“Usted es escritora. Invéntese algo. Algo bonito. Sin parásitos ni suciedad, sin vómitos... Sin olor a vodka y a sangre... Algo no tan terrible como la vida”, le rogaba una de las mujeres combatientes de la Segunda Guerra Mundial a la escritora Svetlana Aleksiévich, ganadora el año pasado del premio Nobel de Literatura. En 1939, entre dos conflictos bélicos -la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial-, Max Aub (1903-1972) escribió De algún tiempo a esta parte, planteada como el monólogo de una sobreviviente judía en la Viena ocupada de 1938. Este escritor, dramaturgo y poeta, que tuvo cuatro nacionalidades a lo largo de su vida (la alemana, heredada de sus padres; la francesa, por nacimiento; la española, de cuando su padre se afincó en Valencia, en 1914; y la mexicana, por elección propia, cuando se exilió debido a la Guerra Civil Española), rescata los fantasmas olvidados de un mundo arrasado, desde la mirada de Emma, una viuda que evidencia y denuncia la tiranía del horror y la barbarie.

Los nazis mataron a su marido, y los antifascistas, a su hijo. Atrás quedaron su familia, su casa -expropiada por los nazis- y todo lo que formaba parte de su vida cotidiana de bienestar, antes de la irrupción totalitaria. Ahora sólo le queda fregar las escaleras del edificio donde habita e intentar sobrevivir. El peso de la pieza recae por completo en Gabriela Iribarren y en su modo de enfrentar las complejidades y contradicciones del personaje que interpreta. Después de haberse desdoblado en papeles incontables, desde la Yocasta de Mariana Percovich hasta la Hécuba de Las troyanas, desde Virginia Woolf o Electra hasta Elena Quinteros, en una galería de figuras tan variadas como su capacidad para adaptarse a distintos géneros y estéticas, Iribarren vuelve a imponerse en el escenario con un trance poético, desde el que encarna el dolor de un modo crudo, concentrado: con la mirada inyectada, desnuda la usurpación de su identidad, y cómo el odio relega en ella al miedo. Soporta las abominaciones a las que es sometido su pueblo (del que se había apartado en cierta medida, cuando ella y su esposo decidieron convertirse al catolicismo), y el modo en que muchos, enardecidos, perpetúan el espanto, mientras gran parte de la sociedad culta de la que ella formaba parte se muestra indiferente ante los crímenes que ocurren ante sus ojos. En medio de ese cuadro, Emma decide que su intimidad se traslade a otro tiempo, en el que fue feliz. Desde ese refugio en el que está instalada se confiesa con su marido muerto, con el recuerdo agrietado de su cuerpo atormentado. El odio y el recuerdo son lo único que parece mantenerla en pie; son la única excusa posible para soportar un presente que se vuelve cada vez más alienado.

Al autor lo obsesionaban la tiranía y la impunidad. Entre sus trabajos se encuentra, por ejemplo, un bellísimo relato, “La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco” (1960), adaptado por el director mexicano Arturo Ripstein -uno de los maestros del cine latinoamericano- en La virgen de la lujuria (2002). La virtud de este texto de Aub reside en sus pequeñas grietas, en las que podemos identificar, a lo largo de la historia de la humanidad, las mismas situaciones repitiéndose de forma circular.

La directora de De algún tiempo a esta parte, Mariana Wainstein, destacó en una entrevista con la diaria que Aub fue también “un autor muy preocupado por el fenómeno de la otredad, por el hecho de que súbitamente uno se convierta en ‘el otro’. A una persona que hasta ayer era considerada normal -como la vecina del edificio- de pronto la miran como un bicho extraño y no la dejan entrar al ascensor para que no toque a sus vecinos. Es ese fenómeno que, en la época de la Segunda Guerra Mundial, se sufrió en Europa a causa del nazismo”.

Esta obra, con un interesantísimo montaje que incluye proyecciones (de Miguel Grompone) y un potente trabajo actoral, no sólo sirve para reactivar el recuerdo de su autor -es la primera puesta de una obra de Aub que se realiza en Uruguay-, sino que además vuelve a mostrarnos algunas de las miserias que se asociaron con los antecedentes y el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, después de que los espectadores han tenido oportunidad de leer y ver tantos trabajos sobre aquella época, en estas pinceladas de Aub -meritorias en su momento, entre otras cosas, por haber sido planteadas apenas un año después de que ocurrieran los hechos de los que se ocupa- se percibe el paso del tiempo, algo que la actuación de Iribarren vuelve un detalle bastante menor.

Hace mucho tiempo, el teórico y crítico búlgaro Tzvetan Todorov condenó la preservación de una manifestación de la memoria en la que los crímenes y sus víctimas son vistos como únicos e irrepetibles. Desde el comienzo, esta obra esquiva esa trampa, dejando de lado lo que su recuerdo de una experiencia traumática tiene de singular, en favor de un concepto universalizado de la memoria, de las masacres y de las experiencias abominables.