Para empezar, cuénteme un poco de la historia del PCdoB.

-El PCdoB surge en 1922, es el partido más antiguo de Brasil y con más tiempo de presencia en el Parlamento, y a su vez es el que estuvo más tiempo en la clandestinidad. Con casi 100 años de existencia, participó en varios movimientos políticos y en la lucha armada contra la dictadura, como en la guerrilla de Araguaia. Regresa a la vida democrática en los 80 y a partir de entonces se alía con el PT [Partido de los Trabajadores] y participa en los cuatro gobiernos de ese partido. Algo muy curioso es que el último ministro de Defensa de Rousseff era del PCdoB [Aldo Rebelo]. Ahora, que se habla del golpe [contra el gobierno de Dilma], uno se imagina mucha presencia de las Fuerzas Armadas, pero después de la redemocratización estas lograron un perfil mucho más profesional. Hay militares retirados que tienen un discurso conservador, son los restos de la dictadura, y hoy tienen un personaje que trata de explorar un discurso con tonos fascistas…

Lo dice por el diputado Jair Bolsonaro.

-Sí, que está en cuarto lugar en las últimas encuestas. Pero las Fuerzas Armadas están alejadas del proceso político, y eso tranquiliza. Quien ocupa ese lugar ahora es el Poder Judicial. Hay una judicialización muy grande en la política brasileña, y en la operación Lava Jato se ha producido un inmenso conjunto de arbitrariedades: es un proceso que avanza al margen de la ley y que es ampliamente selectivo, trata de enfocarse en un sector y producir consecuencias. Al presidente de una constructora no le aceptaron su declaración premiada [a cambio de la cual puede recibir un beneficio en la condena] porque no incriminó a [el ex presidente Luiz Inácio] Lula [da Silva], como ellos querían…

Ese fue el presidente de Odebrecht.

-No, fue el ex de la OAS [Léo Pinheiro]. El de Odebrecht [Marcelo Odebrecht] está haciendo su declaración premiada ahora. Odebrecht era una financiadora universal: donaba a todos los partidos políticos, en mayor o menor medida, según sus posibilidades de ganar. En su declaración va a aparecer todo el mundo, pero detrás de la operación Lava Jato siempre hubo un interés de criminalizar a una fuerza política, al PT, a la izquierda, y proteger, de cierto modo, a la derecha.

Pero las revelaciones que hubo en estas semanas también han perjudicado a la derecha. Por ejemplo, los audios de las conversaciones de Sérgio Machado con dirigentes que ahora ocupan cargos de gobierno.

-Las declaraciones y grabaciones van surgiendo a partir de determinados intereses, es como un juego de ajedrez. Temer prometió bloquear la Lava Jato, pero se está demostrando que eso no era tan fácil, porque, por más que sea selectiva y tenga como objetivo criminalizar a la izquierda, es un proceso que no está totalmente controlado. Son fuerzas conservadoras que quieren hacer una limpieza en el sistema político, van a surgir cosas de otros partidos. El actual gobierno quiere encontrar una salida política antes de que eso ocurra, y para eso se debe debilitar a una parte del PMDB [Partido del Movimiento Democrático Brasileño] que siempre fue más cercana al gobierno de Dilma.

El sector liderado por el presidente del Senado, Renan Calheiros.

-Exacto, porque él es uno de los que más se han resistido al golpe. Las declaraciones de Machado afectan a varios, pero el objetivo es debilitar a Calheiros. Las grabaciones surgen de acuerdo a ese interés. Ahora el gobierno trata de acelerar el juicio político, porque puede verse perjudicado por la información que surja de la causa judicial. Es un gobierno desmoralizado éticamente que además ha cometido muchos errores torpes, pero tiene una agenda muy definida.

¿Cuál es esa agenda?

