El jueves 23 de julio se inauguró el Campus de Aprendizaje, Investigación e Innovación de Tacuarembó. En la estación experimental del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) se construyeron la sede de la Universidad de la República (Udelar) y la sede regional del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. Funcionan en el mismo predio la dirección regional de los laboratorios veterinarios y la carrera de Tecnólogo Cárnico que desde hace algunos años impulsan conjuntamente la Udelar y la Universidad del Trabajo del Uruguay. En ese lugar está naciendo una experiencia novedosa para el país y cargada de futuro: un lugar donde se articulan las capacidades de diversas instituciones para construir juntos desde las potencialidades de cada uno.

Ese es el camino que debemos recorrer: abrir espacio para que los jóvenes de este país se formen (en Tacuarembó hoy más de 1.000 jóvenes estudian alguna de las ocho ofertas universitarias, siete de las cuales sólo se pueden cursar allí), crear centros de investigación con recursos humanos calificados y equipamiento adecuado (en ese campus hay diez grupos de investigación de la Udelar, conformados por 41 cargos docentes con alta dedicación que se suman a los recursos humanos que tiene el INIA en el lugar), promover el desarrollo local y regional apostando al conocimiento (parte importante de los estudiantes universitarios en Tacuarembó son de fuera del departamento).

Mezclado entre los jóvenes estudiantes, observaba a los periodistas que se arremolinaban en torno al presidente de la República. Al día siguiente leí en la prensa que, entre las cosas que dijo, reafirmó la necesidad de que los parlamentarios del Frente Amplio voten la Rendición de Cuentas que el Poder Ejecutivo ha enviado al Parlamento, es decir que mientras inaugurábamos ese nuevo campus reafirmaba el recorte a la educación pública. La alegría que aún me inundaba se me mezcló con amargura. No es posible contemplar el resultado de estos años de trabajo sin preguntarse cuánto más hubiéramos logrado si no fuera por la ceguera de nuestros gobernantes.

Ceguera. Uso la palabra con cuidado. El recorte de hoy se suma a una política de restricción que tiene efectos acumulativos. Durante el quinquenio 2005-2009, el presupuesto universitario creció 75,4% (el PIB del país creció 33,2% en ese período), pero desde entonces sistemáticamente el presupuesto universitario ha crecido bastante menos que el crecimiento del PIB nacional. Para el período 2015-2019 la propuesta del Poder Ejecutivo se acotó a dos años y fue de apenas 11%. Es de ese aumento ya mínimo que ahora se propone posponer una porción. Parece que aun con crecimiento económico y gobiernos progresistas es difícil aumentar la porción del PIB destinada a la Universidad, y en cuanto aparecen dificultades es de las primeras que sufren recortes. ¿Será porque hacemos las cosas mal? La Universidad ha demostrado que el dinero que se le otorga lo usa bien, y un ejemplo de ello es lo que pasó con los recursos que nos dieron en el período pasado. Se otorgaron los recursos que pedimos para el programa de desarrollo de la Universidad en el interior, y allí están los resultados: sedes universitarias en Salto, Paysandú, Rivera, Tacuarembó, Treinta y Tres, Melo, Artigas, Maldonado y Rocha, donde unos 13.000 estudiantes cursan alguna de las más de 80 ofertas educativas y donde se han creado más de 60 grupos de investigación con cientos de docentes radicados, muchos de ellos con alta dedicación.

Cuando se discutía el presupuesto quinquenal 2010-2014 tuve la oportunidad de dirigirme a la Comisión de Presupuesto como parte de la delegación universitaria. El gobierno había resuelto otorgar a la Udelar recursos para el programa de desarrollo en el interior y el plan de obras, y algo mínimo para el resto. En aquella ocasión explicamos que era un grave error asfixiar presupuestalmente los programas que atienden al 90% de nuestros estudiantes y docentes. No sólo porque eso produciría problemas muy grandes para el desempeño de las funciones que la Udelar cumple, sino también porque generaba un desbalance inadecuado a la interna universitaria, que restaría apoyo político al programa descentralizador. No nos escucharon. El pedido presupuestal universitario para el período 2015–2019 pretendía compensar atendiendo a las crecientes dificultades que aparecían debido a esa restricción. Esto es algo que debe ser entendido: hay amplios sectores de la Universidad que no reciben incrementos presupuestales desde hace ya seis años, a pesar de que la Universidad ha aumentado sustancialmente su actividad en todos los planos. Nos alegramos cuando observamos que más de la mitad de nuestros estudiantes provienen de familias donde ni padre ni madre asistieron a la educación superior, nos alegramos cuando mejora sustancialmente el ingreso y aun más el porcentaje de egresos o cuando aumentamos el número de ofertas de grado y posgrado, nos alegramos cuando colaboramos en la solución de problemas muy diversos a través de la extensión o de los convenios que tenemos con todas las esferas de la actividad del país (pública y privada). La Universidad está al servicio del país y lo seguirá estando. Pero el país debe saber que el aumento de la actividad unido a la restricción prolongada de recursos tensa enormemente las fuerzas de la institución y, necesariamente, dificulta cumplir adecuadamente con lo que tenemos que hacer.

