-¿De dónde viene lo de “Dinamita”?

-De la época de El Viejo Jack, que fue un reducto de rock and roll de esos que ya no quedan, pasando Parque Miramar, en el que se vibró un rock and roll precioso, de la vieja escuela, con Jack Daniels, amplificadores chicos y mucha zapada. Yo llegué al final, con 16 años: tenía a unos amigos tocando en la banda estable del bar, y el guitarrista de Vinilo -actual de No Te Va Gustar-, el Bambino [Pablo Coniberti], me invitó a tocar. Haciendo onda con la gente del bar, me tocó conocer a un montón de músicos grosos. Era un cosa muy orgánica; no había pose: tocaban todos y lo hacían de la mejor manera posible, porque sabían que estaba lleno de gente que tocaba bien. Fue un lugar que me marcó. El dueño del bar, Marcel Forjan, con toda su locura le aportó algo muy lindo a la escena: llevar a un bar medio perdido a Pappo [Norberto Napolitano], Juanse [líder de Ratones Paranoicos], Fito [Páez] y Charly [García]. Iba todo el mundo y a veces ni se sabía, porque caían un jueves de noche y no se anunciaba. En 2000, cuando yo fui, se respiraba mucho rock clásico: The Doors, Pink Floyd, The Rolling Stones, Chuck Berry y la primera época de The Beatles, además de mucho blues.

¿Dónde quedó todo eso?

-Dentro del corazón de muchas personas, pero hoy no hay un lugar que lo concentre; no hay una escena. Ese lugar fue como una magia que pasó. A nivel onda, está Paullier y Guaná, pero es un lugar multicultural en el que pasa de todo; El Viejo Jack era exclusivamente de rock and roll y zapadas: caían Charly García o Pappo y se ponían a tocar con los que estuvieran ahí. Había que ser guapo para subirse a tocar mano a mano con esos tipos, sin ensayo.

¿Tu influencia rockera más clara siempre fueron los Rolling Stones?

-En realidad, es una mezcla. Siempre aposté al lado más virtuoso de la guitarra; por eso cuando fui conociendo a los Stones me identifiqué más con Mick Taylor. Pero tengo cuatro influencias: Led Zeppelin, [Jimi] Hendrix, los Stones y AC/DC. Luego, de todo, por supuesto; pero al principio, los temas que más aprendí fueron de esos cuatro.

¿Considerás que cultivás un sonido “rolinga”? ¿O no te cae el término?

-No tengo ningún problema con el término, pero “rolinga” lo veo más asociado con la cultura urbana del rock barrial argentino. Yo lo llamaría una cosa más “stone”, pero con La Swing Factory hemos hecho de todo. Lo que más aprendí de los Rolling fue el approach, cómo se acercaron a todos los estilos: country, funk, balada, punk, etcétera. Con la banda tratamos de cultivar un feeling de los años 60, más descontracturado; está en el ADN, es una manera de tocar la viola y de groovear. En el disco que sacamos el año pasado [No hay más tiempo que perder] abordamos el blues, el country, el candombe, el hard rock y la balada.

El enfoque vintage de ese disco se aleja del sonido que impera en el rock uruguayo actual. ¿Por qué creés que no predomina ese approach atado a las raíces que predicás?

-Hay una tremenda falta de información. En una época, en el programa Meridiano Juvenil [de CX 26], que conducía [José] Deco Núñez, por ejemplo, se pasaba toda esa música. Hoy no sé si la gente lo sigue vibrando. Yo no hice sonar el disco así específicamente, sino que nos metimos en una sala, grabamos, y así es cómo sonamos. No trabajamos con metrónomo, ni afinamos las voces con Auto-Tune, ni agarramos la mejor parte de un tema y la copiamos diez veces para que suene siempre bien, porque con eso se pierde lo orgánico, la humanidad. También alguien puede pensar que está pasado de moda, pero la música nunca pasa de moda: te gusta o no. Por otro lado, quizás hay un montón de gente que ya no toca más así; eso nos diferencia del resto y hace que la banda tenga una identidad.

Hablando de Meridiano Juvenil: en “Rockin’ the barrio” decís que se murió la radio y hay idiotas en la televisión.

