La Suprema Corte de Israel puso fin a una larga disputa por los manuscritos de Franz Kafka, que quedarán en poder de la Biblioteca Nacional de ese país.

El escritor, como suele constar en sus biografías, publicó relativamente poco en vida, y le pidió antes de morir a su amigo Max Brod que quemara sus trabajos inconclusos sin siquiera leerlos, pero Brod no lo hizo, y debido a ese desacato conocemos, por ejemplo, El proceso.

Cuando Brod emigró a Palestina, debido a la expansión del nazismo, se llevó consigo los papeles, y al morir se los dejó a su secretaria, Esther Hoffe, indicando en su testamento que ella debía donarlos a la Universidad Hebraica de Jerusalén, a la Biblioteca Municipal de Tel Aviv o a otra institución semejante.

Pero Hoffe tampoco cumplió el encargo, sino que lucró con los manuscritos (por ejemplo, vendió en dos millones de dólares el original de El proceso) y se los dejó en herencia a sus hijas.

El Estado israelí presentó una demanda contra ellas en 2009, y tres años después un tribunal dispuso que el material fuera entregado a la Biblioteca Nacional, en un fallo que ahora ratificó la Suprema Corte.