En pocos narradores uruguayos recientes es dable discernir un proyecto narrativo o una personalidad apreciable o definida, más allá de la usual maraña de escrúpulos, automatismos e influencias éticas y estéticas (Levrero, Onetti y algunos más). En el caso de Agustín Acevedo Kanopa, por ejemplo, él mismo se ha encargado de señalar un posible “método” en su escritura (registrar escenas, diálogos, epifanías y después hilvanarlos en relatos que escapan a la estructura clásica del cuento), de tal manera que le confiere importancia al “proceso” a la par del “producto” (un gesto para nada común entre la gran mayoría de sus compañeros de “generación”: Horacio Cavallo, Carolina Bello, Martín Bentancor y Fernanda Trías, por nombrar unos pocos). La atención a los géneros narrativos, por otra parte, distingue la escritura de Rodolfo Santullo, una obra en proceso -tanto en historieta como en narrativa- tan profusa como consistente.

Es quizá en el trabajo de Pedro Peña donde parece más fácil encontrar un proyecto marcado o un conjunto definido de intereses, fascinaciones y líneas de investigación y experimentación. Su primer libro fue la colección de relatos Eldor (2006), en la que quedaron establecidos por lo menos tres ejes que Peña exploraría más adelante: la atención a la ciencia ficción y la fantasía, el intento de construcción de un mundo coherente, y los mitos como sustrato de la narración. Escribió después cuatro novelas policiales (Ya nadie vive en ciertos lugares *-2010-, *No siempre las carga el diablo -2011-, Tampoco es el fin del mundo *-2012-, *A veces tarda, casi nunca llega *-2014-, todas publicadas por Estuario Editora), que conforman una suerte de saga centrada en un periodista devenido investigador privado, pero las líneas originadas en *Eldor se desarrollarían especialmente tanto en el libro Mito (2013), que reescribía ciertos lugares de mitologías diversas, como en el proyecto en marcha Los manuscritos de la montaña -que ha circulado entre amigos del escritor- y en relatos ambientados en el universo de Eldor, todavía no recogidos en libro.

Esa(s) línea(s) son especialmente visibles en El libro de los mitos. Historias del lago, su más reciente publicación. Se trata, a primera vista, de una novela orientada a adultos jóvenes, un poco en la línea de la también reciente (y de terror sobrenatural) Nocturama. Los demonios (2014), de Sebastián Pedrozo, a la que volveremos al final.

En El libro de los mitos hay una trama básica en la que dos chicos (cuyas personalidades ofrecen un guiño a buena parte de la literatura juvenil contemporánea, y en particular al dúo protagonista-voluntarioso/chica-inteligente a la Harry Potter y Hermione Granger, aquí representado por los hermanos Eric y Laura) descubren una realidad más profunda y cargada de elementos sobrenaturales, desde la que asoma un libro misterioso que se va adivinando como una suerte de “libro total” o, dijera Mallarmé, una “representación órfica de la Tierra”, pleno en relatos de mitos y revelaciones de naturaleza mágica. La dinámica entre los personajes es un punto fuerte, pero aquí y allá se notan como parches que sugieren un reformateo del libro para el que sería su público final, como si Peña hubiese arrancado pensando en un conjunto más amplio y variado de lectores. Esos parches incluyen apelaciones al humor y momentos en los que el perfil de los personajes se vuelve más obvio o forzado; si bien no desentonan (e incluso podría argumentarse que aportan a la construcción de El libro de los mitos como una buena novela para jóvenes), son quizá demasiado visibles.

Tal vez el mayor defecto de la obra, sin embargo, es que la secuencia principal de acontecimientos -la llegada de los personajes a Lake of the Woods y la ciudad de Kenora, donde encuentran pistas que los acercan a ese libro mágico mencionado antes y a los elementos sobrenaturales que pueblan la región- parece algo esquemática y, en última instancia, más propia de un cuento que de una novela; Peña, quizá consciente de ello, incorporó ciertos elementos extra, narraciones de corte mítico (que el lector identifica con capítulos o secciones del libro mágico) que terminan por convertirse en lo mejor de la propuesta, tanto por las historias como por la expresividad del lenguaje que las construye.

Partida de caza

Merecen especial atención las abundantes referencias -algunas de ellas explícitas, otras más alusivas- a The Wendigo (1910), el clásico del horror sobrenatural escrito por Algernon Blackwood. Los más veteranos entre los lectores hispanoamericanos del género sin duda lo recordarán por la colección de cuentos Los mitos de Cthulhu, publicada por Alianza Editorial en 1969; en su ensayo introductorio, el compilador Rafael Llopis proponía un proceso histórico del relato de horror que destacaba a Lord Dunsany, Arthur Machen y Blackwood como figuras clave en el pasaje del terror de corte gótico a la ficción de terror moderna (inaugurada en la modulación hacia la ciencia ficción apreciable en las obras mayores de HP Lovecraft). Esos tres escritores ofrecieron un terror sobrenatural cercano al mundo de la naturaleza, en oposición a los paisajes de torres, fosos y castillos encantados de la tradición gótica, y vinculado con el folclore y con civilizaciones desaparecidas milenios atrás, sólo recordadas en las tradiciones orales.

En El libro de los mitos, Peña retoma claramente esa herencia o, mejor, parece reclamarla del vasto universo de la ficción weird lovecraftiana contemporánea, con el propósito de llevarla de nuevo a las raíces. Es significativa, desde esa línea de lectura, la elección de la ya mencionada Kenora como localización de importancia en el relato, en tanto esa ciudad -bajo el nombre arcaico de Rat Portage- es mencionada en The Wendigo. Podría decirse que son los mismos bosques, los mismos mitos y los mismos monstruos, aunque los fragmentos míticos incorporados al final del libro de Peña amplían la paleta (hay referencias, por ejemplo, a Avalon, la isla de los mitos celtas) o, mejor dicho, ofrecen un marco más extenso en el que diferentes relatos míticos, en apariencia contrapuestos, aparecen como aspectos de una tradición más amplia, que en la ficción queda sin duda expuesta por el “libro total” al que se acercan los personajes.

Este nuevo trabajo de Peña, entonces, se beneficia de su incorporación a una obra en proceso: la de su autor en general (en la línea Eldor-Mito-Manuscritos de la montaña) o la saga prometida por el título general El libro de los mitos, de la que este Historias del lago sería o podría ser (o debería ser) una primera entrega. En ese sentido, por sí mismo no logra satisfacer del todo; es cierto que parece fácil responder a esta objeción con elementos que aportan -y mucho- al interés de la propuesta, pero esos elementos funcionan mejor en el contexto de una serie, y no tanto en una sola novela, como sí pasaba con la mencionada Nocturama. Los demonios, de Pedrozo (¿quizá por la mayor experiencia de este escritor en el universo de la literatura infanto-juvenil y para young adults?), que también proponía una serie futura y reescribía o retomaba tradiciones diversas del terror sobrenatural.

Queda, entonces, descubrir qué hará Pedro Peña con el rico panorama de mitos y lecturas que ofrece su libro más reciente. La promesa es evidente y su primera entrega vale la pena; sin embargo, del mismo modo en que la serie policial de su autor gana mucho al leerla completa, cabe pensar que El libro de los mitos encontrará su mejor expresión cuando la saga esté más encaminada.