¿Pudo haber sido una buena noticia? Para el ministro Danilo Astori, que fue el que la anunció, y para el presidente Vázquez, que según este fue el de la idea, sí. Después de todo, se trataba de un adelanto sobre un aumento de jubilaciones previsto para dentro de seis meses y de un beneficio, el de boletos de transporte gratuitos, inesperado. Pero algo falló.

Por algún motivo, esta vez se prefirió hablar en plata y no en porcentajes, y resultó que la cifra, a pesar del tono neutro del ministro, resultó ridícula (o más bien, ridiculizable). Porque es cierto que 200 pesos son menos poca plata cuando uno está raspando la escasez -como las cerca de 120.000 personas que van a recibir el adelanto-, pero no dejan de ser traducibles a 700 gramos de morrones o algún otro ítem seleccionado por el tándem inflación-indignación. Pocos medios -y ningún partido opositor- dejaron pasar el bocado.

El gobierno mismo no debe de haber sido indiferente al clima social adverso: el PIT-CNT ya avisó que crecerá la conflictividad durante la negociación de nuevas pautas salariales, el crecimiento anualizado de precios sigue aumentando, las encuestas son poco auspiciosas, entre otras señales. La decisión de volver a conceder un adelanto -como se ha hecho otros años- que preceda al ajuste de jubilaciones pautado por la ley posiblemente obedeció a la percepción de ese cambio desfavorable en la opinión pública. No es menor el hecho de que hasta hace pocos días, en las negociaciones con los representantes gremiales, se manejara la posibilidad de no conceder adelanto alguno.

Seguramente, además, el adelanto de 200 pesos se vio, desde el equipo económico, como parte del esfuerzo sostenido por elevar por encima del promedio las jubilaciones y pensiones más bajas. Es un esfuerzo exitoso: si no fuera por estos incrementos no obligatorios que se dan a mitad de año y que se acumulan con el ajuste periódico que se realiza en enero de acuerdo con el índice medio de salarios, la jubilación mínima hoy rondaría los 5.000 pesos (y no los 8.700).

Sin embargo, por un problema en la presentación, la medida se transformó en un boomerang. El gobierno hace un gasto cuando evidentemente le falta plata, pero termina dando la impresión de que amarretea. Lo que, en definitiva, pudo ser una demostración de sensibilidad social, pasó por lo contrario. Y, paradójicamente, lo es, porque la incapacidad para comunicar buenas intenciones conforma eso que los psicólogos amateurs llamamos “carencia de empatía”.