ME SUBO al ómnibus con destino a Maricá, que por cinco días será la ciudad de la utopía. La empresa es la Viação Nossa Senhora do Amparo, que desde hace 40 años controla el transporte en esa ciudad. Al menos así era hasta que en 2014 surgió un competidor inesperado: la Empresa Pública de Transporte, una autarquía estatal creada por el alcalde Washington Quaquá (Partido de los Trabajadores, PT) que convertiría a Maricá en la primera ciudad brasileña con más de 100.000 habitantes en ofrecer transporte público gratuito a su población.

Una hora más tarde, en los accesos, leo un cartel en una construcción: Hospital Municipal Ernesto Che Guevara. Ya en el centro, se anuncia un encuentro de teatro que va a tener lugar en el cine público de la ciudad. Una cuadra después se ve una colorida feria del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) que despliega sus encantos “libres de veneno”: mandioca, miel de abejas (“no es remedio, es alimento”), cachaça artesanal, café, chorizo carretero. Veo otro cartel que anuncia: “Aceptamos Mumbuca”, la primera moneda social con tarjeta de débito en el país, implementada tras la creación del Banco Comunitario de Maricá. En la práctica, es una “beca” de 70 reales por mes entregada a las familias con ingresos de hasta un salario mínimo. Al fin, me bajo en la terminal y entro en otro ómnibus, rojo y sin cobrador, que me llevará al Festival de la Utopía.

De la reforma agraria

“Hambre cero. Esa es nuestra utopía. Pero ¿por qué no podemos lograrla? Porque aún no hemos realizado la reforma agraria en este país. La tierra es propiedad del pueblo”, dice Aleida Guevara, médica cubana e hija del Che, en la apertura del evento. Reforma agraria fue uno de los temas más recurrentes, impulsado por el MST en su calidad de anfitrión.

En Brasil, la Constitución prevé en su artículo 184 que el Estado destine tierras improductivas para fines de reforma agraria, las cuales son expropiadas mediante indemnización al propietario. Fue así que el MST se consolidó como uno de los movimientos campesinos más importantes del país. En total son 350.000 familias en 24 estados, que forman 1.900 asociaciones de productores, 100 cooperativas y 98 agroindustrias. En sus asentamientos también se fundaron 2.000 escuelas propias, y más recientemente esta filosofía ingresó a las universidades, con la creación de unos 100 cursos de graduación vinculados al campo.

Estas conquistas, sin embargo, comenzaron con la ocupación de tierras, muchas veces enfrentando una represión violenta. Este problema continúa: el 7 de abril, dos integrantes del movimiento murieron por la acción de la Policía Militar en un campamento del MST en Quedas do Iguaçu, Paraná. Las tierras pertenecen a la maderera Araupel, que fue declarada por la Justicia culpable de falsificación de títulos de propiedad en mayo de 2015. “¿Qué hacía la Policía Militar fiscalizando una supuesta quema de tierras en el campo?”, se pregunta Anderson, miembro paranaense del MST, aludiendo a las habituales alianzas entre la Policía y los terratenientes en contra de los ocupantes. “El Estado no debería indemnizar a los propietarios que cometen irregularidades. El problema es que la bancada ruralista es muy fuerte”, agrega Juliana, militante urbana en Río de Janeiro que en un mes se mudará al campo para coordinar una escuela del MST y “comer de su propio huerto”.

Arte político

Las masacres de trabajadores rurales y de indígenas en el interior son recurrentes en Brasil. Una de ellas fue la de Eldorado dos Carajás, en el estado de Pará, donde 19 personas fueron asesinadas por la Policía en 1996. Es el tema abordado por la obra La farsa de la Justicia, de la compañía paulista de teatro Estudo das Cenas durante el Encuentro Internacional de Teatro Augusto Boal, que formó parte de la programación del festival. “Conozcan la historia de este / juez de derecho / hijo de un rico industrial; / almuerza con el bancario, / toma el café con el empresario, / cena con el fazendeiro / y, cuando la cosa se pone fea, / le pone la mesa al policía”, recita una de las actrices, poetizando el funcionamiento de la Justicia y casos como el de Inácio Pereira, el único que pudo sobrevivir fingiéndose muerto entre los cuerpos de sus compañeros. El episodio y su impunidad pueden conocerse mediante la lectura del libro O massacre. Eldorado do Carajás: uma história de impunidade, de Eric Nepomuceno.

También hay gran presencia de grupos de teatro del oprimido, metodología desarrollada en los años 70 por el brasileño Augusto Boal, que rompe la barrera entre actor y espectador formando “espectactores” y trabajando en escenas cotidianas de opresión para que las comunidades que habitualmente no tienen voz puedan crear su propio discurso. “Creemos que las necesidades intelectuales no son menos básicas que el alimento. El teatro del oprimido constituye un proceso de descubrimiento intelectual que acaba con nuestra pasividad, genera una insatisfacción a nivel interno y transforma espectadores en ‘espectactores’ o incluso en ‘espectactivistas’”, explica Sanjoy Ganguly, del grupo Jana Sanskriti, de India.

