La idea del sistema total alienado libera de culpa y, a la vez, en la medida en que su ley es el Mal, constituye al bien como lucha sin cuartel contra una conjura. Carlos Real de Azúa, en su libro Historia visible e historia esotérica, llamó a esta tendencia actitudinal y valorativa “inversión de la culpa” de nuestras desgracias puesta completamente fuera de nosotros. Real de Azúa mostró cómo esa “historia esotérica” eludía la tarea de la explicación para crear un relato poderoso y movilizador basado en el enlace entre dependencia y conjura. Lo dice así: “Fue sobre todo desde la percepción de dependencia -omnipresente, omniexplicativo, invariable salvo la ruptura violenta- que se desprendió la teoría de la conjura o del ‘complot’ como la clave única del atraso y la marginalidad latinoamericanas. [...] Se trata de una concepción de la acción histórico-social esencialmente ‘esotérica’, basada en la acción de fuerzas ocultas que se identifican a veces con naciones, estados, clases, ideologías, grupos funcionales que se supone dotadas de personalidad, esto es, de un perfil, un querer, que el tiempo apenas desdibuja”.

Las conjuras existen pero son síntomas de las enfermedades y no las enfermedades en sí mismas. El canciller brasileño Celso Amorim, interrogado sobre los dichos de Hugo Chávez a propósito del acuerdo entre el gobierno de Álvaro Uribe y Estados Unidos para localizar bases militares estadounidenses en Colombia, describió el problema con claridad e ironía: “Les voy a responder con Millor Fernandes (caricaturista brasileño): ‘El hecho de que yo sea paranoico no significa que efectivamente no esté siendo perseguido’”.

Dentro de la vía democrática abierta por el socialismo allendista en América Latina, y de acuerdo con la teoría frugonista que concibe al socialismo como un movimiento democrático radical, la acción reformadora de parte de las izquierdas -antes incluso de la llegada al gobierno, en las luchas de la sociedad civil- busca construir roles estratégicos de un Estado emprendedor y más democrático en la conducción del desarrollo, combinando economía de mercado con desmercantilización de bienes públicos mediante la afirmación institucional del poder de un nuevo bloque social de cambio.

En el último medio siglo, América Latina vivió primero la quiebra de los modelos sustitutivos de importaciones en un ambiente de desborde popular y luego una violencia masiva del Estado para reconstruir la dominación social salvando estructuras del antiguo orden -a excepción de Chile- y realizando reformas de mercado en contextos de crisis orgánica, dictaduras, grandes violaciones de los derechos humanos o liderazgos populistas conservadores.

Desde esta perspectiva, el reformismo, la creación de institucionalidad y el fortalecimiento pluralista de movimientos sociales nuevos y viejos en una sociedad civil emancipada del Estado son una aventura épica y una hazaña histórica que ofrecen autoestima.

Pero también exigen formación política, investigación, desarrollo y aplicación creativa de teorías y apoyos científicos complejos dentro de la ética de una intensa vocación pública de cambio social. Debemos navegar contra las frustraciones de una socialdemocracia europea liberal o una izquierda también entre nosotros puramente gestionaria, porque los principios y valores en la vida pública, la república y el renacimiento del debate ideológico y programático son otro camino.

Pero una parte de la izquierda local tiene mucho que explicar sobre la Camporita en Uruguay y la “crisis del nacionalismo popular” en sus versiones kirchnerista o bolivariana. No es sólo la corrupción estructural de capitalismos patrimonialistas lo que observamos estos días en toda América Latina: hay errores de principio que deberían tener el valor de revisar.

Pues lo que fascina en algunas culturas políticas, el verdadero atractivo, reside justamente en los modelos binarios de explicación del mundo.

El encanto y el sentido nacen de la eficacia del discurso de la conjura y de sus relatos; eso sucede porque es el enemigo que constituye la identidad -el mal nos constituye- y porque la visión de grandes estructuras opresivas e invariables de poder liberan de culpa.

Esa es la historia del relato kirchnerista y del relato bolivariano. Real de Azúa ubica al discurso del revisionismo de Forja y de la izquierda nacional en el núcleo de la historia esotérica y la teoría de la conjura, y describe sus rasgos principales en los relatos sobre la historia argentina. “Desde Piu y Beresford, desde el tratado de 1824 y el establecimiento de relaciones diplomáticas hasta Justo y Roca, Aramburu y el almirante Rojas, todo les confirmaba (en puridad: les confirma) en la aprensiva convicción de un poder cuya persistencia y sapiencia llegó a adquirir en Scalabrini (recuerdo alguna confidencia de un gran amigo argentino) contornos casi sobrenaturales. Pero también, y en general, en otros países cercados particularmente por la ‘otra’ codicia: la norteamericana, la izquierda radical y la izquierda nacional no han soslayado en sus planteos antiimperialistas el tema de la conjura. Es una tradición de Iberoamérica la puesta en obra de un repertorio táctico que incluye el copamiento de todos los movimientos de raíz nacional o popular”.

Nada de esto significa que las teorías esotéricas no deban dilucidarse en su veracidad en cada caso concreto. El peronismo kirchnerista construyó un relato esotérico de la confrontación plagada de denuncias del fantasma “golpista”, la conspiración de la “corpo” y “los poderes concentrados”. No es el contraste de diferencias o intereses que politiza, sino una polarizacion discursiva que también moviliza y organiza campos políticos rígidos acumulando poder en el Estado.

El relato esotérico cumple otra función latente y trascendente: encubrir los sistemas, estructuras y prácticas reales de consenso corporativo en la sociedad, el Estado y la economía, así como legitimar la apropiación y distribución de renta pública ilegal o legal entre las versátiles corrientes peronistas para desplazarse de posición detrás de cada nuevo liderazgo, aun cuando estos se presenten como ideológicamente opuestos entre sí.

Primero la crisis de la izquierda y la socialdemocracia europea, y luego las más recientes conclusiones equivocadas de la crisis global de 2008 iniciada con la caída de la megafinanciera Lehman Brothers, abonaron el retorno de viejas culturas políticas en las izquierdas.

Ni el Frente Amplio ni el socialismo uruguayo han sido inmunes a este retorno premarxista y anterior a las ciencias sociales de la cultura esotérica, sea en su variante del socialismo bolivariano, sea en la renacida “izquierda nacional argentina” de Jorge Abelardo Ramos, desempolvada por el kirchnerismo al servicio de la política estatal peronista. Teorías útiles que se pusieron al servicio de la subordinación del movimiento obrero al aparato del Estado, la cooptación como sistema de los movimientos sociales, la mediación corporativista de los intereses y la participación digitada desde arriba con clientelismo industrial. Debajo del relato hay una legitimación de las continuidades profundas de un viejo capitalismo y unas instituciones antirrepublicanas. Izquierda sin reformas, izquierda sin autonomía de los movimientos sociales y sin instituciones republicanas, izquierda sin complejidad, no es izquierda. Puede ser peronismo.