Cuando doblamos a la derecha y llegamos a la garita tuve una sensación de “ya visto” nada agradable. El auto se detuvo frente a ella y a una señal, el guardia nos abrió la barrera y entramos. Nada más parecido a una cárcel. Allí funcionaba el tribunal al que concurríamos como testigos del proceso del Plan Cóndor.

Media hora antes, el auto de la embajada uruguaya nos había ido a buscar al hotel y nos había trasladado a esa población cercana a Roma, difícil de precisar a qué distancia. Cruzamos la entrada sin revisaciones ni presentación de documentación, porque el guardia ya conocía el auto que en los últimos meses había trasladado a varios testigos.

El tribunal funcionaba en un salón amplio, con un estrado en el que perfectamente podía desarrollarse una obra de teatro, y una sala con butacas donde se ubicaban los abogados, así como el público que hubiera ido, dado que el juicio era abierto a la población. Los testigos se ubicaban en el estrado. A mí me ubicaron en un costado del tribunal, al lado del traductor.

Luego del juramento de rigor, las primeras preguntas fueron del abogado nombrado por el gobierno uruguayo, de quien éramos testigos: si había hecho declaraciones anteriores, si había sido detenido, etcétera.

Uno de los temas centrales de las preguntas refirieron a si tenía pruebas que demostraran la participación de los Fusileros Navales (Fusna) en las detenciones de los desaparecidos, en particular de los militantes de los Grupos de Acción Unificadora (GAU), en Buenos Aires, en diciembre de 1977. Algunas pruebas ya habían sido aportadas por testigos anteriores, como el viaje a Buenos Aires el 20 de diciembre de Jorge Tróccoli con dos de sus oficiales, el día previo al comienzo de las detenciones, y su regreso dos días después. ¿Qué otro objetivo podía tener ese viaje sino el de participar personalmente en las detenciones?

Pero hay otros elementos. En los interrogatorios nos amenazaron con llevarnos a Buenos Aires, diciéndonos: “Vos sabés que los que van allá son boleta”. Esto nos ocurrió a varios y fue en el mismo momento en que estaban interrogando a compañeros en la capital argentina.

Pero quizá la prueba más significativa que entregué al tribunal fue una ficha del S2 del Fusna, Dirección de Inteligencia, que también tenía funciones operativas y cuyo director era Tróccoli. En los anexos del segundo informe que la armada uruguaya presentó a la Presidencia de la República en 2006, hay una ficha para cada desaparecido. En la de Gustavo Arce hay una anotación del 29 de diciembre de 1977 que dice textualmente: “Hace dos días desapareció de la ciudad de Buenos Aires. Es GAU”. Arce fue detenido el 27 de diciembre. Es decir que a los dos días de su detención, el Fusna ya conocía el hecho. No es posible intercambiar informaciones tan rápidamente si no existe un contacto permanente. La ficha era un documento oficial de la dirección del Fusna que dirigía Tróccoli y significaba una prueba muy contundente de su involucramiento personal.

Un momento particular fue cuando hablamos de la entrevista que le solicitamos a Tróccoli, para solicitarle información sobre los desaparecidos. Quizá ingenuamente, pensamos que podía aportar algo de todo lo que conocía. No lo hizo, pero lo más curioso fue que, ante la pregunta, no contestó que no sabía nada, sino que preguntó qué podía obtener a cambio. Obviamente, era muy poco lo que podíamos ofrecerle, porque su principal preocupación eran los juicios que les comenzaban a hacer a los que habían cometido delitos de lesa humanidad, entre los que se encontraba él.

Al final de la declaración, el abogado de Tróccoli, que durante mis referencias directas a su defendido parecía nervioso y quizá molesto, me interrogó sobre algunos temas sobre los que había declarado, como qué pruebas tenía de que Tróccoli había sido un torturador, como yo había escrito en un documento. Efectivamente, así había sido, pero yo no podía aportar una prueba, porque estaba encapuchado y sin lentes, además de que no los conocía ni a él ni a su voz. Pero sí le dije que en un momento de la entrevista me pidió disculpas personalmente sobre lo ocurrido. ¿Por qué lo haría si él no hubiera participado directamente? Obviamente, no lo disculpé. No sé si en algún caso lo hubiera hecho, pero nunca si, más allá de las palabras, no contribuía efectivamente a dar a conocer la verdad.

El abogado me preguntó si yo creía que Tróccoli era responsable de algunas desapariciones en Buenos Aires. Le contesté que no, no de algunas, sino de todas las desapariciones. Se molestó mucho, me dijo que sólo contestara sí o no, porque no le interesaban mis opiniones. Le dije que a mí tampoco me interesaban las de él, que estaba ahí por otra cosa. Momentos de violencia que, sin embargo, deben asumirse para hacer justicia.

Tróccoli no fue un oficial más. Miremos cómo responde a la pregunta de un periodista sobre la cadena de mando en las torturas.“No había una sistematización de parte de los superiores. Esto siempre pasa por lo humano. Se llama a engaño quien hable de un Régimen de Obediencia Debida. Acá no podemos decir ‘yo lo hacía porque cumplía órdenes’. Primero porque es mentira en mi caso y me atrevería a decir que en todos, no sé, capaz que alguno sí, no quiero generalizar. Pero era producto de la vorágine del momento, era una cosa que se vivía ahí y era una cosa que había que hacerla” (revista Tres del 20/09/1996).

Es claro que los principales responsables del terrorismo de Estado son los dictadores en el gobierno, los mandos de las Fuerzas Armadas que ejecutaron las directivas. Pero en las tres armas hubo equipos operativos que actuaron con mucha autonomía en las torturas, en las detenciones y en todo el proceso represivo. Posteriormente hicieron los informes y estos fueron aceptados, avalados, y los ejecutores fueron felicitados por ello. Tróccoli estaba en esta categoría. Estaría preso si no se hubiera fugado. Todos esperamos que este juicio concluya con una pena que haga justicia.