En el film estadounidense El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962), un personaje sentencia: “Cuando en el Oeste la leyenda se convierte en verdad, se publica la leyenda”. Y vaya si Ford contribuyó a gestar una leyenda del Lejano Oeste. Los rusos parecen haberse perdido esa oportunidad con su vastísima Siberia.

El lunes, en el Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI), se inauguraron dos exposiciones excepcionales: Las otras fronteras: fotografiando el Far East, con 99 fotografías etnográficas de pueblos de la antigua Rusia imperial; y Viaje a los mundos distintos: siguiendo pasos de las expediciones etnográficas de los principios del siglo XX, con objetos asociados a las prácticas chamánicas de los pueblos indígenas de Siberia y el Lejano Oriente.

Ambas provienen del Museo Ruso de Etnografía de San Petersburgo, y es la primera vez que sus curadoras, Natalia Prokopieva y Valentina Gorbacheva -directivas de esa institución- llegan a América Latina. En diálogo con la diaria, dijeron que las exposiciones funcionan como dos rutas unidas, a partir de varias expediciones en las que obtuvieron los objetos y las fotografías. Señalaron que, obviamente, todo lo que tiene que ver con esas expediciones es muy complejo, no sólo por dificultades de acceso a los sitios, sino también porque muchas veces los expedicionarios corren graves riesgos para “abrir nuevos mundos”. “Las fotos hablan muy bien de esos mundos. Al observarlas y estudiarlas podemos conocer hábitos y costumbres, cómo vivían y de qué se ocupaban esos pueblos”, contó Gorbacheva (o eso se nos tradujo).

Consultadas sobre el museo de San Petersburgo, las curadoras explicaron que es una base de desarrollo científico acerca de los pueblos de toda Rusia, y un centro de difusión internacional de los conocimientos sobre su cultura y sus orígenes. El lema principal es “Acopia, estudia y populariza”, y eso posibilita muchos encuentros. “En 100 años, esos pueblos han vivido muchas peripecias, y en el museo está todo recolectado, de manera que ellos mismos pueden ir y conocer lo que vivieron sus ancestros”. La mayoría de los visitantes son niños y estudiantes, y muchos adultos llevan a sus hijos, en el marco de un programa orientado a que “se conozcan otras culturas y se aprenda a respetarlas en sus diferencias”.

Así, las exposiciones permiten revalorizar vínculos o recuperar huellas ancestrales compartidas. Muchas de estas etnias continúan viviendo de acuerdo con sus antiguas tradiciones, y esto es algo que se ha incentivado desde el Estado: en 1920 se creó un instituto para los “Pueblos del norte”, para formar a personas que regresan a sus comunidades como maestros, administradores o artistas plásticos.

Según Gorbacheva, Siberia “tiene algo que magnetiza, y el que la visitó siempre va a querer volver. Seguramente sea porque las severas condiciones climáticas generan un clima de responsabilidad y solidaridad. En esas condiciones tan difíciles, siempre se vive una gran responsabilidad por la persona que está a tu lado, nunca la vas a abandonar en un momento difícil. Además, el vasto territorio y sus sitios increíblemente hermosos generan admiración por la naturaleza”.

Esta colección fotográfica pasará a formar parte del acervo del MAPI (que la difundirá en América), por una donación de la Diputación de Valencia. El director de Patrimonio de esa provincia española, Joan Gregori, recordó cómo surgió, en 1995, el vínculo entre el Museo Valenciano de Ilustración y Modernidad (Muvim) y el de San Petersburgo: en 1939, miles de españoles emigraron a la entonces Unión Soviética. A mediados de los 90, el hijo de un aviador republicano decidió volver a España, y cuando llegó a Valencia se contactó con el Muvim, dando comienzo a una relación estable que ya lleva dos décadas. Uno de los muchos proyectos compartidos fue Los zares y los pueblos, “una exposición muy interesante, porque todos los pueblos del imperio ruso le ofrecían al emperador un presente representativo de su población”, y aquella muestra reunía 150 regalos de otros tantos pueblos.

Uno de ellos fue un traje de chamán siberiano. “Cuando lo vi quedé fascinado, porque era un traje muy especial en la confección, el diseño, los motivos ornamentales. Algo increíble es que llevaba mucho metal -que representaba a espíritus ayudantes-, y según me explicaron los técnicos del museo, provenía de meteoritos caídos, algo que en Siberia es muy común”, recordó Gregori.

Cuando él descubrió al MAPI y su interés por la exposición, tocó el cielo con las manos. “Los pueblos amerindios [indígenas americanos] proceden en un 90% de los pueblos siberianos”, afirmó, y tienen “cosas en común, como el chamanismo -que no se da en África-, desde el estrecho de Bering hasta Tierra del Fuego. De hecho, la palabra ‘chamán’ proviene de un vocablo siberiano, shaman. Además de que existen pruebas lingüísticas, antropológicas y genéticas, no hay más que ver las fotos. O sea que de alguna manera nos tenemos que entender. Parece que todos tenemos un primo en América”.