¿A quién le habrá parecido adecuado que un presidente de la República frenteamplista rechazara por inoportuno, mediante una carta abierta con membrete oficial, un pedido de reunión por parte del PIT-CNT, alegando que estaba dispuesto a un “diálogo productivo” y “en serio”, pero que no aceptaba uno “precedido por amenazas y diatribas”? Lo más seguro es que así le haya parecido al propio presidente Tabaré Vázquez, y uno teme que en su actual entorno no haya habido quien se animara a decirle que estaba cometiendo un error.

Como sabemos, las presuntas “amenazas y diatribas” (¡“diatribas”!, ¿tampoco hay quien se anime a sugerirle al presidente el uso de palabras que cualquiera pueda entender?) fueron el pronóstico de que si el Poder Ejecutivo no flexibilizaba sus pautas salariales se iba a producir “una conflictividad gigantesca”, “una confrontación como nunca conocieron los gobiernos del Frente Amplio”, y la calificación de este gobierno como “neoliberal”.

El PIT-CNT le contestó al presidente, también mediante una carta (un poco mejor escrita, quizá por las ventajas de un ambiente en el que nadie se siente un artista literario y hay costumbre de consultar), lo que debía decirle y también lo que no debía.

Hizo bien en señalarle, como lo hizo, que conversar es especialmente oportuno y necesario cuando hay, como en este caso, diferencias entre las partes, justamente acerca de las pautas salariales, entre otras cosas (y también acertó el presidente de la central, Fernando Pereira, cuando comentó que el Poder Ejecutivo no deja de dialogar con la oposición, aunque esta le lance, un día sí y el otro también, diatribas bastante peores).

No parecía tan necesario, en cambio, que los representantes sindicales se acercaran al pedido de disculpas, aclarando que no habían querido amenazar, “provocar diatribas” (ay) o faltarle el respeto al gobierno, a Vázquez ni “a su alta investidura” (ni falta hacía, tampoco, que Pereira dijera: “Siempre está la posibilidad de que se nos vaya la mano en un discurso”). Quizá fue el precio pactado en voz baja para que el presidente de la República anunciara, en una tercera misiva, que consideraba “superado el desencuentro que motivó este intercambio” y “restituido el diálogo” entre el PIT-CNT y su altamente investida persona.

El simple motivo por el cual el Poder Ejecutivo debe dialogar con la central sindical es que, mal o bien, esta representa a la abrumadora mayoría de los sindicatos. Si el PIT-CNT no expresara quejas en este momento, o si sus dirigentes se expresaran como ministros de la Suprema Corte de Justicia, los representaría peor. Esto no significa, por supuesto, que los sindicalistas siempre tengan razón sólo por ser tales. Y, por supuesto, en las cuestiones específicas que motivaron este entredicho, lo que proponen los trabajadores organizados no es necesariamente la mejor solución posible. Como tampoco lo es la que propone el Poder Ejecutivo. Por eso mismo hay que conversar.

En cuanto a los modales y las ofensas, pasa que los sindicatos, como se sabe o se debería saber, son organizaciones que muy a menudo deben ejercer presión para defender los intereses de sus integrantes, por la sencilla razón de que estos se ven “desfavorecidos”, como se dice ahora, en el reparto del poder dentro del sistema capitalista. Esa presión se manifiesta mediante distintas medidas de lucha -sí, de lucha, que no es mala palabra- y también en el discurso. Se presiona para mejorar la posición negociadora, y se negocia bajo presión. Claro está que, además de los sindicatos, presionan los empresarios y muchos otros grupos de la sociedad, los formadores de opinión, los sectores partidarios de la oposición y del oficialismo, y también el Poder Ejecutivo, con algunos ministros bastante recurrentes en la diatriba.

Sería muy lindo que en Uruguay estuvieran dadas las condiciones para que eso no tuviera que suceder, pero resulta o debería resultar bastante obvio -sobre todo desde una perspectiva de izquierda- que no vivimos en una sociedad reconciliada, sin explotados ni explotadores, en la cual cada uno aporta según su capacidad y recibe según su necesidad, de modo que los trabajadores pueden dedicarse, felices, a tareas más agradables que la de reclamar mejores condiciones laborales y de vida, para sí y para otros. Ese horizonte está todavía muy lejos, y para intentar acercarse a él es muy bueno dialogar cuando se puede, pero todos sabemos que para los sindicalistas no es suficiente dialogar. Y que no siempre actúan con una gentileza irreprochable entre tantas presiones, que además de las mencionadas incluyen las de los trabajadores de a pie, sin fueros, y, sobre ellos, a veces también la presión de las privaciones cotidianas.

Bastantes problemas hay sin andarse ofendiendo.