El género de las comedias de acción llamadas buddy films (centradas en parejas desparejas de amigos, o formadas por gente que empieza en conflicto y termina amiga) tuvo su auge hace unos 30 años, pero Hollywood siempre recurre a él cuando se queda sin ideas. La idea sirve para explotar simultáneamente el atractivo de dos actores (o actrices, como probó la reciente Armadas y peligrosas -Paul Feig, 2013-, que reunía a Sandra Bullock y a Melissa McCarthy), y el chiste parece siempre consumirse en el contraste entre dos personalidades radicalmente opuestas, o, en forma más simplista, dos físicos muy disímiles. Este es básicamente el caso de Un espía y medio, que junta a dos de los nombres más populares del cine estadounidense actual: nada casualmente, al diminuto Kevin Hart y al gigantesco Dwayne The Rock Johnson.

Ambos actores están pasando por un gran momento; el polifacético Johnson ya se ha cansado de demostrar que, pese a su pasado (fue una de las mayores estrellas recientes del catch estadounidense) y su anatomía de fisicoculturista, es un intérprete mucho más dúctil de lo que nadie podría haber imaginado. Como una versión mejorada de Arnold Schwarzenegger, The Rock no sólo se ha destacado como héroe muscularmente masivo en la saga de Rápido y furioso y símiles, sino que ha mostrado también enormes aptitudes para la comedia, un gran carisma excéntrico y la siempre bienvenida capacidad de reírse de sí mismo. Hart, por su parte, ha ido en continuo ascenso desde roles menores en películas también menores como Una película de miedo 3 (2003) hasta convertirse en uno de los principales comediantes del cine estadounidense actual. Nervioso e hiperactivo, es un aspirante serio a suceder a Eddie Murphy en el trono del mayor comediante negro de Hollywood, y aunque no posee el mismo histrionismo casi ilimitado, ha demostrado ser más inteligente a la hora de elegir roles.

Aunque la reunión de ambos actores era bastante lógica en este momento de sus carreras, la explicación obvia está en los afiches de Un espía y medio, donde el físico de Johnson parece duplicar en altura y volumen al de Hart, remitiendo claramente la yunta incongruente de Gemelos (1988), con Arnold Schwarzenegger y Danny de Vito: y hay varios parecidos con aquella película, lo que no debería extrañar a nadie en estos tiempos de ideas flacas. Sin embargo, este film comienza con una extraña inversión de roles y presenta a la dupla hace 20 años, cuando ambos terminaban secundaria y el pequeño Calvin (Hart) era el estudiante más popular y promisorio de su colegio, mientras que Robbie (Johnson) era un chico obeso sometido a bullying. Una piadosa intervención de Calvin a favor de Robbie establece un lazo fugaz entre ambos, que es retomado dos décadas después, cuando nos enteramos de que el primero no se volvió el hombre exitoso que prometía ser, sino un oscuro contador, y de que Robbie se ha convertido en un espía de destrezas inimaginables (pero que conserva su corazón de nerd). Como se puede prever, la irrupción de Robbie en la más bien frustrada vida de Calvin conducirá a ambos a una aventura desaforada y tan llena de gags como de escenas de acción espectacular.

En realidad, hay mucho de predecible en Un espía y medio, y no parece que los guionistas se hayan tomado muchas molestias para intentar sorprender al público, pero a pesar de esto, y de la obviedad de su premisa, la película termina funcionando bastante mejor de lo que podría esperarse de algo tan genérico y hasta perezoso. El ingrediente básico y nada secreto es el talento de sus dos protagonistas, permanentemente en pantalla, y se le suma la química entre ambos (no se puede hablar de actuaciones en un sentido realista, ya que construyen personajes exagerados y estrepitosos).

Hay momentos muy graciosos, pero no son tantos como deberían en relación con las posibilidades de la pareja protagónica, y el guion es un disparate inconsecuente, que una vez más prueba lo traumático que consideran los estadounidenses el período de la adolescencia como determinante del resto de sus vidas. Un espía y medio amaga, por momentos, a cambiar las reglas de las buddy movies, pero termina optando por lo seguro y por sacarles jugo a sus actores. Pero más allá de lo limitado de las ambiciones, también vale la pena señalar que es un film amable, sin groserías ni violencias gratuitas, y que incluso contiene un mensaje explícito de tolerancia sin caer en la asfixia de lo excesivamente correcto. Es decir, una película intrascendente pero entretenida, y una excusa tan válida como cualquier otra para pasar en forma amena un par de horas de esta semana lluviosa.