer tiempo, abriéndola toda de derecha a izquierda, terminó en un zurdazo cruzado del colombiano Fabra que doblegó la última defensa de Esteban Conde. La fatua riqueza del 0 en el arco propio se desvaneció con la misma liviandad de quien borra un tuit, hasta que con un gesto propio de un crack, de los que quedan para siempre, Sebita Fernández encajó una media vuelta inolvidable y la mandó al fondo de las redes, haciendo explotar a medio Uruguay.

El empate de Nacional movió la estructura boquense y dio alas a los locales, que disponían de 15 minutos más para soñar lo mejor.

No vino lo mejor, si por eso se entiende ganar en casa. El tema ahora es desentrañar qué es lo que viene. Hay una certeza: Nacional deberá convertir por lo menos un gol en la Bombonera para seguir adelante. Es posible que lo mejor sea lo que venga la semana que viene en la revancha en Buenos Aires; también puede ser lo peor, pero cuando la gente siente que el frío en la cara es calor en algún recoveco del alma, todo puede pasar.

Lo que viene

La dolencia que sacó al Diente Nicolás López de la cancha anoche -una molestia ocasionada por una tendinitis de rodilla que viene sobrellevando desde hace tiempo- seguramente lo dejará fuera del clásico del domingo.

La idea de la sanidad tricolor es apostar a su recuperación, para que pueda estar a la orden en la revancha con Boca, que se jugará el jueves que viene a las 20.15 en Buenos Aires. Por otra parte, el riverense Kevin Ramírez terminó el encuentro de ayer agotado, por lo que podría ser otra baja de los tricolores para el duelo dominguero. Ante estas ausencias, parece una posibilidad certera que el técnico Gustavo Munúa decida colocar en la titularidad a Cristhian Tabó.