Tras la etapa escolar, con algunas contras, porque en cuarto año Esteban ya era más alto que la maestra, su camino empezó a acercarse cada vez más al deporte. “Era medio disperso en la escuela, me costaba prestar atención. Después empecé a crecer y, aunque no podía admitirlo, me sentía distinto de los demás. Medía 1,90 y los bancos me quedaban chicos, y seguía creciendo. Fue una situación poco común, entonces me automarginaba y me ponía un poco más tímido”, rememora.

Tras finalizar la etapa del baby fútbol y pasar por alguna selección regional de San José (jugando de centrodelantero), Esteban fue, con un amigo, a probarse en las formativas del Club Nacional de Football, el club de sus amores. En esos febreros en los que se evalúa a los aspirantes, el grandote se puso los guantes de arquero y trató de cumplir su sueño, que duró unos días. “Estaba Luis González, y quedó en que me llamaban [ríe]. Nunca lo hicieron, gracias a Dios. Cuando no me llamaron se rompió mi sueño. Yo estaba contentísimo, porque soy hincha de Nacional, pero después nunca se me ocurrió ir a probarme a otro club, no sé por qué. De todos modos, no me gustaba mucho correr y me quedaban chicos los zapatos”, sostiene.

Pasaron los años, y el gurí largirucho llegó a medir 2,07 metros. Recorrió el mundo gracias al básquetbol, es el único uruguayo que jugó en la NBA y ahora, a los 32 años, luego de salir campeón en Italia con Olimpia Milano y de la buena actuación de la celeste en el Sudamericano de Venezuela, se hizo un tiempo para conversar con la diaria.

¿Cómo empezás a jugar al básquetbol?

-Cuando no pasé la prueba en Nacional, el padre de un amigo me sugirió que fuera a Olivol Mundial. A mí me gustaba hacer deporte, por eso fui. Conocía el básquetbol porque mis amigos jugaban y a veces los iba a ver. No era un deporte que me apasionara; lo conocía, pero lo mío era el fútbol. A veces, en verano, se jugaba al básquetbol en Playa Pascual y yo hacía cualquier cagada porque no sabía las reglas [ríe].

Pero duraste muy poco en Olivol, porque alguien te vio y te llevó a Welcome, cuando tenías 14 años.

-Fue por un conocido que, a su vez, tenía un contacto en Welcome. Por un boca a boca de tres personas, le llegó a un entrenador de juveniles el dato de que había un pibe alto de 14 años. Me sorprendió, porque esas personas que insistieron no me conocían. Yo estaba esperando para arreglar en Olivol; me iban a dar los boletos, por eso jugaba.

¿Cómo fue tu adaptación en Welcome?

-Tuve dos entrenadores que se adaptaron a mí, que trataron de maximizar los tiempos. En las vacaciones de julio, por ejemplo, me hacían ir de mañana y me pasaba todo el día en Welcome entrenando. Me ponían palitos para hacer las entradas en bandeja, para que fuera coordinando, asimilando, intentando. Yo lo único que hacía era correr y saltar; no tenía movimientos, no sabía hacer un reversible ni sabía tirar. Tenía que aprender los fundamentos básicos. La adaptación me costó un poco. Al principio, pecaba de inocente: me enojaba si no integraba el plantel titular porque era chico, pero no me daba cuenta de que en ese momento no sabía jugar. Un día fui a encarar al director técnico para preguntarle por qué no jugaba. Pero poco a poco me fui metiendo, aunque fue un proceso largo. Cada año iba sumando cosas nuevas. Al principio, cuando [Víctor Hugo] Berardi me llamaba para practicar con los mayores, para darle un descanso a algún jugador, para mí era todo un logro. Al plantel lo vestía Nike, entonces te daban la ropa, tenías tu propio equipo, y para mí eso estaba buenísimo. Luego vino Javier Espíndola y nos subió a todos los juveniles porque muchos del plantel estaban en la selección. Salimos campeones en un torneo de invierno, y entonces me agarré a ese tren.

Si vos no sabías jugar, ¿por qué el club apostaba por vos?

