El sábado, Alfredo Jaureguiverry pasó a ser el nuevo presidente del Club Atlético Cerro, al que gobernará durante dos años y medio. Fue el único candidato que se presentó a unas elecciones celebradas apenas 42 días después de un primer llamado a las urnas para el que se inscribieron dos listas. Entonces, la suya fue superada por la de Walter Píriz, quien consiguió una victoria que minutos después se transformaría en calvario. Ni bien terminó el escrutinio, partidarios de la corriente perdedora le dieron una paliza en plena calle. Horas después, declinó de asumir.

Por aquellos días Jaureguiverry reconoció públicamente que tras la golpiza no se comunicó con Píriz y expuso la teoría de que los incidentes fueron generados por un desconocido que, “en estado etílico”, se habría subido “a un ómnibus” para no ser visto nunca más.

Compuesta mayoritariamente por jóvenes sin experiencia dirigencial, la agrupación de Píriz se impuso por sorpresa al resultar depositaria de los votos de un oficialismo saliente que no presentó candidato: llamada a ser tercera fuerza, fue primera y lo pagó con miedo. Siguiendo los pasos de Píriz, sus integrantes no presentaron denuncia alguna y se fueron bajando de a uno hasta configurar un escenario alarmante. La falta de dirigentes forjó un acuerdo para que Jaureguiverry fuera presidente pese a la derrota. La idea no se concretó porque los ecos del escándalo llegaron a la Secretaría de Deportes, organismo dependiente de Presidencia de la República. Jaureguiverry se abstuvo de asumir mientras la secretaría emitía un comunicado pidiendo explicaciones. El repliegue sería pasajero y estratégico. El vacío de poder consecuente engendró la salida que hoy le permite gobernar sin cuestionamientos: la asamblea de socios de Cerro designó un Comité de Emergencia que se comprometió a convocar a los comicios del sábado, a los que no se presentaron más listas que la suya.

Será la segunda época de Jaureguiverry al frente del club. Hace pocos años completó un período de gobierno tras una situación similar, luego de una ola de renuncias que mermó a una Comisión Directiva a la que había accedido ocupando un cargo secundario. Queda claro que no es el dirigente preferido por la mayoría de los socios. Pero el silencio dominante en la Asociación Uruguaya de Fútbol también deja en claro que el ambiente del fútbol no aprecia nada anormal en esta historia. Justo en tiempos de problemas en las canchas, los micrófonos enfermos de doble moral entierran los discursos ejemplarizantes dirigidos “a los violentos” y aceptan a las nuevas autoridades sin preguntarles qué pasó ayer, como durante añares lo hicieron con personajes de la talla de Eugenio Figueredo.

El fútbol duele hace tiempo y Cerro duele más. Su enorme poder de convocatoria y su popularidad en un oeste montevideano marcado por la estigmatización le dan un potencial inclusivo como el que no tiene ninguna otra institución de esa zona. Su gemelo grito de guerra -“¡Cerro, Cerro!”- siempre sonó a algo más que a expresión de adhesión deportiva. Como si recogiera el legado de mil historias de luchas y resistencias incompatibles con los últimos golpes, en sentido literal y figurado.