-¿De qué trata Pedro Infante no ha muerto?

-Es una historia de soledades: hay una prostituta uruguaya, engañada con la promesa de un futuro en Estados Unidos, que quedó varada en Tijuana. Un migrante, que se propone cruzar la frontera por allí, le pide que si llega a morir en el desierto, ella reclame su cuerpo, porque quiere que lo entierren en la ciudad en que nació. La realidad en esos lugares es que muchos migrantes desaparecen, sobre todo los que vienen desde Honduras y Guatemala; hay bandas que los secuestran, los roban y los someten a diversos suplicios. Es una historia bastante fragmentada: empieza en Tijuana en la actualidad, sigue en Los Ángeles -en realidad, es un sueño que tienen los personajes sobre cómo podría ser su futuro allí, no tan ideal como se lo habían imaginado- y después viene la parte de Montevideo; la historia de mi personaje cierra la obra. Verónica Mato, con quien trabajé hace dos años en Santa Rosa, escribió cada una de esas partes en la ciudad correspondiente.

-¿Cómo te resultó componer un personaje tan fragmentado en el tiempo?

-Fue un proceso de trabajo muy interesante. Ray [Garduño] vino un mes antes a ensayar, pero ya habíamos estado trabajando durante un mes y medio, mediante Whatsapp, a partir de lineamientos que Verónica nos iba dando semana a semana. Cuando vino fue como si ya lo conociera; Verónica logró que se creara una empatía entre él y yo que allanó el camino, ya que no teníamos mucho tiempo y es una obra muy difícil: no tenés un hilo conductor emocional. Por ejemplo, hago un monólogo que se refiere a una etapa anterior a los acontecimientos de la obra, y es un personaje muy fresco, aniñado, alegre, ansioso. Después tengo que hacer ese personaje a su regreso de Tijuana, donde la secuestraron y la golpearon; es bravo. El personaje masculino tiene un hilo conductor emocional más claro, con una historia de luchas y de tener que pelear para ver quién es más fuerte. El de ella me cuesta en lo que respecta a representar ese cuerpo usado y vivido, violado. En definitiva son dos pobres seres que han tenido un vida bastante triste. Me ayudó el punto de vista de Ray, porque Verónica nos fue proporcionando un montón de datos, de libros, películas (por ejemplo, Los amantes del círculo polar) y canciones, para que eligiéramos fragmentos y trabajáramos sobre eso. También películas de [el cantante mexicano Pedro Infante], obviamente, obras que tienen que ver con la temática, con el clima y con el vínculo entre los dos personajes.

-¿Por qué la referencia a Infante?

-Tiene que ver con una idea de Verónica acerca del mito popular del hombre mexicano. Además se usa música romántica, como de príncipes y princesas, que se contrapone a la temática de la obra [para esta puesta hay música original de Fernando Santullo].

-¿Cómo hiciste para entrar en un personaje tan duro?

-Vi todos los documentales que hay sobre prostitutas y trata de mujeres, entrevistas; lo que me cuesta más es la parte física, darle el peso al cuerpo, pero con el trabajo, y después frente al público, uno empieza a entender más al personaje, por las reacciones que se generan o algún comentario. El público termina de hacerte comprender la obra, porque es una energía, es otra parte de la escena, te ayuda a la concentración y a saber más.

-¿Cómo conviven tus actividades como comunicadora y actriz?

-Son mis dos profesiones, ambas muy importantes. Para mí, lo pasional es ser actriz, aunque mi trabajo como comunicadora también es vocacional y me siento cómoda en él. Estudié teatro, soy egresada de Alambique; siempre quise ser actriz y soy bastante perseverante con las cosas que quiero hacer. También he tenido suerte, porque la gente confía en mí y en mi trabajo. Empecé haciendo teatro para niños con Verónica Perrotta en L’Arcaza, con actores y directores muy inteligentes en su formulación teatral. Seguí con [Alberto] Coco Rivero y después con Nacho Cardozo. También trabajé con Alberto Zimberg, María Dodera, Roberto Jones, Jorge Denevi y muchos más, directores y actores que son grandes artistas del teatro nacional. Tuve suerte de llegar ahí, pero tampoco me quito mérito, porque sé que me llaman para trabajar por lo que valgo como actriz.

-¿Qué autor o personaje te gustaría hacer en teatro?

-Edward Albee me gusta mucho, pero la experiencia teatral es muy rica en muchos niveles diferentes. Podés elegir una obra por el texto, por el director, por el personaje, por quienes te acompañan; capaz que el texto no te parece tan glorioso, pero sabés que es un tema que te va a hacer crecer como persona. Para mí, el teatro tiene una grandeza espiritual que no he encontrado en otros lugares. Hay momentos en que sentís algo interno que te hace decir: “Claro, es esto, quiero estar acá siempre”.

-¿Alguna vez te postulaste para integrar el elenco de la Comedia Nacional?

-No, nunca. Hasta ahora no lo sentí necesario, pero quizá en algún momento lo sienta así o me quiera dedicar sólo a la actuación, porque lo que tiene el teatro independiente es que también hay que trabajar en otra cosa, aunque al mismo tiempo cuentes con una libertad que dentro de la Comedia no se da. Lo positivo de ser parte del elenco de la Comedia es que estás todo el día entrenándote para lo que siempre quisiste hacer. Por ejemplo, ahora que voy a estrenar esta obra y también un programa de televisión, en Tevé Ciudad, con Jorge Temponi, digo: si tuviera ocho horas del día para investigar, ensayar, probar cosas y buscar material, ¿a dónde podría llegar? Cuando estás repartido profesionalmente es difícil; es lo que le pasa a la mayoría de los actores de Uruguay.

-¿Cómo ves al teatro nacional?

-Se estrenan muchísimas obras, y creo que nos gusta más hacer teatro que ir a ver teatro. Nos tenemos que preguntar cómo atraer más público, qué estamos haciendo mal, desde nosotros, desde las políticas culturales y desde la comunidad. Cuando vas a ver una obra con espíritu crítico y está bien hecha, te genera un movimiento interno, un aprendizaje, una reflexión o un cambio de estado. A veces salgo de ver un espectáculo que me conmueve o me deja pensando, sea de música, de teatro o de danza, y siento un cambio en la actitud, algo interno: como que te querés comer el mundo y te vas transformando para bien. Entonces digo: “Si toda la gente viniera a ver este espectáculo, sería todo bien distinto”, porque canalizás un montón de cosas. Un espectáculo que te hace reír o llorar ya te está sanando la cabeza: de pronto te puede hacer ver qué te está pasando, podés dejar que te haga pensar o replantearte muchas cosas; eso genera el arte. Pero muchas veces todo esto no es tomado en cuenta, no se toma en cuenta al arte dentro de la educación. Yo no hago teatro sólo porque me hace bien, sino también porque es una disciplina que me interesa por su forma de expresión, para decir cosas y generar cambios positivos en las personas.