-Porque era alto, fuerte y rápido, y además asimilaba las cosas rápidamente. No estuve tres años para aprender a hacer un reversible; no fui un fenómeno, pero mi proceso de aprendizaje fue rápido. Además, le ponía muchas ganas: trataba de quedarme, iba en hora, vivía adentro del club. Pero nunca pensé que el básquetbol podía ser un medio de vida. Yo estaba feliz porque me pagaban los boletos, a veces me iba caminando y ahorraba. Me quedaban 700 pesos, que para mí era muchísimo. Nunca lo tomé como un trabajo, y quizá eso me ayudó muchísimo a no generar ilusiones. Yo quería jugar al básquetbol y aprender, no pensaba en un rédito de nada. Se dio naturalmente.

Si cada cosa era como un premio, ¿cómo te sentiste cuando te afianzaste como jugador profesional?

-Mi primer sueldo fue de 5.000 pesos, que para mí era una fortuna. Lo asimilé como algo normal. Nunca me presioné en el sentido de jugar mejor por ganar dinero. Mi interés era deportivo: llegar a jugar en Primera y quizá después ir al exterior, pero nunca lo hice pensando en ganar algo. Era consciente de que debía aprender mucho. Si hubiese pensado en la plata, habría sido un error. Me acuerdo tal cual de la rutina que tenía en el primer año en Welcome: me levantaba a las 7.30 y mi vieja ya me tenía el desayuno y el bolso pronto; me activaba y tomaba el ómnibus a las 8.10; me bajaba en Arenal Grande y Uruguay y me iba caminado hasta Welcome. Media hora antes de la práctica, yo ya estaba entrenando. Cuando terminaba, me iba rajando al liceo, en la Ciudad Vieja. Después volvía a Welcome, comía algo en el camino y dormía una siesta en el club. Me levantaba y con el sum me calentaba algún té que mi vieja me había puesto en la mochila, y entrenaba a las 18.30 con los juveniles. Cuando terminaba esa práctica, arrancaba con el primero. Después me iba y llegaba a mi casa a eso de las 23.30, comía algo, dormía, y al otro día lo mismo.

¿Cómo fue irse al exterior siendo tan joven?

-Nos llevó Óscar Moglia, a mí y al Panchi [Gustavo] Barrera a Joventut de Arona [en Islas Canarias]. Él se quedó porque pudo sacar el pasaporte comunitario; yo volví a jugar a Welcome. Fue una experiencia nueva, increíble. Nunca había viajado en avión. Me daban algunos viáticos, pero conocí todo un mundo de cosas que me permitieron tomar conciencia de dónde estaba. Más adelante, tras pasar por Salto, fui a Real Madrid, que me cedió a un equipo de Segunda. Fue una locura, y algo increíble que nunca me esperé. Un día estuve en el banco de suplentes, cuando el equipo jugaba una Eurocopa, y me quedó esa espina por no haber podido ingresar. El director técnico en ese momento era el argentino Julio Lamas. Luego me tocó estar en la comida de fin de año con el plantel de fútbol, que en ese momento tenía a Ronaldo, Zidane, Figo... Fue un orgullo.

Después volviste a Uruguay, pasaste por Nacional en el Metro y luego te consolidaste con Trouville en la Liga Uruguaya de Básquetbol (LUB).

-Como soy hincha, fui a Nacional. Después vino un Sudamericano con la selección en Río de Janeiro, en el que jugué muy mal y me vino un bajón tremendo. La gente de Trouville estaba preocupada incluso. Pero luego fue todo muy bueno. Tuve un gran rendimiento en el campeonato con Trouville y luego me volví a España para jugar con un equipo de allá y obtener el pasaporte comunitario. Al volver estuve en un Pre-Mundial con la selección y surgió la chance de ir a la NBA.

Atlanta Hawks se fijo en vos y te ofreció un contrato. ¿Qué te pasó por la cabeza en ese momento?

-Había muchos rumores de que estaba esa posibilidad latente, y traté de enfocarme en jugar. Justo el día de mi cumpleaños, el 2 de setiembre, vino la persona que manejaba el tema de los contratos y me felicitó. Obviamente pensé que era por mi cumpleaños, pero enseguida me dijo que había un contrato por dos años con Atlanta. Fue mucha la euforia; no lo asimilaba. Cuando te dicen que estaría bueno ir, está divino, pero cuando realmente tenés que ir, no sabés cómo vas a reaccionar porque es algo nuevo.

