Prolífico, proteico, perspicaz, profesor generoso y polemista implacable fue Carlos Real de Azúa en vida. Este año se celebra el centenario de su nacimiento, el 15 de marzo de 1916. En esa fecha, la Biblioteca Central de Enseñanza Secundaria (que desde hace unos años lleva su nombre y desde hace pocos meses alberga, después de décadas de peregrinación y encajonamiento, gran parte de su biblioteca personal, en un hermoso local que, a pesar de estar en la planta alta del restaurado Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, no tiene la visibilidad pública suficiente) organizó una mesa redonda con la participación de Lisa Block de Behar, Gerardo Caetano y Valentín Trujillo.

La diversidad de los intereses de Real de Azúa, que fueron de la literatura a la ciencia política, de la actualidad a la historia y de lo local a lo americano y universal, atrajo a un número grande de lectores, a partir de sus regulares, eruditas y conceptuosas colaboraciones en periódicos de nuestro país (entre ellos, el semanario Marcha) y de algunos de sus libros que, por su originalidad o temática, tuvieron inmediata repercusión y continúan atrapando lectores hasta hoy. Tales fueron los casos de Ambiente espiritual del 900 (1950), El patriciado uruguayo (1961) y El impulso y su freno. Tres décadas de batllismo (1964).

Muerto en los ominosos años de la dictadura (16 de julio de 1977), que lo expulsó de sus cargos docentes, muchos libros suyos pudieron imprimirse recién a partir de la recuperación de la democracia, no por ello con menor repercusión; entre ellos, Uruguay, ¿una sociedad amortiguadora? (1984), Los orígenes de la nacionalidad uruguaya (1991), La universidad (1992) y Medio siglo de Ariel (su significación y trascendencia literario-filosófica) (2001).

Como docente, además de su influyente tarea en la formación de profesores de literatura en el Instituto de Profesores Artigas (donde creó la cátedra de Introducción a la Estética Literaria, que luego denominó de Teoría Literaria), fue fundador de los estudios de ciencia política en nuestro país, ocupándose incluso del estudio de las relaciones internacionales a partir de cursos dictados para la cancillería. Tuvo también una participación destacada en el grupo de promotores, autores y editores de los fascículos de difusión histórica, literaria y cultural que, hacia fines de los años 60, lograron una muy importante difusión y un considerable impacto en generaciones, que, a través de ellos, adquirieron un conocimiento más amplio del país, sus logros y sus problemas.

De talante risueño, era ocurrente, sociable, hincha de Peñarol, socio de Tabaré, con entrañables relaciones con sus familiares, todo lo cual hacía compatible con largas horas de estudio que explican su rara erudición, extendida mucho más allá de los temas nacionales (que siempre lo ocuparon y preocuparon), procurando mantenerse informado, por la lectura de libros y revistas de varios países y en varios idiomas, de las producciones literarias y las corrientes teóricas de su época. Católico, una fe religiosa que nunca lo abandonó y que sustentaba con asiduas y calificadas lecturas, tuvo participación en varios y muy diversos movimientos políticos, observando siempre un distanciamiento crítico hacia ellos, lo que no le impedía ser, a la vez, un ciudadano activo y un fino analista de las peripecias del país y de la región en la segunda mitad del siglo XX.

En 1964 Real de Azúa compiló una antología, en dos tomos, de ensayos de autores uruguayos, que prologó con un importante escrito dedicado a delimitar el género ensayístico y valorar su aporte cultural, así como a explicitar los criterios de su selección. Teniendo presente ese esfuerzo riguroso y pleno de matices, en ocasión de esta celebración de su centenario, se ha convocado a un concurso de “Reflexiones sobre el ensayo y sus transformaciones”, con un llamativo premio de 60.000 pesos, aportados por la Dirección Nacional de Cultura del Ministerio de Educación y Cultura, y la publicación del trabajo (las bases pueden verse acá).