-Me parece que hoy se predica mucho la pavada -no digo que no haya gente que esté haciendo las cosas bien-: si la Vicky Xipolitakis le tocó el pito a un piloto de avión, si el otro no sé qué; toda esa onda [Jorge] Rial y [Marcelo] Tinelli. Se perdió el compromiso de pensar en tratar de mejorar como personas. Durante años, una canción para bailar era un poco más cachonda, y las canciones políticas eran realmente políticas y comprometidas; entonces, a la gente le despertaban una chispita. Hoy por hoy, la música que está de moda es la cumbia cheta, que es el vacío total. Eso hace que un montón de gente ni siquiera se cuestione su existir, o si puede ser mejor o peor persona. La música pasó a ser un cómodo accesorio en el celular, y no la ceremonia de escuchar un disco con amigos para que te vuele la peluca.

En tu primer disco de estudio, Río Bravo (2010), había más canciones con letras en inglés que en el último álbum. ¿A qué se debe ese cambio?

-Hablo inglés desde chico, y aquel rock que escuché me marcó; entonces, me nació hacer las canciones así. Eso permitió que el disco me abriera puertas en todos los viajes que hice a Estados Unidos. Pero para el segundo disco quise hacer algo más rioplatense, que el mensaje fuera más directo a la gente que estaba acá.

Estuviste en la famosa zapada candombera en el cumpleaños de Fernando Lobo Núñez, con Rubén Rada y Mick Jagger. ¿Cómo se dio?

-Una de las amistades que me reportó El Viejo Jack fue el Zorrito [Fabián Quintero], bajista de Charly y de los Ratones. En el verano de este año estuve tocando mucho con él, y tiene una amistad con Bernard Fowler, corista de los Stones, que a su vez conoció a Rada cuando vino a tocar con Charly al Velódromo, en 2011. Entonces, como Fowler volvía a Montevideo con los Stones, le dijo al Zorrito que quería encontrarse con Rada. Nos juntamos en La Pasiva, y Bernard nos dijo: “I wanna see candombe, the real shit”; pero en ningún momento se habló de Mick Jagger, no estaba en el mapa. Luego apareció Francisco Fattoruso, y llamamos al Lobo y a Matías Rada [hijo de Rubén y también guitarrista]. A último momento se armó una juntada muy improvisada en lo del Lobo. Estuvimos zapando un rato, cerveza va, cerveza viene, y en un momento el ambiente estaba medio cansado, porque era medianoche y parecía que el loco no iba a venir. Pero de repente se abrió la puerta y entró Fowler, y atrás Mick Jagger con sus guardaespaldas. Viajé con la sola presencia del tipo. Saludó a todo el mundo con la mano, con un beso, con respeto. Se quedó charlando con Rada, y se piropeaban: “Qué bien que estás para tener 72”, “Uy, mirá, tenemos la misma edad”.

¿Jagger sabía quién era Rada?

-Sí, porque se ve que Fowler le había dicho. Se armó una ronda, empezaron a tocar, y Jagger filmaba. En un momento le comentó a su asistente que deberían tocar los tambores en “Sympathy for the Devil” [cuando The Rolling Stones se presentaran en el estadio Centenario al día siguiente, el 16 de febrero]; no pasó, pero habría sido increíble. Camilo [de diez años], el nieto del Lobo, tuvo un gran desempeño, lo miraba a Jagger y le hacía caras, demostrándole cómo era. Se tocó todo. Pero lo más importante de la llegada de Jagger al barrio fue haber reivindicado el candombe y la figura del Lobo, porque había mucha gente que no sabía quién era -me lo han dicho- y se enteró por esto. Fue un espónsor importante.

En la canción que cierra No hay más tiempo que perder, “Súper groupie”, cantás: “Te tomaste la leche del rock”. No entiendo el eufemismo...

-Habla de la chica que trata de figurar con el rockero, pero que realmente no comulga con el estilo.

Pero ¿hoy existe eso, acá, en este país?

-Y sí, alguna que se quiere coger a un rockero, pero sólo por el fetiche. Es como comerse la pastilla del rock and roll, pero no vivirla realmente.

¿Te pasó con alguna chica?

-Sí.