¿Cómo fue adaptarse a ese mundo y a ese nivel de juego?

-Fue buenísima la experencia en la NBA. Es un nivel increíble, y me sorprendió la intensidad de juego y el gran talento que hay. Fui muy joven, quizá si hubiese ido más grande hubiese sido diferente. Estoy feliz de haber vivido esa experiencia y me considero un privilegiado. Al mundo de la NBA es muy fácil adaptarse, aunque al principio todo me generaba asombro. Llamaba a mi hermano y le contaba todo. A diario me sorprendían los autos de lujo, los hoteles, estar cerca de determinados jugadores, el avión privado que tenía el equipo. En ese momento intentaba disfrutar de todo, pero en lo referente al juego sufrí mucho, porque durante el segundo año jugué muy poco. Yo quería jugar, no importaba si era en la NBA, en España o en Uruguay; quería sentirme útil. Hubo momentos en Atlanta en los que la pasé mal; a veces llegaba a casa y lloraba de impotencia, porque quería jugar. Quería ser feliz jugando.

Al final de ese segundo año en Atlanta, se interesó por vos Boston Celtics, un equipo que se preparaba para ser campeón, pero preferiste irte de la NBA. ¿Por qué?

-Iba a quedar entre los 15 del plantel, rotando si se lesionaba uno, pero no iba a jugar. No quise volver a pasar por lo mismo. Era un plantel de gran nivel, muy bueno, que incluso salió campeón, pero yo no iba a aguantar sin jugar. No iba a ser campeón: iba a integrar un plantel campeón de NBA. En ese sentido, yo soy racional y tengo sentido común para ubicarme. Para mí no era un logro estar en un plantel sin haber aportado nada. Muchos me dijeron que me quedara, pero yo no quería pasar por lo mismo.

¿Te sentiste útil en Atlanta?

-En Atlanta me sentí útil el primer año, y en el segundo año incluso en un partido se lesionó el pivot titular y jugué. Nos tocaba Miami Heat y estaba Shaquille O'Neal. Obviamente, jugar contra ese equipo y de visitante era una gran motivación. Fue uno de mis mejores partidos: hice 14 puntos y tuve como siete rebotes. Estaba muy contento, pensé que era mi momento, pero en el partido siguiente no jugué. Nunca me arrepentí de irme, porque fui a Macabi Tel Aviv, de Israel, y llegamos a la final de la Euroliga.

Pasaste por Israel, Grecia, Turquía, España, China e Italia. ¿Cómo es readaptarse cada vez a una cultura distinta y a un estilo de juego distinto?

-Lo tomo como algo extra que me da el básquetbol. Me motiva demostrarme que puedo jugar en cualquier lado y que puedo vivir buenas experiencias en distintos países. Haber jugado en las mejores ligas de Europa es una gran satisfacción personal. Siempre me adapto bien a todos lados porque voy con la mente abierta. Me gusta conocer ciudades nuevas, gente nueva, y lo disfruto mucho, entre otras cosas, porque sé que no es para toda la vida. El hecho de hacer lo que más te gusta y de vivir en grandes ciudades es suficiente para considerarse un afortunado. Estuve en ciudades donde conocí gente por afuera del mundo del básquetbol; haber creado vínculos que hasta hoy mantengo, tener amigos por todos lados, está buenísimo.

¿Cómo tomás el hecho de ser el primer uruguayo que jugó en la NBA?

-Hay muchos uruguayos a los que les fue muy bien. Trato de tomarlo como un orgullo y no como un consuelo negativo de decir que soy el mejor de los “perros”, por decirlo así. Es muy difícil ir a la NBA para un jugador de cualquier parte del mundo. Si veo la clase de jugadores que hubo en Uruguay, haber sido el primero en llegar es un orgullo. Yo lo disfruté mucho. Ojalá no sea el único.

¿Qué te pasa con la selección?