El país merece que se le hable con franqueza, y no que se nos someta al juego de la mosqueta. Se prometió un 6% para la educación en este período. Todas las señales indican que eso no se cumplirá. Pero en vez de enfrentar la realidad y discutir seriamente cómo lograrlo, se propone un presupuesto por dos años, tirando la pelota para adelante sobre el resto. En aquella ocasión no se pudo discutir sobre el presupuesto para la educación; el tema central fue la declaración de esencialidad aplicada a la educación, un error que fue corregido pero que ocultó la discusión central. Ahora se anula el incremento ya votado para este año, y me atrevo a predecir que el año que viene no se discutirá sobre el incremento necesario para la educación, sino sobre la recuperación de lo que ahora se saca. El ministro Astori dice que no se ha pospuesto el gasto en investigación e innovación, señalando que no se tocaron los recursos destinados a la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, el Instituto Pasteur y el Centro Uruguayo de Imagenología Molecular. Con todo respeto por esas instituciones, es una falsedad decir que no se afecta el gasto en investigación e innovación. La Universidad es responsable de más del 75% de la creación de conocimiento en este país y el 60% de los sueldos de los compañeros que trabajan en el Instituto Pasteur los paga la Udelar. ¿Qué les diremos a los jóvenes que se formaron durante años pero no podemos darles la oportunidad de que aporten sus conocimientos al país? ¿Cómo construiremos carrera académica ofreciendo a nuestros jóvenes salarios nominales de ingreso a la Universidad de 14.850 pesos para un Grado 2 con 20 horas?[1]

Creo que la Universidad es castigada por ser autónoma. Para sacarme esa impresión, sustentada en una larga serie de acciones, es necesario darle a la Universidad los recursos y dejarla trabajar. La conducción democrática de la institución hace planes de largo plazo y tiene la tarea de ir fortaleciendo sus distintos aspectos. No es tarea del Poder Ejecutivo ni del Legislativo decir dónde invertir y dónde no y cómo hacerlo. No les corresponde ni pueden hacerlo bien. Sin dudas, estamos llenos de problemas, somos el reflejo de la sociedad toda, pero también hemos dado pruebas de estar a la altura de las circunstancias. Muchas de las cosas que la Universidad aporta al país son fruto precisamente de su autonomía. La descentralización, una de cuyas obras inaugurábamos ese jueves 23, es hija de la autonomía que permitió planificar a largo plazo y no estar sujetos a los vaivenes de la política partidaria. La investigación nacional, en la que la Udelar tiene un rol tan importante, es fruto de la autonomía universitaria que ha permitido, por ejemplo, construir un programa de Dedicación Total desde la época en que el sistema político era incapaz de percibir la importancia del desarrollo científico para el país, y que hoy financia a más de 1.000 docentes investigadores. Es gracias a la autonomía que podemos construir grupos de investigación con perspectivas de largo plazo. Si la Universidad puede colaborar cuando se acude a ella con un problema, es porque hay años de acumulación detrás.

Estamos llegando al fin de un ciclo de expansión económica y conviene mirar atrás y evaluar qué hicimos cuando tuvimos los recursos para ello. También es el momento de marcar las prioridades. Es curioso observar cómo, vez tras vez y en muchos lugares del mundo, los partidos progresistas que están en el gobierno se sorprenden cuando son derribados y olvidan que ese es un momento de un proceso que empieza cuando las cabezas de tantos que desbordaban de ilusión se van llenando de frustración.

  1. La escala de los sueldos universitarios puede consultarse en este link.