Otros Grupos de Teatro del Oprimido (GTO) que se presentaron fueron el GTO Casoneros, de Buenos Aires, que discutió la cuestión del aborto, y el GTO Montevideo, que compartió la presentación No es un problema menor, creada en 2011 y presentada a lo largo de la campaña No a la Baja.

Juventud conectada

Mientras tanto, jóvenes de 43 países, que representaban 250 organizaciones, se reunían en el Encuentro Internacional de la Juventud en Lucha. De Uruguay llegaron a Maricá representantes del PIT-CNT, el Movimiento de Participación Popular, Ir y la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay.

“Venimos a reflexionar sobre los aspectos que actualmente convocan a las juventudes del mundo, que son los mismos problemas: desempleo, falta de representación, lucha por una educación gratuita y libre. Particularmente, en Palestina enfrentamos una entidad colonial muy tangible. Hay que dejar de hablar de Palestina como si fuese un conflicto, porque es una ocupación”, dice Lamis, integrante del Nabd Youth Forum, de Palestina.

La nicaragüense Marjorie Gutiérrez, de la Asociación de Trabajadores del Campo, me cuenta que trabaja con cooperativas de pequeños productores y con sindicatos. “Aunque existen leyes que los protegen, los trabajadores que quieren organizarse son reprimidos y se los amenaza con el despido. Por eso hay mucha gente que no está organizada”, comenta. Mientras charlamos, una coreana habla al micrófono: “El sindicato de los campesinos de Vietnam destaca tres puntos: la necesidad de la innovación tecnológica, el acceso a créditos y la necesidad de abordar el cambio climático…”.

“¿Tú crees que el ciclo de gobiernos progresistas terminó?”, me pregunta José Guzmán Tato, venezolano del Frente Cultural de Izquierda y la Juventud de la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América, y me recuerda que Bolivia y Ecuador aún se encuentran vigentes. “Eso es una de las tantas ‘matrices’ que surgen en los discursos. Las matrices son creadas por las ideologías, que enlentecen las ideas y los procesos. Lo opuesto a la ideología es la politización, que es dinámica y se basa en el debate. La politización crea proyectos”, dice.

Brasil incierto

El festival, que reunió unas 5.000 personas, es una nueva iniciativa de la Alcaldía de Maricá. Si bien se publicitó como autogestionado, lo fue sólo parcialmente, ya que la infraestructura y buena parte de los pasajes, tanto de oradores como de militantes, fueron financiados por el gobierno de Maricá. Este hecho merece al menos dos lecturas. Por un lado, como un intento del PT de reconquistar los movimientos sociales con vistas a un posible retorno de la presidenta Dilma Rousseff del destierro del impeachment, lo que se definirá en agosto en plenos Juegos Olímpicos. De hecho, se había anunciado la presencia del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva y de Rousseff en el encuentro, aunque finalmente no estuvieron.

Por otra parte, es innegable que la oscura situación política del país ha intensificado la movilización de diversos sectores de la población. Además de la recesión económica y de tener una presidenta depuesta por un Parlamento con más de la mitad de sus integrantes bajo investigación por corrupción, se suman otros factores. En marzo, Rousseff sancionó la Ley Antiterrorismo, que podría aumentar las probabilidades de criminalización de los movimientos sociales. Otros proyectos de ley actualmente en discusión proponen el aumento del control sobre los usuarios de internet y la ampliación de la tenencia de armas.

En tanto, con el argumento de una redefinición presupuestal, el gobierno interino negocia medidas como el recorte de programas sociales como Minha Casa, Minha Vida, que garantiza vivienda a familias pobres; la desactivación de TV Brasil, el único canal público que ofrece una alternativa de comunicación al oligopolio de las televisoras privadas; la eliminación del “mínimo obligatorio”, porcentaje del Presupuesto previsto para ser invertido en salud y educación; además de la ya perpetrada extinción de los ministerios de Igualdad Racial, Derechos Humanos y de la Mujer.

Así, en un contexto nacional dominado por paros de profesores y ocupaciones de escuelas, universidades y hospitales, la consigna #ForaTemer ha aglutinado a los distintos movimientos y causas progresistas, algo que no ocurría con Rousseff en ejercicio. Para varios colectivos el festival se presenta como una oportunidad para intentar articulaciones a escala amplia y nacional. En este sentido, se hicieron presentes militantes de diversas banderas, colectivos feministas, LGBT, indígenas, negros, ciberactivistas, grupos religiosos, sindicatos y partidos políticos.

Tampoco faltaron voces críticas a los gobiernos del PT. “La debilidad del PT es que no intentó modificar las estructuras del sistema. Por el contrario, rechazó toda opción que no fuese funcionar dentro del sistema. Eso llevó al resurgimiento de la derecha que vivimos hoy. No se puede derrotar al enemigo utilizando sus mismas estrategias de batalla”, aseguró el escritor y periodista paquistaní Tariq Ali desde la Tienda de los Pensadores.

En el cierre, que incluyó versos de Horacio Guarany y de Eduardo Galeano, me quedó resonando el grito de un integrante de la Central Única de Trabajadores: “Estamos construyendo un gran campamento para ocupar las Olimpíadas”.