-Me pregunto por qué se pone en tela de juicio qué me pasa. Siento una alegría enorme de jugar. A veces se dice que no me tira tanto la selección, pero no es así. No sé qué debería hacer para demostrar mis ganas, mi orgullo y mi satisfacción de jugar con la selección. Quizá debería quedarme a limpiar la cancha, o lavar las camisetas; no sé. Hago lo que hace cualquier jugador: jugar, disfrutar y dar el máximo por mi país. Por diferentes situaciones, en algunas ocasiones se me complicó para venir, por compromisos con el club en el que estaba. A veces es gracioso, porque hay periodistas que no van a cubrir un Sudamericano porque están de vacaciones, pero si un jugador no va a un campeonato están con un palo para pegar. En Uruguay es muy fácil ver la paja en el ojo ajeno; quizá debamos replantearnos las cosas y ponernos en el lugar del otro. Tampoco me saca el sueño tratar de explicarle la situación a todo el mundo. Ahora, por ejemplo, fui a jugar sin seguro: si me pasaba algo corría todo por mi cuenta. No escuché a nadie hablar de eso, pero tampoco me interesa. Pero si la gente opina para dar palo y la situación es diferente, me molesta. Hay cierta intención de resaltar lo negativo.

¿Qué sentís cuando jugás con la selección?

-Jugar por tu país es algo que no programás. Cuando suena el himno y lo cantás, se te pone la piel diferente. Es algo que sale, te brota. Ahí te das cuenta que disfrutás jugar con esa camiseta. La celeste te hace emocionar, y sabés que te están mirando tu familia y tus amigos. Lo mismo que me pasa a mí le pasa al resto. Es una suerte representar a Uruguay en lo que hacés, así como lo hacen en otros deportes.

¿Cómo evaluás este último Sudamericano de Maracaibo?

-Verlo en lo que respecta a los resultados es un poco egoísta, porque a veces la pelota entra y a veces no, aunque es obvio que los resultados mandan. El deporte de elite es muy exitista y tiene poca memoria. Además, siempre se recuerda a los ganadores. Fue un torneo en el que fuimos de menos a más, lo terminamos muy bien y pudimos traer una medalla, algo que hacía tiempo que no se lograba. Por otra parte, lo disfrutamos porque en el partido por el tercer puesto le ganamos a Argentina, que unos días antes nos había ganado por goleada. Decían que Argentina tenía un equipo C, pero del plantel que jugó contra nosotros hay seis jugadores que van a los Juegos Olímpicos. Entonces no somos unos fenómenos, pero tampoco jugamos contra unos perros. Creo que algo bueno hicimos. Obviamente hay que seguir trabajando, pero fue un torneo bueno.

¿Por qué seguimos estancados y no podemos estar más cerca de cosas importantes?

-Uruguay sigue estancado porque cada vez es más difícil la competencia internacional. Si lo comparamos con el fútbol, si jugáramos un Sudamericano para ir a un Mundial, iríamos. A veces nos comparan con el fútbol, pero, en realidad, no hay punto de comparación. En el básquetbol es muy difícil avanzar en la competencia internacional porque competís contra toda América y competís contra los mejores. Somos un país de tres millones de habitantes, y la gran mayoría juega al fútbol, entonces no hay una base suficiente como para sacar jugadores y tener más opciones. Quizá no llevamos el básquetbol en la genética, no hay mucha gente grande. Creo que se debería trabajar en provocar el interés de los más chicos e ir buscando jugadores con potencial físico para este deporte. Cuesta encontrar jugadores altos, grandes, y ese es el debe de Uruguay.

¿Cómo ves la LUB? ¿Pensás volver en algún momento?

-Trato de mirar la Liga, las finales y los partidos interesantes. Se nota que ha crecido en el tema del marketing y, aunque veo pocos partidos, se nota que el nivel de juego también ha mejorado. En algún momento pienso volver a jugar acá, al menos un par de años, y me gustaría terminar mi carrera en Welcome. Uruguay me tira, porque tengo todo acá.

¿Te queda algo por cumplir?

-A esta altura, me faltaría jugar en África [ríe]. No me pongo metas, voy disfrutando lo que aparece. Obvio que siempre quiero ser campeón. Cuando llegás a determinada edad, te das cuenta de lo duro que es llegar a una final y lo bravo que es ganarla. Voy a disfrutar lo que queda. Un sueño sería jugar un mundial con Uruguay, o ganar un sudamericano.