-En el plano internacional, es una agenda que busca reubicar a Brasil para que vuelva a adoptar una diplomacia modesta y esté alineado con la gran potencia, Estados Unidos. Además hay una agenda muy sólida cuya lógica es: el Estado de bienestar y de derecho conquistado en la Constitución de 1988 no cabe en el presupuesto, es necesario revisar esas conquistas.

Hace unas semanas entrevistamos a Emir Sader, y él decía que en Brasil los sectores más ricos estaban asqueados por los derechos y posibilidades que habían ganado los sectores con menos recursos.

-Hay una elite en Brasil que siente repugnancia por los pobres y que no ha titubeado en atacar la democracia para evitar que emerjan: pasó en 1954 con [Getúlio] Vargas, en 1964 con João Goulart y ahora con Dilma. El pavor de la elite es que el Estado dirija recursos no a garantizar sus privilegios, sino a ayudar a los más necesitados. La agenda social no cabe en el presupuesto para ellos.

Pero los gobiernos del PT no atacaron con tanta fuerza los intereses de esa elite. Después de tres gobiernos y cuatro victorias electorales del PT, el sistema político de Brasil sigue siendo el mismo y, según su propio ejemplo, siguen existiendo las condiciones para que una elite diga: “Este gobierno no me gusta, lo saco”.

-Sí, eso es verdad. Nosotros somos una fuerza pequeña en la coalición, siempre defendimos las reformas que podrían transformar más a fondo al país, pero no ocurrieron. Hubo un momento en el que había condiciones políticas para hacerlas, 2007 o 2008, pero no se hicieron…

¿Cuál era el argumento para no hacerlas?

-No hubo una visión más general de que era necesario avanzar en una reforma del Estado y desarrollar un proyecto nacional más nítido: para dónde queremos llevar a Brasil. La agenda social tendría que haber tenido atrás un modelo de desarrollo que la mantuviera sustentablemente. Fueron factores que no se produjeron. Dilma adoptó posturas mucho más avanzadas que Lula en este sentido -ella tuvo el coraje de bajar las tasas de interés en 2013-, pero no logró implementar reformas más de fondo. En cierta medida, esta situación que vivimos hoy es consecuencia de eso. También hubo errores.

¿Por ejemplo?

-Cuando comenzó el gobierno de Dilma, el PT insistió en tener un candidato propio a la presidencia de la Cámara de Diputados. Si mirás la votación en ese entonces, el candidato del PT tuvo 136 votos, el candidato apoyado por la oposición tuvo 100 y Eduardo Cunha, 267. ¿Cuál fue el resultado de la votación del impeachment? Nosotros 137 y ellos 367, nosotros nos quedamos con los mismos que teníamos cuando empezamos y el centro se movió a la derecha. Quedamos aislados. En ese primer momento hubo un error grande. Otro error fue demorar en darnos cuenta de que un golpe estaba en curso. Nosotros lo dijimos en mayo de 2015, y hubo gente que recién cuando detuvieron a Lula, en marzo, empezó a creerlo y se dio cuenta de que no tenía sentido abandonar a Dilma, porque el golpe también iba a alcanzar a Lula. Ahí hubo una reconexión…

Eso sucedió incluso dentro del PT, ¿no?

-Si, a eso me refiero. Una parte del PT no defendía a Dilma. Todos dicen que quienes han liderado la defensa de Dilma y la resistencia al golpe en el Congreso fueron nuestros compañeros. Ahora las manifestaciones han sido intensas, está surgiendo una consciencia democrática, pero hay que construir una salida política que presente la legalidad democrática, y no hay condiciones para que la crisis se solucione con el regreso del gobierno electo.

¿Pero hay condiciones para que Dilma vuelva?

-Hay totales condiciones para que ella regrese, es posible cambiar los votos en el Senado, el margen es muy estrecho. Nosotros defendemos la realización de un plebiscito para la convocatoria de elecciones presidenciales, creemos también que con eso se puede convencer a los senadores de cambiar su voto. Si hay elecciones, que ellos [en referencia a la oposición] no se intimiden, que presenten su proyecto a cara lavada en las elecciones.