Después de que el sábado circulara la noticia de su fallecimiento, muchos recordaron cuando, en 1959, había egresado como actor de la Escuela Municipal de Artes Dramáticas con “medalla de oro”.

Este teatrero, que también se desempeñó como director, docente y comunicador, ingresó a la Comedia Nacional en 1960, y en contadísimas excepciones actuó fuera de ese elenco. Su compromiso con la Comedia trascendió los límites del escenario, y estuvo al frente de la dirección artística de esa institución unos cuantos años (de 1980 a 2001).

Su primera obra con el elenco oficial fue, como invitado, Los gigantes de la montaña, de Luigi Pirandello, dirigida por Antonio Larreta en 1957, texto en el que Pirandello retrataba, una vez más, a la condición humana y al rol del artista en la sociedad. Ese año también integró el elenco de la emblemática Procesado 1040, de Juan Carlos Patrón, dirigida por Alberto Candeau. En esa pieza, Patrón -decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, muy vinculado con el cine y el teatro- se propuso exponer la realidad carcelaria y el funcionamiento mecánico de la Justicia, con un claro trasfondo que aspiraba a la conciencia social. Mario Trajtenberg, crítico del semanario Marcha, señalaba que la obra remitía a dos películas, Se hizo justicia y Todos somos asesinos, del también abogado y cineasta francés André Cayatte, en las que se “cuestionaban respectivamente la validez del sistema de jurados y la humanidad de la pena de muerte, apuntaban a instituciones básicas del sistema jurídico francés, en tanto que Procesado 1040 ataca sólo el funcionamiento de una institución y no propone una extirpación sino una mejora. Esa primera diferencia en el nivel de la crítica puede haber determinado la profundidad con que el hombre, persona esencialmente exterior a la maquinaria legal, aparece en ambos casos. Cayatte estaba hondamente comprometido en el destino de sus personajes, que además se jugaban la vida en las dos historias; el protagonista de la obra de Patrón, en cambio, es apresado por un delito menor que él ni siquiera sospecha, y el acercamiento al horror carcelario no se da aquí a través de un destino individual importante, sino a través de un espectador de muy poco relieve, que vive los días de cárcel como una pesadilla pasajera”.

Con una larga lista de espectáculos tras de sí -cerca de 50, entre los que se encuentra La trastienda, de Carlos Maggi (1958)-, dirigido por personalidades fundamentales del medio teatral uruguayo, Yavitz falleció este fin de semana, a los 82 años, lo que volvió a situar su nombre en los medios y posibilitó que las nuevas generaciones se aproximen a las importantes décadas del teatro nacional que lo tuvieron como protagonista.