Ayer falleció el escritor -y conde- húngaro Péter Esterházy, integrante de una de las familias aristocráticas más importantes y ricas de su país. Fue precisamente en su memoria familiar donde Esterházy encontró la materia literaria de su obra.

Empezó a publicar en 1974, y decidió dedicarse por completo a la literatura en 1978, después de estudiar Matemáticas en la Universidad Elte, de Budapest, y se convirtió en un escritor de culto, con numerosos trabajos que han sido traducidos a más de 20 idiomas y reconocidos con variadas distinciones, como el Premio de la Paz de los libreros alemanes que se otorga en la Feria del Libro de Frankfurt; el premio del Festival Literario de Roma o la Orden de las Artes y las Letras de Francia.

En una entrevista que concedió en 2010 al diario El País de Madrid, Esterházy, reconocido por su humor y su ironía, afirmó que ese ingrediente “no disminuye el grado de dolor, pero la comedia está siempre a un paso de la tragedia”, y que en sus libros siempre “van juntas”, por lo cual “a veces el lector llora cuando debería reír. Y viceversa”.

Uno de sus libros más conocidos fuera de Hungría fue la novela Armonías celestiales (2000), en la que, por medio de la figura de su padre, recorre la historia de su familia, uno de los grupos aristócratas “cruciales” en la región centroeuropea, desde el imperio austrohúngaro hasta el régimen comunista de Hungría. En esa obra narra el ascenso de su progenitor durante los tiempos del imperio austro-húngaro, cuando el mismísimo Joseph Haydn compuso obras en el palacio familiar, y su caída en desgracia, precipitada por las autoridades comunistas en la Hungría de posguerra.

Sin embargo, el monumento que había erigido en memoria de su padre cayó, rápidamente, cuando se enteró de que este había sido colaborador de la policía secreta comunista, una vez que documentos desclasificados le permitieron conocer esa desagradable faceta. También supo convertir en literatura esa decepción. En 2002 publicó Versión corregida, un libro en el que relató, bajo la forma de un diario personal, sus propias investigaciones acerca de esa trayectoria oculta y el difícil proceso peronal de aceptarla como real.

El año pasado reveló que sufría de cáncer, y las dos últimas obras que publicó en vida, El culpable y Diario de páncreas, están estrechamente vinculadas con su enfermedad.