No, no pasó. Héctor Rivadavia Gómez fue un doloreño que rápidamente, por sus dotes y sus ideas, se destacó en Montevideo. En Uruguay estuvo íntimamente ligado a las primeras décadas, las más gloriosas del fútbol uruguayo, y fue determinante, por ejemplo, para que se jugaran, antes que en ningún lugar del mundo, campeonatos continentales de fútbol, para que se fundara la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) y para que el primer Mundial de la historia se jugara en Uruguay. Rivadavia Gómez fue presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), de la Conmebol y de Montevideo Wanderers, y fue además quien aceptó la idea de su compañero y colega bohemio Ricardo Le Bas de empezar a jugar de celeste. Aquel 15 de agosto de 1910, Gómez era el presidente de la AUF y vio en Belvedere nacer la enseña celeste que luego trascendería el fútbol y el deporte, hasta convertirse en un ícono de nuestra sociedad.

Héctor fue diputado colorado, batllista primero y riverista después, durante cinco legislaturas. Además, fue periodista, oficio que inició tempranamente en el diario El Día, y después fue fundador, junto a Carlos Manini Ríos, de La Mañana.

Es medio arriesgado afirmar que sin Héctor Rivadavia Gómez no hubiese habido Conmebol, que no hubiese habido campeonatos sudamericanos o que no hubiese habido Copa América, esa que los catalanes Escasany trajeron desde París para su joyería porteña. Lo que no es ningún bolazo es que sin Rivadavia Gómez no se podría estar festejando ahora el centenario de la Conmebol.

Rivadavia Gómez murió apenas un año después del primer Mundial, el que él mismo batalló y articuló para que se jugara en Uruguay. Su muerte acaeció en julio de 1931. Si Héctor Gómez se levantara de su tumba y viera que allá, en Estados Unidos, se está jugando un campeonato con la pretensión de honrar, festejar y saludar su creación, que ahora cumple 100 años, se vuelve a morir 1.000 veces más. Pero si el creador de la Conmebol, el hacedor de la Copa América, el presidente de la AUF cuando se bautizó de celeste, el impulsor del primer Mundial, el presidente de Wanderers, se levantara de su tumba y viera que Óscar Freddy Varela es el cantinflesco delegado o integrante de la delegación celeste en este campeonato-unidad de negocios de las transnacionales -que además no se juega en América del Sur sino en América del Norte, bajo la organización de una nación que siente el fútbol como una góndola de un Walmart para chicanos-, bueno, ahí directamente desaparecería de la faz del universo por una implosión de sinsentidos como agujeros negros.

Es que este Óscar Freddy Varela que aparece en todas las rotaciones de las delegaciones de la AUF a los torneos desde que fue eje de la desestabilización y posterior golpe al anterior Ejecutivo, el de Sebastián Bauzá, Miguel Sejas, Fernando Sobral y Aníbal de Olivera, independientemente de su condición de presidente de El Tanque Sisley, no parece tener ni las formas ni las actitudes como para representar no ya a la AUF, sino al imaginario popular del fútbol uruguayo, cargado de una frondosa y rica historia dentro y fuera de las canchas.

Varela, que antes de ser presidente de El Tanque Sisley ya lo había sido de Cerrito, fue colaborador en juveniles de Nacional y ha tenido una despótica conducción en su actual club, lo que lo llevó entre otras cosas a ser declarado persona no grata por la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales; se posiciona oportunamente frente a las cámaras y, sin tener que andar limosneando entrevistas, consigue sus repetidos cuartos de hora, ya sea para denostar a los futbolistas, como lo hizo tras la derrota 3-1 en el debut del Mundial de Brasil 2014 frente a Costa Rica, para irrumpir el domingo ante cámaras para tratar de explicar el tema del himno, o para alertarnos de que “acá en Norteamérica tiran una botella y te hacen un juicio”.

Freddy Varela fue edil del Partido Nacional en la Junta Departamental de Montevideo allá por los 90, y seguramente sus vínculos por filiación política lo hicieron desembarcar en Florida en la primera administración departamental de Carlos Enciso, quien le abrió las puertas del estadio Campeones Olímpicos para que su club, el que comparte con su esposa Silvia da Silva, secretaria general de El Tanque Sisley, pudiese jugar en Florida. Allí jugó el domingo el elenco verdinegro su último partido en la A ante unas decenas de personas entre las que él no se contaba, porque estaba representando al fútbol uruguayo en el megaevento que conmemora aquella idea y ejecución de Héctor Rivadavia Gómez.

No sé. Vos ves. Es que en Phoenix hará muchísimo calor, y ahora en Filadelfia también, pero si eso lo hacen para que entremos en calor los que estamos chupando frío por acá, les decimos que no es necesario. ¡No jodan, bo!

Abrazo, medalla y beso.